BITTER END

El tío Inocencio, tío de mi padre, estaba del revés por dentro, uséase que el hígado a la izquierda y el corazón a la derecha y todo lo demás igualmente cambiado. También tocaba estupendamente la mandolina, otra cosa que aprendió en Bristol cuando estuvo escapado para no ir a la guerra de Cuba, además del inglés portuario. La cosa se llama situs inversus totallis. Lo de los órganos cambiados, no lo de la mandolina. Inocencio iba más allá y además era zurdo y mandaba cartas con letra pendolada llenas de borrones, se ve que el papo de la mano le arrastraba sobre lo escrito. También mandaba tabaco de pipa para su hermano y cucharillas de plata para mi abuela, la pequeña, se ve que por ir haciéndole un ajuar. En Navidad enviaba a su madre jarras de barro vidriado con brillos cobrizos que por aquí aún llamamos de Bristol. Las cucharillas quedaron todas en casa de mi abuela y estaban estampadas con el logo de la P&O, Peninsular & Oriental, así que supongo yo que o bien las pilló todas en el barco en el que escapó y las mandaba administrándose o trabajaba en uno y las hurtaba cuando le entraban las ganas de escribir. Puede ser, de todo pasa en un puerto, antes y ahora que eso no ha cambiado, que las comprara a sus legítimos poseedores, amigos ellos de lo ajeno. Nadie sabe muy bien por qué se marchó Inocencio, el caso, y ahí hay acuerdo, es que su padre le dió el dinero necesario para librar, las 1500 pesetas que costaba la redención en metálico, cuando de las guerras se libraba pagando un canon. Se fue a La Coruña a hacer la gestión y en lugar de ello se montó en un barco que salía para Iglaterra. A Inocencio el asunto de las tripas se lo descubrió allá un médico inglés cuando lo tuvieron que operar de apendicitis. Le dolía donde no era, contaba poniendo la mano en el abdómen, y pese a los gritos pensaban que eran gases pero de casualidad al matasanos el asunto le sonaba. Había sido médico en la flota que bombardeó Alejandría y mientras la Royal Navy se entretenía invadiendo Egipto él operó a un escocés que por dentro estaba, como el tio de mi padre, todo desarreglado. Algo en Inocencio le recordó al marino aquel, quizá el acento descalabrado usando el idioma, lo cual le salvó la vida. Contaba con gracia cómo lo operaron en una habitación alquilada encima de un pub y al doctor le subían cerveza de vez en cuando y cómo todo quedó en suspenso a la hora del almuerzo, dejándolo sobre una mesa de roble tapado con una sábana porque no le entrara el frío ni lo comieran las moscas. Salchichas con puré de patata, cerveza y una copita de oporto. Se fumó una pipa de tabaco holandés y subió a rematar el asunto. Inocencio sabía navegar porque anduvo de tripulante en el barco de un práctico, eso sí lo contaba. En todos los puertos de Inglaterra y Escocia los prácticos habían llegado al establecimiento de un turno y corría la lista para cada barco que se aproximaba. Excepto en Bristol, donde pillaba el trabajo el primero que abordara el mercante que llegaba, así que entre los empresarios del gremio era tradición una competencia feroz que derivó en la construcción de barcos cada vez más rápidos y tripulaciones que reñían por cada trabajo como si de una regata se tratase. Los armadores, de consecuencia, mantuvieron una activa política de fichajes robándose a la marinería y a los pilotos más hábiles. La pericia náutica de poco le sirvió a la vuelta porque por el pueblo pasa un río muy truchero pero nada navegable. Lo de la mandolina sí, que las mozas de su quinta, las que habían quedado para vestir santos, le hacían ojitos cuando tocaba y cantaba suavecito en un inglés que suponían macarrónico y más que probablemente lo era. Todo esto se contaba en casa de la abuela unas veces con más detalles que otras y siempre con una cierta desconfianza, como en condicional. Se ve que nadie se fiaba mucho de Inocencio, quizá por lo de la huida, quizá por lo deshilvanado y confuso de su relato. Un desertor es un desertor, por mucho que repita uno que no fue miedo sino precaución. Un día descubrí en un libro de fotos viejas de regatas a de la tripulación del Bitter End sonriendo en cubierta luego de ganar una regata de la que no recuerdo el nombre, quizá la Fastnet. El segundo por la izquierda era Inocencio, casi con certeza, pese a la barba de expedicionario ártico y el jersey gordo de punto. Mi abuela, estando aún, ya no estaba para recuerdos así que la certeza que uno siente queda sin confirmar por quién sabe; los parecidos los carga el diablo. Inocencio volvió a marcharse, al parecer a faenar al bacalao en un velero portugués. Salían de Leixoes y al llegar a Terranova los marineros iban quedando en un bote con cebo y línea, comida para el día, un farol y una corneta. Al anochecer encendían el farolillo y el velero los iba buscando y si se cerraba de niebla tocaban la corneta. En alguno de esos viajes Inocencio no volvió, que o bien se lo tragó el mar o le dio una nueva vuelta a su vida. Igual, quién te va a decir que no, eso de estar al revés por dentro te lleva a tomar, en los cruces esos que tiene la vida, el camino contrario al esperado. Estas cosas pasan, las noticias apenas llegan, quien las recuerda no siempre las cuenta completas y los recuerdos se van apagando e incluso confundiendo. Nito, el de la Señora Pura, aseguraba que Inocencio murió en Brooklin en una pelea en el puerto y, pobre como una rata, le pagaron el entierro los de La Nacional, en inglés The Spanish Benevolent Society, en la que eran mayoría los gallegos pero sólo bailaban flamenco. Decía que de buena tinta lo sabía porque, y es eso verdad, su primo Manuel fue de la directiva. Se ha muerto mi abuela, y con seguridad también Inocencio, y se han muerto Nito, y Pura y muchos más que podrían recordar algo y, para colmo, he olvidado en qué libro salía la foto aquella. Hay vidas así, creo yo, vidas que son incomprensibles y nos resultan confusas, vidas extraordinarias por infrecuentes que no dejan recuerdo porque no les ven los coetáneos mucho sentido. Vidas que sus protagonistas consumen conscientes, quiero pensar, de que esos altibajos les abocan a un amargo final y de ahí al olvido.

