Esos días de septiembre en los que el sol se pone marica y lánguido, molesto porque deslumbra y no calienta, esos días, esos, son los que me pones el culo a contraluz. Esos son días de braga transparente, luz tamizada, paseo indolente y gesto vago. Son esos días en los que ordenas cajas, cajones y armarios y aparecen tesoros que te pruebas por probarte y probarme. Por probar si aquella locura te sigue sirviendo, y probar, quizás, si en mis carnes sigue funcionando. Y de paso, al desgaire, como sinqueriendo, te sitúas entre esa ventana que recorta un trocito de tarde un poco gris, un poco corta, y mi indolencia fumando en cama. No hay como un culo a contraluz. Esos días la luz sin fuerza no golpea, se cae en las cosas, resbala y gotea. Esos días revoloteas, apenas vestida, y yo me hago el distraído para que mi mirada no te distraiga. Prefiero mirarte lejano, pero de cerca, que así puedo verte y oírte y olerte. Disfrutar de ti cuando estás siendo tú. El ceño fruncido si algo no está o esa risa por una camisa que vuelve y la sonrisa por los recuerdos que en la memoria lleva pegados. ¿Recuerdas? Se amontonan medias, sostenes, bikinis, bufandas. Trajes de fiesta, jerseys que son fondo de armario y barras de labios. Todos los colores, todo el desorden, todo ese caos, que es tan tú como el orden que había y el que, al final, habrá. Y toda esta energía, toda esta actividad, toda esta prueba, para que yo disfrute goloso de tu cuerpo menudo, moreno y tu culo apretao. A contraluz. Y te miro, y a tu culo, y es septiembre, y el sol es flojo, y sin sol también lo somos nosotros, pero tengo en las manos un libro y un lápiz, y en la mesilla las llaves, y el coche está abajo, y de pronto lo siento y muero, muero, muero por saltar y salir, buscando nada, que lo tenemos todo, sólo acelerar a una playa y entrar en el mar a revolverlo por el puro placer de hacer olas y gritar. Desordenarlo, desordenar el mar, para ti.