Hace tiempo que las noticias más locas vienen de Rusia y China, y en general de Asia. Los meteoritos, los terremotos, los tsunamis, pasan en esos sitios. Pero últimamente, igual que detrás de un descubrimiento científico hay un tipo de Massachussets, detrás de cada noticia de alcance humano hay un chino, un moro o un ruso. Están viviendo un renacimiento, un momento de ebullición social sin parangón en la historia, si bien es cierto que trufado de barbarie. Que dos rusos zanjen a tiros una discusión sobre Kant es síntoma de una extraordinaria pasión por la vida, aunque no lo parezca. La vida, señores, son excesos o no es nada, algo que en Occidente hemos olvidado, pese a habernos forjado cometiéndolos. Las exploraciones insensatas, los imperios desmedidos, las guerras eternas y globales fueron patrimonio de Occidente hasta que, agotados, claudicamos.
EL CHINO Y LA PORNOSTAR
Hemos perdido ese liderazgo y así estos días ha podido salir en prensa que un chino, millonario como sólo pueden serlo los chinos, ha acordado con una estrella japonesa del porno una exclusiva sexual por quince años. Paga por el privilegio ocho millones de dólares. Estas cosas, antes, solían hacerlas Lords ingleses con danseuses polacas en las noches locas de París. Eso se ha acabado. El trato, aceptado por la starlette, ha enfurecido a sus seguidores que, aunque para mí desconocida, debe ser muy popular en esa zona del mundo. Asombra, en primer lugar, acostumbrados a la normalidad de pagar por sexo, ver que alguien proponga pagar precisamente por lo contrario, la fidelidad. Suelen coincidir los misóginos desatados y las feministas radicales, en que el matrimonio es, más o menos, ese trato. Sexo estable a cambio de dinero, poniendo unos el énfasis en las mujeres que sólo entregan esto a cambio de aquello y otras en el hombre que busca, como sea, dominar sexualmente. Quizá lo del chino sea una modernización del asunto.
Yo lo primero que observo es que el chino es rico con razón. Podría cortejar a la jovencita, porque lo que ha visto le gusta, algo en lo que coincide con otros muchos. Podría intentar llevarla al altar, con algo de suerte. Y en ese caso debería cargar con ella, en principio, por el resto de su vida, ya que el matrimonio es, más o menos, comprarse mutuamente para siempre. A eso se añadiría la zozobra de que a la muchacha, profesionalmente promiscua, le pudiera el deseo de continuar con su trabajo. Añádase que, como resulta evidente, juventud y atractivo sexual son activos cuyo valor disminuye con el paso del tiempo. Si una mujer, habrá pensado el chino, sólo me interesa por su belleza, comprar es una mala inversión. Jamás se revaloriza a largo plazo. El chino, rico con razón, le ha propuesto a la japonesa el alquiler, que es la manera de disponer de un activo que se deprecia. Cumple así, el chino, sus deseos sin pagar por ellos más de lo que valen, sin comprometerse para siempre y asegurándose la exclusiva, claramente, a cambio del precio. Un tipo lujurioso con la mente despierta.
Auguro, no obstante, el fracaso de la operación financiera. En primer lugar porque lo que ya se posee se valora menos. Esto. que es así incluso para los bienes más exclusivos como cuadros y joyas, lo es mucho más en este caso porque, para ser sinceros, una japonesa se parece a otra japonesa como dos gotas de agua. En poco tiempo le costará distinguirla de otras japonesas e incluso de una china o una coreana. En segundo lugar, y más importante, porque el chino, con certeza, no sabe lo que le gusta. Posiblemente sólo habrá visto a la muchacha en sus actuaciones, quizá en todas, pero sólo en ellas. Le gusta como actriz porno, que es lo que conoce. Cuando deje de serlo, cuando deje de hacer eso que a él le excita, follar con otros, muchos, variados, en muchos sitios, la causa de su lujuria habrá desparecido. Al chino lo que le gusta es ser ese tipo que se folla a la actriz japonesa, pero para eso la actriz tiene que ser actriz, y deja de serlo para el chino, ese mirón con dinero, cuando se deja follar por él.
Creo que el chino es un tipo sagaz para los negocios, pero que en este caso, pese a un planteamiento económico correcto, como siempre que hablamos de sexo, gana la japonesa, que cobrará sus ocho millones durante quince años y será molestada por el lujurioso no más allá de quince días.