11 thoughts on “BITTER END

  1. Recordar sólo se recuerdan a un puñado de personas por cada generación.
    Tampoco damos para mucho más, aunque algunos sean especulares y espectaculares.

  2. Yo creo que no hace falta recordar a las personas ni a sus historias exactamente como fueron. Que su recuerdo forma parte de quienes les recordamos, y acaban haciéndose leyendas, y relatos estupendos, como este…
    Y si en la realidad, esos tíos Inocencios acabaron «mal», o si «murieron cristianamente» con una monjita al lado rezándoles el rosario, no importa mucho, siempre que la realidad no se cargue la leyenda.

    Yo siempre había estado convencida de que Voltaire , que era uno de mis héroes, había muerto insultando a La Muerte y a Dios, y se me cayeron los palos del sombrajo cuando leí no recuerdo donde, que había tenido una muerte edificante y cristiana.
    Inconvenientes de haber tenido una infancia ultracatólica.

  3. Bitter end
    VaLenta
    Pas encore
    Cassandra’s dream

    Hay mucha poesía en algunos nombres de embarcaciones.

  4. «jrG says:
    20 enero, 2020 at 7:39 pm
    Recordar sólo se recuerdan a un puñado de personas por cada generación.»

  5. Viejecita, estoy de acuerdo. La exactitud le quita mucha poesía a todo. A la vida sobre todo. Mejor las historias, que siempre son falsas y hacen soñar.

  6. No sé si habré conseguido copiar este relato de D.Tumbaollas, al que echo muchísimo de menos en La Argos, desde que se murió.
    En su blog «Mi abuelo también fue picador » , Neo tiene un apartado para los relatos de Tumbaollas. Yo voy periódicamente a leerlos. Y de allí lo he intentado copiar .

