Las chicas solas tienen que entretenerse solas. Practican el sexo solas, con sus dedos o con vibradores. Tienen coños jugosos y anhelantes con intereses propios, rebeldes, pantanosos, inconfesables. Las chicas solas creen que esos coños indómitos y montaraces son animalillos que viven entre sus piernas. Que no son exactamente ellas mismas. Por eso ellas no caen en la lujuria, la depravación o el pecado. Así todo es mucho más sencillo. Las chicas solitarias esperan a estar en casa para aliviar el picor de sus chochos e instauran costumbres, rituales. Por ejemplo, se desnudan, pero se dejan unos calcetines de lana para que no se les enfríen los pies, colocan una toalla limpia sobre la cama, se relajan y acarician un poco las tetas, primero con una mano y luego con la otra. Como instrumento suelen preferir los vibradores, por la cosa de la imaginación, de la previsibilidad de la mano e introducir un tercero en el juego. Entonces se estiran hasta la mesilla de noche donde éste les espera sumiso y dispuesto y un estremecimiento les recorre la espalda anticipando el cosquilleo de ese nerviosismo electromecánico. Las chicas solas aprecian como ninguna otra las diferencias, los sutiles matices entre las texturas de plásticos, siliconas y peuvecés. La variedad de formas, y colores. Disfrutan del gesto aparentemente banal de girar la rosquita que despierta el zumbido. Gozan estremecidas del placer anticipado, pavloviano, que ese ruido incansable, interminable, preludia y se sofocan como en las noches de verano. Esa chicharra eléctrica, cuando cierran los ojos, apenas se distingue de una verdadera y por ello se sabe de quien ha gozado al llamar a determinada puerta de una oficina de barrio. Porque el zumbador sonaba, al apretar el botoncito, a la exacta frecuencia de su amigo incansable. Esos orgasmos de rellano, de portería, son tiernos, entrañables y conmovedores. Nos muestran lo que de ordinario no vemos, orgasmos candorosos, inocentes e ingenuos. Las chicas solitarias, no obstante, aman la variedad dentro de la tradición, siempre lo mismo, por la garantía de que funciona, pero con un toque que lo haga diferente. Así suelen tener cantidad y variedad de animalillos zumbadores, alternando según el estado de ánimo, el día de la semana, la estación del año o el momento de su período. Las chicas solas no actúan irreflexivamente, respondiendo a alocadas urgencias. Llevan a cabo cuidadosamente los adecuados preparativos para masturbarse. Las cosas importantes no vale hacerlas de cualquier manera. Las chicas solitarias se preparan como preparan una cena de Navidad o una fiesta de cumpleaños. Con muy buen criterio saben que es tan importante el camino a recorrer, y cómo se recorre, que el punto de llegada. El destino ha de ser el premio a un viaje, y éste un adecuado preludio. A veces, a las chicas solitarias les ocurre que, por demorarlo hasta estar depiladas, a estar duchadas para sentirse nuevas y limpias, se les van las ganas. Se les seca el chocho y hacerse la paja, aunque posible, pierde la gracia. No es lo mismo que el cuerpo lo pida mimoso que convencerlo para que lo acepte. En esos casos se sienten un poco chafadas, chocolateras y teleadictas. Un poco más solas. Como cuando te fallan los invitados y ya habías puesto la mesa, con flores. Como cuando envuelves las mediasnoches en plástico transparente e intentas meter las galletas saladas con forma de pez en la bolsa de plástico que ya estaba en el cubo. Esas son las noches en que vuelven a soñar con pollas grandes y gordas, a veces a pares. Y se despiertan con ojeras que disimulan con maquillaje mirándose incrédulas al espejo mientras se preguntan, sin memoria de esos sueños, la razón de sus caras cansadas.