Camino mirando al suelo, avergonzado, aprendiendo, pensando. Camino rápido, acelerando, repitiendo tu nombre, que se me pega a los labios, que no se me desprende ni lavándolos. Camino, casi corro, queriendo escaparme de cosas de dentro. Del agujero negro que acabas de hacerme, redondo, frío, oscuro y perfecto, entre la poya y el pecho. Camino y el aire gélido que me despeina pasa a mi lado pero me huye, no me templa, se separa, teme que lo aspire y lo vuelva un infierno. Camino envarado, recalentado, pero helado por dentro, aturdido y todo lo veo desenfocado. Le habéis puesto un filtro a las casas, los coches que pasan, a la gente fea que me tropieza, y a la guapa que se separa. Y sordina a las voces, a los buses y ambulancias, a las palomas y a las barras de los bares.

Controlo ese frío. Controlo mi ira, mi miedo, mi alma dolorida. Porque a quién le importa, soy uno más, y qué sería si todos tuviéramos, no una metáfora, sino de verdad, pintado en la cara el dolor que llevamos. Con quién hablarías en todo un día, en una semana, en toda la puta vida. Quién quiere hablar cara a cara con el sufrimiento, quién quiere ver el miedo desde tan cerca. Yo, ahora mismo, corriendo, escapando, mirando al suelo, soy una puta croqueta, de las congeladas, de las mal cocinadas, ardiendo, quemado por fuera y duro, frío, helado por dentro.

A pesar de todo, y parece mentira, mi angustia me lleva a que os odie, cómo es posible que todo funcione, que todos caminen disimulando, con sonrisas en la cara, con faldas de flores, agarradas las manos, haciendo planes, comprando pasteles, quedando con otros para por la tarde. Y piensan mi carne, mis huesos, mi sangre, y siente mi cerebro, que un drama es una tragedia en la que el protagonista desea morirse y no tiene permiso. Y ese es mi caso. Y no me queda más, si la mía no puedo, que desear la tuya con todas mis fuerzas, aunque sea mentira, mentira, mentira y te siga queriendo.