LA GENTE

Se ha puesto de moda lo de gobernar para la gente, hacer cosas para la gente, solucionar los problemas de la gente y tal. A mi eso me pone triste, no porque me excluyan, sino porque me incluye. Yo, confieso, no quiero ser gente. En realidad todos lo somos, pero ser gente es lo peor que podemos ser. La gente es la medianía y la medianía, ya se sabe, es lo malo frecuente.

Llevamos siglos intentado dejar de ser gente para ser otra cosa, aunque ya se ve que sin mucho éxito. El homo sapiens, que es un mamífero muy de juntarse en grupos, cuando está con los suyos y habla de los demás les dice la gente, y siempre con un cierto desprecio. Ese desprecio, se me dirá, es claramente un prejuicio, como es cierto. Pero el homo sapiens, pese a ser estúpido, tonto del todo no es y cuando el río suena, agua lleva. Quiérese decir que un prejuicio siempre es el resultado de una estadística, quizá burda, pero que revela una correlación significativa. El módulo matemático del cerebro es desastroso, pero el estadístico funciona estupendamente, aunque se exprese con refranes. Es decir, que sabemos intuitivamente y desde siempre que ser gente no es en absoluto deseable, cuando no directamente malo.

Para dejar de ser gente, eso que les pasa a los demás, que son masa, grupo, rebaño, hemos inventado el concepto de hombre. Es un invento absurdo implementado por el sistema de ensayo y error, pero funciona razonablemente bien. Esta no parece la mejor manera de hacer las cosas, pero, como en el teatro, permite la mejora manteniendo la emoción. En definitiva, nos hemos inventado un personaje, el hombre, que es un homo sapiens que no vaga en piaras sino que camina solo, es inteligente, racional, empático, respetuoso, tiene criterio, es justo y bueno y responsable de sus actos ante sí mismo y los demás. Un modelo inalcanzable y, además, en perpetua revisión para su mejora. En el teatro el hombre es el personaje que habla en verso, sufre y compadece, entiende y respeta, es asertivo, decide con acierto, y aspira a lo mejor para todos sin perder de vista lo propio. Un fiera, vamos. Sobre todo por lo de hablar en verso.

Los homo sapiens dejamos de ser gente en el instante en el que nos exigimos, a nosotros mismos y a los demás, actuar como ese hombre imaginario. Esto es una pirueta abocada al fracaso, ya lo sabemos, porque, en definitiva, consiste en intentar salir del pozo tirándonos de los pelos, como Munchausen. Aspiramos a ser algo que no somos, entes de ficción. Pero esto es teatro y en el teatro la suspensión de la incredulidad funciona a las mil maravillas. En la calle a ese mismo efecto le llamamos autoengaño y funciona, quién lo diría, aún mejor. Y funciona porque a quién le importan las procesiones que van por dentro, si todos tenemos una. Lo único que hay que hacer es actuar como si fuéramos racionales y buenos y tal.

En definitiva, habíamos inventado un maravilloso personaje ideal al cual sujetarnos, según el cual exigirnos y exigir a los demás, según el cual medirnos y al cual tender. Todo para dejar de ser gente, esa cosa tan ordinaria, tan bajuna y, pensábamos, tan antigua. La civilización, eso tan extraño, es dejar de ser gente para ser hombre, pasar del colectivo al singular y actuar creyéndonos personajes sublimes. Por eso yo no quiero ser gente, quiero ser Cyrano y hablar en verso, aunque me salgan ripios.

2 thoughts on “LA GENTE

  1. ¡Sobre todo por lo de hablar en verso! Pero, tate, que la gente cuando se junta también habla en verso, aunque sólo en pareados: «Obrero despedido, patrón colgado». «¡Ese portugués, hijoputa es!». «Si quieres ser poeta, abróchate la bragueta».
    Yo tampoco confiaría demasiado en lo de hablar en verso, salvo que sea en sextinas. Y aún así…
    Siendo gente no se puede ser sublime sin interrupción.

  2. Puse Cyrano por lo de enamorar mujeres con el verso, aunque me habría conformado con los ripios de Don Mendo, que le iban funcionando. Pero recordándome que el rebaño bala en pareados, siendo absolutamente cierto, me has matado.

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