El deseo del culo no es una inclinación natural como la que tenemos por el azúcar o las tetas. Es un gusto para entendidos que hay que buscar y cultivar.
Tampoco al culo se llega por casualidad. Al culo se acude. Reverente, respetuoso, novicio. Como un becario en prácticas hay que presentarse ante él informado, dispuesto y humilde. Atento a lo que sucede. A los culos que pasan, a los culos que no pasan y a los culos que deberían pasar.
El culo no llega a ser una religión, pero exige parecida devoción. Esa que otros malgastan en cromos de locomotoras a vapor, sellos de repúblicas lejanas, teteras en miniatura o cucharillas de plata. Ese respeto, esa reverencia y recogimiento del alma que hace del gozo un asunto no sólo físico sino también intelectual.
No hay tal cosa como una colección de cromos del culo. No hay una enciclopedia del culo. No hay un estudio serio, severo, erudito e informado del culo y sus avatares. No existe una rama de la literatura, una entrada en los catálogos de las bibliotecas, dedicada al culo. No hay círculos científico-literarios devotos del culo y sus sinónimos, sus posibilidades y sus goces y sus limitaciones. Adolecemos, en fin, de lo que se podría llamar una cultura del culo.
Somos, por ello, adolescentes del culo. Y para madurar en el culo es preciso conocerlo, apreciarlo y valorarlo a fin de que su disfrute sea pleno. Y para eso deseo y exijo, en primer lugar, seriedad y temor de dios. Y luego, si se avanza lenta y esforzadamente en el camino del conocimiento, vendrá el gozo infinito del cachondeo y el pecado. Siempre carnal.