Estuve atento al fútbol por ver si le encontraba el aquél al juego, pero en realidad estuve mirando la lavadora, cosa que advertí al llegar al centrifugado, instante en el que se perdió la magia de esa monotonía adormecedora. La cosa tiene delito porque es de las que se cargan por arriba y no tiene esa ventanilla como de avión para ver los calzoncillos girar mezclados con las bragas. El momento interesante, el centrifugado, lo acompaña con un jadeo que creo no es propio de todas las máquinas sino particular de la mía. Ahí parece que la ropa interior realmente interactúa en el sentido bíblico. Estas, las de carga superior, en los instantes álgidos de la coyunda, se dan meneos de adelante hacia atrás, al contrario de las aeronáuticas, que menean de izquierda a derecha. El vaivén en el eje correcto acentúa, cómo negarlo, la ilusión erótica del jadeo, del follar, en castellano antiguo, de la máquina. Cómo no humanizarla si parece viva. Eso me recordó que, por una de esas casualidades de la vida, estuve hace muchos años en un pequeño estudio de radio en Les Halles justo el día y la hora en que retransmitían, para escándalo de propios y extraños, un polvo en directo. Los comentaristas, un chico y una chica, con estilo deportivo, iban narrando el encuentro. El menda, que de francés ni papa, se guiaba únicamente por la entonación de los locutores y los jadeos de los esforzados contendientes para vencer en el encuentro. La imaginación rellena huecos, tapa grietas, alisa asperezas, lo recubre todo con una capa de brillante barniz y enlaza una lavadora con un recuerdo de los ’80. Con esto, digamos, queda más o menos claro que yo, de fútbol, ni idea y que mis intereses no van por ahí. Tampoco de lavadoras, la verdad sea dicha, que me parecen aún más sutiles y complejas las reglas para separar la blanca de la de color que las del fuera de juego.
Vamos a peor¡¡¡ Cláramente.
Es todo un degenerar, sin tasa ni medida. 🙂