JM escribe reseñas y noticias falsas con nombre supuesto en revistas de viaje y turismo. Esto, dicho así, a algunos les parecerá censurable o poco ético pero a mi me parece el summum de lo literario. A JM le dan el nombre de un hotel en la Riviera Maya, un suponer, y desde su cuarto escribe en un portátil sobre la llegada, el recibimiento, la experiencia en el resort, la playa anexa, los restaurantes de los alrededores y alguna escapada de un día a puntos de interés en las proximidades. JM se documenta para todo ello mirando en Google, Goggle Maps y con la imaginación de quien ha leído mucho. JM hace por pocas pesetas, como Salgari, lo que hacía Salgari por pocas liras; hablar de los sonidos de la selva, de la amabilidad y las sonrisas de los nativos, de los atardeceres ecuatoriales, el olor del mar y las arenas blanquísimas que al sol de mediodía hieren la vista. JM, yo que lo conozco un poco lo sé de cierto, preferiría fabular en el tono de Conrad en El Corazón de las tinieblas, darle a todo un aire algo más tenebroso, ominoso. Yo lo imagino imaginándose a sí mismo cínico y algo perverso, como el sudoroso y alcohólico Reverendo Dr. T. Lawrence Shannon de Tennesee Williams, guía turístico pufo para ingenuas e incautas maestras de mediana edad.
Lo cierto es que recrear realidades es más difícil que inventarlas desde cero, sin cortapisas o limitaciones. No es lo mismo sentarte y fabular sobre Laputa, isla asentada sobre un diamante que flota en el aire por la influencia de un gigantesco imán, que sobre la Casa Iguana Hotel, Avenida Cinco de Mayo No. 455, Mismaloya, Jalisco, tres estrellas, dos piscinas, vistas a la bahía, y conseguir darleal relato un toque cálido y personal. Te reciben Isaías y Belmira, los propietarios, una pareja encantadora que hace cinco años abandonaron sus respectivas carreras en las finanzas y el derecho corporativo en México DF para darle a sus vidas un nuevo rumbo. La felicidad de esa nueva vida, que se advierte en sus miradas, tiene directo reflejo en el trato cercano que dan a sus huéspedes: de amigos. Ya se advierte que la libertad absoluta en un caso trueca en prisión en el otro, lo cual, si se asume, no es tan grave. Sujetar la creatividad desbocada con el arnés del soneto siempre ha producido mejor cosecha que el verso libre.
Los viajes falsos, empezando con la Odisea y continuando con lo de Marco Polo, son un género de larga tradición. Aún diría más, lo de ir a los sitios para contarlos es una modernidad a la que nos han acostumbrado pero tan inútil y ridícula como la supuesta necesidad de ser mujer joven y negra para hacer la traducción de una poetisa joven y negra. A un buen libro de viajes no le quita nada el no haber viajado ni, por supuesto, le añade nada el haber vivido realmente las penalidades que se relatan. ¿serían mejores los libros de Kapuscinski si realmente hubiera vivido todo lo que cuenta? Mi respuesta es, por supuesto, un no rotundo. Que los ojos de polaco no hayan visto una masacre o que un enano de la corte del Negus no haya existido o, de haberlo hecho, no fuera exactamente un enano no suponen alteración alguna del texto.
En el XVII y XVIII los jóvenes europeos de buena familia hacían en Grand Tour, un viaje iniciático por los lugares supuestamente más importantes de Europa. París, Ginebra, Génova, Milán, Venecia, Florencia, Roma y Nápoles eran paradas obligatorias. Algunos libros relatando las maravillas del viaje por ejemplo el “Viaje a Italia” de Montaigne contribuyeron a poner de moda entre la nobleza lo que ya era una costumbre de intelectuales, artistas y filósofos desde el Renacimiento. Eso desencadenó una avalancha de libros llamados “Viaje a Italia”, hasta el punto de constituir un subgénero en sí mismos. Para qué ir si no te puedes chulear. Charles de Brosses, Chateaubriand, Goethe, Moratín y varios centenares de jóvenes lords ingleses escribieron a su vuelta un Viaje a Italia en el que relataban en un par de tomos las maravillas vistas y vividas y en ocasiones incluso recuento y explicación de las baratijas y antigüedades compradas en cada lugar. Esto, como ha venido a demostrar el erudito Boscoe Pertwee en su libro “Imaginary geography in Grand Tour literature”*, dio lugar a un floreciente negocio de escritores en la sombra, lo que diríamos negros, que ponían en literatura las experiencias casi únicamente alcohólicas y cortesanas de jovenzuelos abúlicos y desinteresados tergiversándolas todo lo necesario hasta hacerlas pasar por sublimes. Esto, hoy, en tiempos del turismo en masa, sin presupuesto para negro literario, lo hacemos nosotros mismos tomando selfies sonrientes en lugares insalubremente calurosos, insoportablemente fríos o desagradablemente ruidosos y masificados porque para qué ir si no te puedes chulear.
