En el portal y en la escalera, aunque ahí menos, se encuentran los vecinos del edificio. Unos salen y otros entran. Y si no hay más remedio se encuentran. La mayoría procura no tropezar con los demás. No les gusta encontrarse con los demás habitantes del inmueble. Es las ciudades ese círculo de espacio personal es de lo más flexible y pasa del casi nulo en el metro, rebajas y conciertos a la inmensidad en las escaleras y portales de las casas de vecinos. Y es que en los instantes en los cuales llegas a casa, cargado de bolsas de plástico con comida, resulta violento saludar resoplando. Si te vas por la mañana con el gesto contraído, pensando en un nuevo mal día en el trabajo, tampoco tienes ningún interés en intercambiar banalidades con vecinos con una cara parecida. Y en la noche, bajando bolsas de basura, o los sábados temprano, haciendo mudanza, se mueven como cazadores furtivos, como fugitivos.
Al alba en verano y con noche cerrada en invierno, se van los que trabajan en empleos en la industria y los funcionarios. Se saludan entre ellos con apenas un leve movimiento de cabeza. La tristeza, el sueño y a veces el miedo a salir de casa con tanto frío y con tan poca luz, les agarrota pese a haberse pasado años en este régimen horario. O quizá por eso. Abren tirando la pesada puerta de madera y durante un segundo, quizá dos, dejan que el aire frío frío entre enfurecido desde la calle y les empape para ir amoldando el cuerpo. Salen al frío invierno. En esos horarios la tradicional educación de la gente de esos barrios se desdibuja. Como la luz de la calle, que es de farola, las formas son pinceladas aquí y allí. Inconexas, alejadas, pequeñas. Nada de buen día, cómo le va. Que le vaya bien, abríguese y tal.
En primavera y verano, cuando ya hay más luz fuera que dentro, en esas mañanas soleadas el encuentro es menos sórdido, pero igualmente anónimo y gris. Buenos días, buenos días. Hay costumbres que es difícil cambiar y no se alteran mucho por detalles como el tiempo o la vestimenta. El desagrado producido por el encuentro es el mismo que en el más crudo invierno, pero la alegría de la luz anima a expresar un educado disimulo.