EL CLIENTE UN MILLÓN Y PICO

Ayer estuve en los Madriles, a defender un pleito, claro. El martes de carnaval de toda la vida de dios no se trabaja pero los madracas son así, van a destajo. Estajanovistas que elijen a alcaldesas comunistas y abren las tiendas 24 horas, full time, economía de guerra. El juicio bien, uno hace lo que tiene que hacer, quiere creer que con solvencia, y a otra cosa mariposa. Luego mi hija me llevó a comer a un chigre de esos típicamente madrileños. Menú de nueve pavos, gallinejas, oreja cocida, callos, sesos rebozados y, como concesión a los transeúntes, cazón en adobo, milanesa y otras porquerías. La otra obsesión de los madracas es la casquería, yo creo que cosa del hambre de la guerra. No pasarán, puente de los franceses que bien te guardan y aprendieron a comérselo todo y se conoce que le pillaron el gusto. El caso es que hace unos días entró en el antro con las amigas y el personal de servicio le cantó e hizo muchas fiestas. La clienta un millón, le dijeron. Les dieron de comer y beber gratis y eso, claro, fideliza. Creo yo que se quedaron con ellas. No quise preguntar si lo que les cantaron fue lo de El Turista 1.999.999 de Cristina y los Stop o si les dijeron moooo-nuuuu-men-toooos con voz de López Vázquez alterado por una sueca. Es que el jefe es un tipo eficaz y feo al que le falta una paleta, cosa que disimula porque los otros piños los lleva tan desordenados que tapan algo el hueco. Como cuando te expulsan a un central y los de las bandas se cierran para evitar la coladera. Hay que decir que no todo en él es un desastre. Tiene, por ejemplo, unos ojos azules como los de Redford. Todo lo demás ya sí y doy fe, e imaginármelo en tesitura tal, metiendo todas esas sílabas en dos compases, me producía una sensación próxima al desagrado. Quedé luego con Josénez a tomar unas tónicas. En el Florida Park, me dijo, y a mí eso me sonó a coña. A que ahora se iban a quedar conmigo. El Florida Park es un hilo del que si tiro me salen Susana Estrada, Nadiuska, Amestoy, Pajares y Esteso, José María Íñigo y cosas así. 500 Millones, Esta noche Fiesta y tal. El destape, la transición, chaquetas de caballero entalladas con doble bolsillo y pelos cardados. Todo una vuelta al pasado de TV en BN, himno y carta de ajuste. En visitando sitios es conveniente fiar del guía nativo, así que venciendo escrúpulos, otra vez, sin dudarlo mucho allá me dirigí. En el metro. En el metro de Madrid. Viajar en el metro de Madrid es viajar al extranjero, cosa que para los que no tenemos posibles es muy de agradecer. Es como lo de la montaña que va a Mahoma. Parece imposible, pero pasa, y si no bastara mi palabra por dos euros pueden cualquiera comprobarlo personalmente. Todas las extranjeras van con leggins, y túneles y vagones parecen los subterráneos de una ciudad malla, túneles en los que el tiempo pasa con otra velocidad y calidad. Como en el Corte Inglés o en la cárcel. Uno se despista de dónde está, cuánto tiempo lleva allí, si es día o noche, llueve o luce el sol. La gente, los extranjeros y los nativos que visitan el extranjero, se distraen mirando el móvil. Vi a una señora de mediana edad que no miraba una pantalla y pensé en la pobreza, quizá no le alcanza y posiblemente se siente excluída, sin redes sociales, sin amistades que alcancen estas profundidades y este espacio-tiempo absurdo y traqueteante de estación en estación. Saqué el mío de inmediato por ver si evitaba que, además de nativo, me confundieran con un desposeído. A mi lado una chiquilla que viajaba con su novio, sentado al otro lado del pasillo, ambos con auriculares, ambos mirando la pantalla, flirteaba. Le mandaba a su crush selfies que modificaba con frases sobreimpresas y orejas de conejo o cerdito. Snippets de vídeo en los que ponía morritos y lanzaba un beso al móvil y éste, aleccionado de alguna manera que se me escapa, le ponía labios de starlette de los que, como burbujas de hombre rana, con el muac salían estrellitas que explotaban en corazoncitos. El muchacho, sentado enfrente, ya digo, miraba arrebolado la pantalla de su móvil en lugar de mirarle las piernas de mooo-nuu-men-toooo. Alguien debería escribir sobre el metro. Alguien que combine el Viaje en Autobús con Los Autonautas de la Cosmopista. Me dice Josénez, tomando unas tónicas que en el metro todos son feos y desagradables, todos son como los comunistas de las manifestaciones de Foxá, cosa a la que, con levísimos matices, asiento. La investigación debería centrarse en desentrañar si esa fealdad, esa falta de gusto, es un efecto propiamente del ambiente subterráneo que afecta a todos los que entran o es que sólo se animan a entrar quienes ya las padecen. Se me ocurre que podría buscarse un banco a la entrada de una de esas madrigueras al subsuelo y, un día soleado de una de esas maravillosas primaveras que tienen allí, observar a los que entran, si ya entran feos y desaliñados, con ojeras y el pelo revuelto y sucio. Y luego contarlo para que lo sepamos. Me dijo Josénez que iba a acercarse Emecé pero finalmente no pudo ser. Cita con el dentista de uno de los churumbeles, cosa que me parece justifica cualquier ausencia. Con lo que sonríe la mamá, dando por cierto que ese carisma es hereditario, y el aumento de la esperanza de vida es conveniente que los dientes no le salgan como al casquero, que no quede condenado a cien años de gallinejas y oreja con los piños en desorden, arrastrando de por vida la carga de viajar en el metro con pinta de madraca rojo foxaniano, o foxalitano, o como se diga. Me cuenta, con la segunda tónica, sus proyectos de escrituras, el Josénez, y tienen muy buena pinta, coño. Le cuento la ausencia de los míos y me conmisero un poco, un rato, mientras un gorrión del Retiro revolotea, también sin planes, alrededor de nuestra mesa. Luego la conversación, como siempre, fluye como si nos conociéramos de toda la vida y pienso que quizá es así.

2 thoughts on “EL CLIENTE UN MILLÓN Y PICO

  1. Que cosas comen los jóvenes de ahora cuando no van al mac Donalds.
    Los padres fieles a la tradición, nos tomamos unas tónicas para pasar el mal trago.
    El metro no obstante es sitio fascinante.

  2. Me encanta este texto. . Yo no voy en autobús, ni en barco, que me mareo, pero sí que voy en metro. Y a las horas en que lo uso, y en esas líneas, suele haber gente bien peinada y bien educada, de la que ve a una viejecita y le cede el asiento.
    Y sí que he tomado sesos, que a mi abuela Marichu le encantaban, pero nunca pensé que fuera comida típica madrileña. En cambio, lo de las gallinejas, lo tuve que buscar en San Google a ver qué era.
    Siempre pensé que lo típico de Madrid eran las porras, las rosquillas del santo, y los bocadillos de calamares.

    Y Gracias

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