Fui rápido e insensato, brillante y soberbio. Fui cabrón, pero no un puto cabrón. Fui desagradable, arisco y borde, y disfruté ridiculizando. Fui apasionado hasta el ridículo y ridículo hasta el sonrojo. Perdí el tiempo porque ganas me sobraban, desperdicié oportunidades por no parar ni en los semáforos. Fui cobarde e imprudente, escapé por piernas y me salvé de milagro y callé y acusé. Crucé provincias, comunidades autónomas y países pisando a fondo y tarareando canciones, desafinando sin dormir, sólo por un rato en la cama de un hotel. Caí a ríos después de beber mares, sólo por ella. Leí los libros que todos leían y los que nadie quiso leer y tiré, sin mirar, los que yo escribía. Fumé cartones y comí delicias, y fumé colillas y tragué porquerías, en estaciones, y aeropuertos y en playas y pensiones. En camas desconocidas viví con lo que desde el colchón se alcanza con la mano, tabaco, patatas fritas, agua mineral, periódicos. Sudé y temblé entre paredes viejas y manchadas, medí el tiempo en convulsiones, gozosas unas y terribles otras. Despedí y recibí al sol en playas y en callejones, sobrio y ebrio, entrando en iglesias y saliendo de bares. Estuve y volví.