Han pasado los años y fui doméstico, amaestrado, fui limpio, serio, ordenado, pero en el garaje está aparcado el coche viejo, que aún arranca, que recuerda cómo se acelera y que, aunque frena mal, no me preocupa, porque esta vez no voy a parar. Desde aquí a quién sabe dónde non stop, perdernos, tirar el tomtom, sólo mirar en una guía si cerca venden comida, si hay para dormir, dónde la gasolina. Dejar que la carretera y el capricho planeen el viaje, que decidan el hambre y las ganas de tocarte. Tenemos un plan y es no hacer planes.
Acelerar de nuevo creyendo que será con ansia pero sensato pero así, sensato, no sale, porque si nos ponemos somos los de siempre, los de antes, locos y rápidos. Así que conduzco mal, sin mirar la carretera, sin usar los espejos, que sólo tengo ojos para tus piernas, para tus manos que revolotean, que rebuscan en la radio y ya no encuentran. Porque seguimos siendo coordenadas de un par, incógnitas por despejar y tenemos un coche color rojo, tan viejo y pequeño que ya nos llevó antes, y dice que llega a doscientos y ese es el reto, porque es imposible y está prohibido.
Amas al mundo, y con mirada ingenua, instintiva, lo deseas, y gozar a quienes, perdidos, lo transitan. Sonríes del mismo modo. Qué nada has cambiado. Con el mismo instinto lo odio y a los rebaños banales que lo pueblan y pediría ser el héroe que lo destruyera, pero te amo a ti, con más que mis fuerzas. Y sólo por eso perdono, olvido y sólo para que lo disfrutes me contengo. Si quieres lo barro, lo limpio, lo lavo, para que bailes descalza en la calzada, en los arcenes, en las calles y las aceras.