Del culo de la Monja no hablo con conocimiento de causa. Cuando hablo del culo de la Monja, como cuando hablo de Dios, sólo especulo. Son especulaciones en las que vierto otros conocimientos, otros saberes, y los amalgamo con intuiciones y presunciones bien fundadas. Sobre el culo de la Monja, aunque hable en primera persona, sólo sé lo que me permito imaginar. Porque es un culo que está fuera de circulación, como los maravedíes y las antiguas pesetas. Sólo unos pocos elegidos han tenido acceso a algún culo de monja, generalmente personal de clerecía. Y eso sólo porque el roce hace el cariño y con los de extramuros, pues no lo hay.
El culo de la Monja es uno de los secretos de la cultura occidental. El último gran secreto, una vez aireadas las aventuras y desventuras de los sacerdotes, las herramientas que portan bajo la sotana y los agravios a sus monaguillos falderos. Qué distinta la historia de la civilización si esos acólitos infantes hubieran llevado minifaldas sesenteras en lugar de sayones medievales. En fin, no vale la pena especular más de lo que ya ellos especulan sobre este tema. Mejor concentrarse en el último refugio de la cacareada castidad católica.
El culo de la Monja es delicioso por guardado. Es flanero, de la consistencia de la gelatina; frutal pero sin un concreto sabor. Cubierto, oculto, nunca soleado y jamás sobado, tiene una piel deliciosa, blanca, suave y leve como de angelote barroco. La reserva, al contrario que en los vinos, es garantía de suavidad de las carnes y las pieles. El culo criado en esas cavas monacales, arcos y más arcos, habitaciones y más habitaciones con nombres de raíz latina, es sedoso como una piel bien batida en la curtiduría. Un proceso lento y sosegado, dando tiempo al tiempo.
Otras cavas, por ejemplo las de los vinos, envejecen, endurecen y arrugan. Refuerzan y resaltan. Pero las de los conventos católicos, con esas mismas piedras, arcos, pasillos, humedades y estaciones detenidas en atmósferas de sótano, producen en los culos el efecto contrario. Conservan la piel suave, blanca, virginal e infantil. Diríase que envejecen, sí, pero sin madurar. Son ovejas que mueren de venerable ancianidad con la pinta exterior de corderitos. Salen como entraron.
El culo de la Monja es, por otra parte, amplio y rotundo, aunque, como ya se dijo, sin perder lo que tiene de suave y virginal. El culo de la monja no es el culo de un niño. De ninguna manera. El culo de la monja tiene las holguras y profundidades que se le suponen a un culo de castillo medieval. Es un culo bien alimentado, cuidado y descansado; noble sin llegar a señorial, orgulloso sin llegar a soberbio. El culo de la monja es el culo del prójimo, de un vecino amistoso, que da de comer al hambriento y de beber al sediento. Es un culo que se acerca a visitar al enfermo pero que, por otra parte, no permite ni la más leve aproximación. Un culo sobre el que sólo cabe especular. Y sólo eso hacemos.