Todos sabemos que la filosofía es una excrecencia del espíritu apático. Una enfermedad leve, un malestar difuso, la secreción de un alma herida o saciada. Como la perla o el ámbar. Pero antes de saberlo, ya lo sentimos. A edad adolescente, cuando el cuerpo bulle y el cuero que nos cubre está aún nuevo, brillante y sensible, nos hablan de la tierra, el aire, el agua y el fuego, de cómo todo fluye, de cavernas y sombras, de sustancias y formas. En esos instantes el cuerpo pide marcha y vida y nos inundan de decadencias y dudas. De disminuciones del espíritu en forma de limitaciones, adecuadamente ordenadas. Ahí empieza nuestro declive.
Adán y Eva, heridos de muerte por el aburrimiento sin sobresaltos del Paraíso buscaron el conocimiento comiendo del árbol de la sabiduría. Ésa, la falta de ilusión, es el origen de la búsqueda del sentido. Eso sí, nada más ser expulsados, y supuestamente en posesión de la sabiduría, empezaron las desgracias y la diversión. Nada más salir “Adán se unió a Eva” y concibieron a Caín. El primer polvo. Antes estaban desnudos pero no sentían vergüenza. Aquí la duda. Es el sexo es la conclusión a la que llegaron al adquirir la sabiduría o un intento de olvidarla. Más me inclinaba por lo segundo, pero.
Así estaba yo hasta que descubrí el botulismo. Jean-Baptiste Botul, filósofo inexistente a quien citan con seriedad los grandes pensadores de nuestra época, mezcla adecuadamente el delirio difuso del aburrimiento, germen de la filosofía verdadera, con el sexo, la diversión y esa ilusión por lo falso, lo brillante, lo descabellado y excesivo, tan del gusto del cuerpo adolescente. El sabio gamberro. O quizá el gamberro sabio.
Sus obras, falsas, son producto de sus vivencias, falsas. Sus seguidores, verdaderos, se dividen entre los que lo aprecian por lo gamberro y quienes por lo sabio. Entre los segundos, idiotas sin remedio borrachos ese destilado de tontería del alma que llamamos cultura, hay referentes de la intelectualidad occidental. Entre los segundos hay sabios, de los de verdad, aunque quizá no son todos los que están.
Las obras de Botul, publicadas hasta ahora son “La Vie sexuelle d’Emmanuel Kant” con charlas, tan interesantes como “debe el filósofo tomar mujer” o “coito ergo sum”; “Landru, précurseur du féminisme Correspondance inédite entre Henri-Désiré Landru et Jean-Baptiste Botul”; “Nietzsche et le démon de midi”; “La Métaphysique du mou”; “Du Trou au Tout, Correspondance à moi-même [tome 1]”
Han sido incluso traducidas y la Sociedad de Amigos de Botul entrega un premio en su honor.
Si un genio me concediera tres deseos los dos primeros los tengo claros, pero respecto del tercero me llevaría tiempo decidirme entre el Prix Botul o presidir una Subcomisión del Colegio de Patafísica. En definitiva, creo en la filosofía como enfermedad del espíritu y en el bótox como agente de curación. Muy fan del botulismo.
Dos de Arena, San Doublemain, ideólogo.