Toda esta luz, este sol y calor. Vengo al borde del mar y debería, aquí, tener un sentido que no aparece. Me aplasta a la arena el sol y me sofoca los oídos el ruido del mar, con el que se solapa una cháchara intrascendente. Otros, no encontrándole tampoco sentido, se afanan en otras cosas. Juegan al fútbol, a una especie de tenis, se bañan. Algunos se exhiben en una pasarela moderna, en tablas sobre las olas. Quieren llamarle deporte pero aunque hay competencia no cabe la competición. El mejor es el que mas gusta, como en Miss Universo. Ese otro certamen lo libran chicas en la arena, bikini contra bikini.
Distraído, pasas a mi lado y quizá ni te veo. Quizá sólo te percibo. Quizá es solamente la sensación de proximidad de alguien conocido. Movido por no sé qué te sigo al chiringuito. Tú y otras dos os colocáis en la barra y yo a tu lado. Nada debería denotar mi interés. Tu charlas y bebes y yo bebo y me distraigo.
Te miro, menuda, inquieta, sonriente, en el reflejo de un ventanal. De cerca, de muy cerca, las curvas de tu espalda, las piernas y el nacimiento del pelo, recogido. Un cuello precioso. Y cuando reflejadas se nos cruzan las miradas se que me sabes ahí, detrás, a centímetros. No intercambiamos sonrisas ni hay cambios de postura. Quizá esa mirada fue casual o, si intencionada, intrascendente. Hasta que haces trampa y con un gesto suave te colocas las gafas de sol. Está mal tomar así ventaja.
Bebes, bebo, charlas, me entretengo mirando y oliendo a piel lavada de mar. Quizá un leve cambio en el arco de esa espalda, o un gesto de la cabeza, me anima. Porqué no, me digo. Una de tus amigas me mira. Muerdo una uña y consigo que rasque, una punta afilada. Coloco el dedo en lo alto de tu espalda, casi en la nuca y lo deslizo despacio. Bajo lentamente y te vigilo reflejada en el cristal que nos separa del mar. Ni te sorprendes, ni te alteras, pero sé que tras las gafas me miras. Sonríes por algo que te dicen y tomas un sorbo. Sonrío a tu amiga, que no sospecha y detrás en la barra el camarero sonríe también en el reflejo. Es verano y supuestamente estamos relajados. Sonreímos.
Sigo bajando y rascando y esa espalda, esas corvas, algo se mueve, se arquea apenas cuando llego a la altura de la cintura. Ahora no hablas, escuchas, y bebes despacio, quiero creer que atenta, quiero creer que a mi y no a tus amigas. Y llego a la braga y la resigo despacio con mi uña afilada, mientras te miro. Y en la cintura, donde es más estrecha, me salto esa tela húmeda y sigo rascando el contorno que ahora es culo. Y ahí me demoro, subiendo y bajando, para que no se acabe.
No sé cuanto dura, pero de pronto das por terminado el instante y girándote, pides la cuenta y te marchas. Caminas despacio porque sabes que te miro. Y no me gusta que pase, que te vayas sin hablarte, pero se que volveré a verte, porque el mundo no es tan grande.