Quietos somos seres pensantes pero inútiles. Moviéndonos, corriendo, somos semilla del diablo, rebeldía y posibilidad de algo. Siempre malo, pero siempre con la esperanza de que esta vez, sólo ésta, mágicamente, por ser nosotros, resulte algo bueno. Pasa el tiempo lento en reposo y corre mientras corremos. Ése es el castigo. La velocidad agota el combustible de la vida a un ritmo mayor que el ralentí del pasmo vegetal.
No hace falta mirar porque aunque no te vea sé que estás al lado. Al ritmo de un relámpago o al de una nube. Parando para regodearnos en la inutilidad de las ideas o corriendo a un precipicio. Thelma y Louise sabían algo y nosotros también. Nos lo explicó a todos Kowalsky. Es el viaje lo que importa y siempre queda un litro en el fondo del depósito para el último kilómetro. Para estrellarse o caer, pero rápido y lejos.