Los días empezaban tan temprano que se mezclaban con las noches que, yo y otros tantos, alargábamos. Cuántas veces fueron el mismo el cigarro de la última copa, el del desayuno y el de la entrada al trabajo. Cuántas veces no afeitado era lo que parecía, no haber pasado por casa, no haber dormido, no haber cenado. Sumando días y noches, que no separaba, se acumulaba el sueño, que no visité, por ser el lugar del espanto, tiempo perdido porque no había descanso y acababa siendo sólo tiempo pensado. Repitiendo conseguía aturdirme, tanto, que me pasaron pastillas en grandes frascos, pequeñas y de colores claros. Ignorándolas seguí mis recetas de gintonics, café, tabaco y fiestas, amigos de una noche, chistes fáciles, coches golfos y mujeres rápidas.
Y no recordaba que había olvidado que todo en aquel tiempo fue ansiedad de estar esperando. No recordaba tampoco que beber para no pensar fue el modo de escapar de no sentir. No recordaba que aprendí que rápido es torpe si es solo. Que el ritmo es ritmo si es cosa de dos que se miran a los ojos. Que todo aquel correr era en el fondo un atroz deseo de tropezar.
Que sepas que aquellas noches en vela en las que corría y no dormía, ahora lo se, yo te esperaba.