Hablamos de la felicidad como si existiese. Como si realmente pudiera ser alcanzada o poseída o disfrutada. Un absoluto como ese no sólo es imposible conseguirlo sino que directamente no tiene existencia más que en el mundo de las ideas. Se encontrará siempre fuera de la experiencia, como el mal o el bien absoluto. Por el contrario existen miles de placeres; de cuerpo y alma, de pensamiento, palabra, obra y omisión, lícitos y prohibidos, pequeños y dulces y enormes y turbadores, malsanos, groseros y sórdidos y delicados, sublimes y generosos, reales e imaginados, anticipados y añorados.
Quizá no lo hemos pensado bien y la verdadera felicidad sea rebajar nuestras expectativas sobre ella y gozar de esos fragmentos de felicidad. Quizá ni siquiera nos escuchamos al hablar, porque eso, muchas felicidades, es lo que nos deseamos unos a otros civilizada, sensata y educadamente.