Mentir sobre la felicidad o, si me apuran, sobre la infelicidad, carece de interés; todos lo hacemos. Lo curioso, y así lo demuestra Pertwee, es que no habiendo viajado los negros a Italia y teniendo poca o ninguna ayuda de los cansados viajeros, tomaban todas sus referencias, descripciones, distancias y paisajes de otros libros anteriores o de los clásicos romanos. Y en ocasiones fantaseaban sin arnés ni remordimiento. Ello llevaba a enormes errores y tergiversaciones que, en muchas ocasiones, parecen deliberadas. Caso paradigmático que cita Pertwee es la descripción que se hace hasta en 23 distintos relatos de viaje y diarios publicados de la Villa de Saint Andeol-de-Eyrieux. Se situaría a unas veinte leguas en el camino de Lyon a Valénce y todos la describen como fuertemente amurallada y de planta octogonal, con una capilla medieval en cada vértice y una bellísima basílica casi en el centro desde cuya torre, también octogonal, se divisa todo el ameno Val de Glandage y sobre el horizonte, al oeste, se recorta un enorme farallón de roca llamado Treschenu-Creyers. Saint Andeol-de-Eyreux, tristemente, no existe. Tristemente, decimos, porque las sucesivas elaboraciones de su privilegiada situación, idílico paisaje, armoniosa arquitectura y la bonhomía de sus habitantes la convertirían en un lugar en el que hacer una parada aún hoy en día.
Boscoe Pertwee, después de un ingente trabajo de búsqueda y cotejo, propone una genealogía De la Villa inexistente y rastrea sus orígenes hasta las falsas memorias de viaje de Henry Scott, tercer duque de Buccleuch, encargadas a un tal Walter Bower, reputado escritor de sermones por encargo para clérigos de la iglesia de Escocia. Bower se sacó de la manga un mundo que, a diferencia de la Laputa de Swift, la Vetusta de Clarín o la Utopía de Moro, mil viajeros juraron haber visitado después, haber comido en sus figones y dormido en sus posadas. Hasta la llegada de Disney y sus parques de plástico nadie había conseguido que la gente viviese, de verdad, en un lugar imaginado.
JM, por ahora, escribe sobre lugares que existen y sólo les añade un brillo especial, el brillo que tuvo Saint Andeol-de-Eyreux y Boscoe Pertwee ayudó a robarle, ese brillo que sólo tienen las cosas que no se conocen, las cosas que se imaginan. Espero que un día se deje llevar por su lado oscuro y empiece a llenar las revistas de hoteles, cascadas, playas y paisajes maravillosos e inexistentes y la gente llame a sus agencias de viajes haciendo reservas en hoteles puramente literarios.
*University of Strathclyde Publications Services, Glasgow, 2011.
Ya lo he dicho en otra parte, pero lo repito, y lo repetiré una vez y otra :
Me encantan estos textos suyos ( y eso que soy cuadriculada, concreta, y casi sin sentido del humor ).
Y me encantaría que los publicase juntos, en forma de libro , con papel bueno, cosido en cuadernillos, y con tinta que no se corra ni horade el papel.
Que si los imprimo yo, y los llevo a encuadernar, duran mucho menos.
Por Favooor.
Gracias, Viejecita. No tengo proyectos en esa dirección pero quién sabe; todo puede pasar. :))