EL CULO SOLITARIO

El culo solitario pasa y muere. Lentamente se va acostumbrando a la indiferencia, a la distancia. El culo solitario gira la esquina y cae en el irremediable olvido. El culo solitario acaba como el farero, lejano y olvidado, pero sin vistas al mar. Y al igual que del farero nos acordamos cuando, ya muerto, se convocan las oposiciones para cubrir la plaza, del culo solitario nos acordamos cuando aparece otro culo en el horizonte con una braga blanca como una vela alegre, curva y tensa por el viento.
Y es que, como los bebés que en los orfanatos mueren sanos sin faltarles nada salvo amor, los culos mueren por falta de cariño. Un culo sin atenciones morirá irremediablemente. El culo inclusero y solitario es un culo muerto, muriendo, o en el camino a la muerte. Sin un ojo atento que lo siga, sin una mano lasciva que lo resiga, sin palabras que lo acaricien, es un culo mustio y mohíno.
Un culo así es un culo triste aunque cada uno a su manera, como las familias, que son infinitamente originales en sus desgracias. Eso sí, los ves a lo lejos y no hay otros culos ni otras manos cerca, ni siquiera a lo lejos pero en ruta de colisión. Cuando pasan no hay miradas de esas que impactan en los culos como azotes o suspiros que resuenan como silbatos de afilador.
Éstos son culos como cóndores, que vuelan alto y solos en capas frías de la atmósfera, lejos del radar. Están, cómo no, pero como si no estuvieran. Esos culos a veces bajan pero, como el cóndor, se colocan en un risco, para huir volando sin esfuerzo dejándose caer desde lo alto, como se lanzan a las piedras los fareros, hartos de mirar el mar soñando en navegar, aprovechando ese instante oscuro entre destello y destello.

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