    La galerna
    eltumbaollas dijo:
    Sábado, 3 agosto 2013 en 12:38 pm
    ¿Qué cojones es una galerna?
    Aparecieron dos bultos en la playita de Ontón, eran las dos chicas; faltaba el otro cadáver. A mí nadie me preguntó pero supe cómo se inició la tragedia. Una tarde aburrida de Agosto remaba en el viejo bote del Club Náutico de Castro Urdiales (CNCU) quizá buscando piratas pues no tendría más de diez u once años. Acababa de oír por primera vez la palabra galerna pronunciada con entonación castreña por un marinero vestido de azul al que llamaban Ochoa. Viene Galerna, dijo con un Ideales en la boca y esa mirada, que alcanza más lejos, propia de los hombres de mar. Seguí su mirada y el horizonte parecía una mancha negra de turballón. El Nordeste ya soplaba pero la temperatura aún era agradable. Yo sabía que si el mar se volvía negro había que ir a casa a por un chubasquero y merendar. Me dispuse a abandonar la balsa en la que enredando entre los Optimist me bañaba una y otra vez. Cogí el bote para acercarme a la escala pero antes me di una vuelta entre las embarcaciones exprimiendo hasta el último minuto antes de la lluvia y sintiéndome un pirata cruel o un remero de trainera ballenera. De repente dejé de remar; allí estaban las dos chicas y un chico de unos dieciocho años aparejando torpemente un viejo Snipe de madera. No lo sabía entonces pero mis impulsos sexuales preadolescentes me dominaban y me quedé observando a las chicas. Miraba su pelo, sus pulseras, llevaban chicles en sus bolsos y olían mejor que mis hermanas. Él era de Madrid y ellas de Bilbao. Recuerdo el apellido de él pero a ellas las olvidé adrede. Una me llamó y lo hizo por mi nombre. ¡Me conocía! Remé con fortaleza y acudí a su llamada con gran determinación. Me echaron una escota y me pidieron que les remolcara un poco hasta acercarles a la bocana. Amarré con habilidad el cabo a una cornamusa de popa y comencé a bogar. Les miraba mientras intentaban izar la mayor y una se arrebujó para tratar de encender un Winston. Viene galerna, dije como si supiera de lo que hablaba y presumiendo de marino. El chuleta madrileño, con desprecio, me dijo que qué cojones era una galerna; me puse rojo y sentí una mezcla de odio y envidia. Quizá era sólo envidia que siempre envuelve odio. Después de soltarles remé de vuelta al Náutico viendo cómo se peleaban con el foque y el negro mar se acercaba.
    En la cena reñía con mis hermanas agotando la inmensa paciencia que mi abuela nos otorgaba cuando, no sé cómo, llegó la noticia: tres chavales que habían salido a navegar no habían vuelto. Sentí el primer gran golpe en mi alma. Se hizo un silencio pastoso en todo el pueblo y deseé morir. Acabé la cena como pude y en vez de pelear con mi abuela por la hora de acostar me escondí en la cama. Sin lágrimas lloré del alma, sin lágrimas lloré de terror, sin lágrimas lloré de culpa. Recé, recé y recé pidiendo que fuera un error y que todos se reirían del malentendido. Por la mañana, más temprano que nunca y sin desayunar corrí con mi bicicleta GAC hasta el Náutico. No me atreví a entrar por el terror a que me acusaran y que todos supieran que yo fui el culpable.
    Primero apareció el Snipe boca abajo, después las dos jovencitas en la playa de Ontón. A él lo vieron en unas rocas de Mioño. Y mi infancia se agotó.

  7. FantÁstiCO 🙂
    Las regatas de traineras también tienen su origen en ver quien llegaba a puerto antes con la pesca y marcaba el precio de la venta.
    Buena PrOA.

  8. Mi abuelo me contaba piques entre lanchas de vapor con el manómetro tapado, y como algunos amigos nunca llegaron a puerto.

  9. En Fuenterrabía la costumbre era llamar a las barcas como la madre o la mujer.
    Las de mi padre siempre se llamaron Dora, como mi madre. Las de su hermano soltero y mi padrino siempre se llamaron Diega. Me costó saber porqué pensé que sería el nombre de una antigua novia, pero no, era el nombre primero de su madre.
    Siempre le llamamos amona Juanita, poruqe ella ocultó su primere nombre que no le debía gustar nada. Me enteré con 18 años cuando falleció y lo ví en su esquela, «Diega Juana».
    Cómo son las cosas…

  10. Ahora tengo hijo marino, más bien pescador. Sabe hacer todos esos nudos y disfruta haciéndolos y poniendo los nombres, son muy poéticos y enrevesados, como versos de amor.

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