Podría acampar en algún punto entre tu espalda y el culo, vagar sin rumbo entre el cuello y los hombros. Podría sestear a la sombra de tu barbilla, caminar mirando a lo alto la cuenca de tus pechos. Explorar las honduras de tu ombligo y descender atrevido por tu vientre. Perderme en la selva de ese monte y avanzar lentamente, con precaución de explorador. Oír cómo resuenan en mi cabeza lejanos los tambores, la llamada de la selva, detenerme y vigilar, atento y sudoroso. Sé que recuperaría el ánimo y seguiría, perdido y embriagado, hasta encontrar, sabiéndolo ya cercano, el origen del mundo.