Acercarse a los cuarenta años aleja de las sensaciones y los sufrimientos en su forma más descarnada, pero no nos aproxima a su comprensión. La angustia vivida se atenúa. Se extiende y empapa la carme como la mantequilla derretida empapa la miga.
Si es cierto que la edad nos hace más sabios si caminamos con los ojos abiertos, también es cierto que es una sabiduría poco aprovechable. La sabiduría del viejo suele ser sólo el recuerdo debilitado de la angustia juvenil.