Los de A Pobra le dicen A Puebla, o le decían, hasta que empezaron a normalizar el gallego, que era un idioma muy anormal. El gallego sin normalizar suena en cada casa, en cada pueblo, un poco distinto; como el pan, diría yo. Nada mas simple que harina agua y sal y al final en cada sitio cambia el sabor, la textura, el aroma, el color y la forma. Cambia todo y sigue siendo pan; qué reto para la IA de Chatbot. El gallego normalizado es como el pan de las hamburguesas. Es igual en todas partes, sabe igual en todas partes y los que nos gusta el pan, si un día nos levantamos algo críticos con el sistema, algo pesimistas, dudamos de que sea pan. De A Puebla do Caramiñal tuve un amigo, R, que tenía una conservera, una casa enorme en la playa do Areal con la consabida pareja de palmera y araucaria añosas y un hórreo pufo, un hórreo hecho de nuevas para darle sabor enxebre al jardín. En A Pobra, me entero hoy por un obituario de la La Voz de Galicia, murió Fabeiro, el hombre que nunca hizo ruido. Fabeiro se llamaba en realidad José Manuel Abal Vilas pero nadie le llamaba así. La necrológica la escribe Neftalí Abal, a quien supongo sobrino del hombre silencioso y corresponsal de La Voz. Neftalí, sexto hijo de Jacob, fundador del pueblo de Israel, es para muchos nombre con reminiscencias poéticas. Neftalí quiere decir “mi lucha” lo que los alemanes dirían “mein kampf” y, oh misterios de la vida, es el segundo niño nacido por gestación subrogada después de su hermano Dan. Casi todo está en la Biblia. Neftalí ejerce en la ría de Arousa lo que el abuelo de Jabois en la de Pontevedra, la corresponsalía de un diario con la misión de dar cuenta de esos detalles de la vida de los pueblos que merecen trascender efímeramente en la letra impresa del periódico del día. Lo cierto es que la Ría de Arousa es prolífica en escritores de mérito. Si empezamos de dentro hacia afuera tenemos a Rosalía y Cela en Iria, a Castelao en Rianxo, a Valle-Inclán y Camba en Vilanova. Da un poco la impresión de que es más una cosa de la banda de Pontevedra, más que la de A Coruña, pero ya se irá viendo; no está todo escrito y no tenemos ninguna prisa. Neftalí hace, presumimos que de su tío, una ternísima necrológica que parecería hasta desapegada si no supiéramos leer entre líneas. Fabeiro, que no se llamaba Fabeiro, fue de todo y estuvo en todo lo que se cocía y organizaba en A Puebla pero siempre de ayudante, de acólito, siempre el hombre en la sombra, el indispensable que rehúye el protagonismo. Fabeiro fue la clase media, la sal de la tierra, el aire que uno respira y echa en falta cuando no lo encuentra. Fabeiro, podríamos apostar, se fue sin dar la lata, sin algarabías, sin aspavientos. Si Neftalí no hubiera remitido a la central de La Voz en A Coruña esa breve nota, esa nota aparentemente burocrática, quizá todos en A Pobra tardarían en darse cuenta de que faltaba. ¿Qué es de Fabeiro que hará un mes que no lo veo? Fabeiro trabajó en una imprenta, de camarero en bares y en una conocida discoteca, de cocinero, de panadero y de sacristán. Fabeiro anduvo embarcado, como casi todos los que son alguien en esa ría y ofició de cocinero en los atuneros del índico, esos que descargan el pescado congelado en las Maldivas o las Seychelles, esos que paran en Capetón a la ida y a la vuelta. Fabeiro, además, echaba silenciosamente una mano en las cosas del deporte, las de la cultura y las de la religión. Ofició, como se dijo, de sacristán en la de Santiago do Dean do Castelo, que es de donde sale a Procesión das Mortallas. Esta no es tan de espectacular como la de Santa Marta de Ribarteme, en la que los ofrecidos procesionan en su propio ataúd, llevado a hombros por parientes y amigos, del que por intercesión de la Santa libraron temporalmente. En la de Santiago do Dean los ofrecidos transitan amortajados de morado, el color de la desdicha y de Podemos, y detrás llevan el ataúd familiares y amigos. Digamos que la diferencia es si vas delante o dentro de la caja. Lo curioso es que en A Puebla se vaya fuera cuando es un pueblo conservero, una villa que hace vida metiendo cosas en cajas. Fabeiros hay en todos los pueblos y son todos parecidos pero un poco distintos, gente que está ahí diríamos que siempre y para casi todo, gente un poco anormal de tan normal que es. Hombres que nunca hacen ruido pero si faltan, de pronto, queda como un silencio.
Ya lo he dicho en otro lado, pero no importa, lo volveré a decir las veces que sean . Me encanta. Como también digo que me gustaría tenerlo en forma de libro, de papel, para tenerlo en mis estantes al lado de los libros de Torrente Ballester, de los de Cunqueiro , y también de los de Domingo Villar…
En cambio los de Cela, y los de Valle Inclán , los tengo en otra biblioteca con los que no me gustan tanto. Y, me temo que a Rosalía de Castro, ni siquiera la he leído ( ¡ que desastre el mío !).