Yo para ser feliz quiero una carretera larga, estrecha, negra. Una carretera con líneas gastadas, cunetas polvorientas y señales desvaídas. Una carretera que se pierda en el horizonte a través del parabrisas y en los espejos. Una cinta oscura sobre una tierra vacía; flotante y tensa como un alambre entre dos montañas. Una de esas carreteras de las que están atravesados los sueños.
Yo para ser feliz quiero un coche viejo, rojo, pequeño y rugiente. Un coche con sonidos de avión, o segadora, o lancha. Con ceniceros llenos, cinturones marrones y ventanillas abiertas. Un coche rebelde, obstinado, austero y noble. Uno de esos coches del metal del que están hechos los sueños.
Yo para ser feliz quiero una morena enjuta, de pelo revuelto y sonrisa fácil. Una de esas que se saben tus defectos y apuestan fuerte por tus vicios, de las que gritan de rabia y placer, de las que cierran los ojos en las rectas y los abren en las curvas. Una morena lista que pasa de esconderse tras un gran hombre, que bebe vino sin gaseosa y sólo se despeina en el coche o en la cama. Una morena de las que pueblan los sueños.
Yo para ser feliz quiero una playa blanca, de arena fina, agua clara y vale que sea fría. Una playa larga, vacía y salvaje. Una en la que imaginar vencida a la estatua de la libertad, el naufragio de un carguero o a Venus saliendo del mar. Una playa en la que sudar tumbado pensando en cerveza, estirar la mano y rozar un muslo, abrir un ojo y espiar un seno, respirar aire salado y el perfume de su piel. Una playa de las que son escenario de los sueños.