DISFRAZARSE

Cuando uno llega a ciertas cosas el ojo empieza a seleccionar y, de pronto, el universo está poblado de casos idénticos. El acontecimiento es indiferente, lo mismo vale que tu mujer se quede embarazada, estrenes coche, rompas un brazo o te caiga el pelo. Acaecido el hecho desencadenante, cualquiera que éste sea, de pronto adviertes que las calles están abarrotadas de guapísimas embarazadas, veloces automóviles de la misma marca y modelo y color, individuos taciturnos con el brazo en cabestrillo o atractivos calvos de mediana edad. Consciente de tal mecanismo, de esa especie de Google Alerts que llevamos en la parte más reptiliana del cerebro, cuando me compré una moto esperaba algo parecido. Ver moteros por todas partes que dispararan esas alertas. Eso no ha sucedido, lo cual me ha sumido en profundas reflexiones.

Al contrario que para bucear o esquiar, y para la mayoría de los deportes, actividades para las que existe un atuendo especial y canónico, no hay un disfraz de motero; hay muchos. Como en casi todas las cosas de la vida, de mi vida, la falta de planificación me ha llevó a una situación de impasse, a una encrucijada en la cual el ímpetu inicial de actuar sin mucho pensarlo se vio frenado en el primer contratiempo. El caso es que debería haber decidido con antelación qué clase de tipo con moto soy, o quería ser ser. Para algunos eso, seguramente, será fácil. Gente con tendencias sólidas, vivencias asentadas y opiniones fundadas. También estoy seguro que un elevado grado de empatía ayuda a la hora de identificarse con uno de los muchos grupos y grupúsculos en los que se divide el ambiente. Yo, que en ambas cosas tiendo a lo contrario, sigo perdido a la espera de encontrar mi sitio y proceder a disfrazarme en consecuencia.

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