La patinadora, al contrario que las dueñas de otros culos, se desliza sin caminar. Tal circunstancia, que influye en toda su anatomía, lo hace especialmente en su culo, que sufre aburrido y triste. El culo de la patinadora, pese al ejercicio atlético, siempre se descuelga un poco asomando bajo la faldita del uniforme ajustado. Es su forma de pena y llanto. Atrapado bajo esas bragas orladas de lentejuelas consume las horas tristes de su existencia sufriendo las evoluciones, revoluciones y circunvoluciones de las patinadoras alrededor y junto a sus compañeros patinadores. Sufriendo las caídas provocadas por un mal apoyo, un agarre defectuoso, un giro imperfecto. De nada vale razonarle que la carrera de la patinadora profesional es breve, que en unos años gozará de la libertad y cadencia para la que todo culo nace y que todo culo merece. El culo de la patinadora tiene motivos para desesperar.
Un culo es un señuelo de la naturaleza, un cartel publicitario, una promesa de curvas, carnes y roces. Su sentido es ser la miel que atrapa las moscas de las miradas sucias, que pierden pié y se deslizan gozosas por el desfiladero que lo atraviesa. Una trampa que tritura los deseos con el bamboleo trepidante de las nalgas acompasadas, como las ruedas de un molino hacen polvo de los granos. Por eso un culo que abdica de ser cebo y cepo de lujurias es un culo agrio y frío.
El culo de la patinadora la acompaña veloz por la pista helada. Pero a pesar de mantenerse a su lado en giros imposibles, saltos sorprendentes y rapidísimas carreras sin aparente esfuerzo, nadie le presta atención. Es un culo solitario bajo los focos del pabellón. Un culo al que su dueña obvia y los admiradores de ésta hacen por no ver. La patinadora sabe de la importancia de la posición de la cabeza en los giros vertiginosos; de la barbilla; de la postura de las piernas en los cambios de sentido; de la atención que las juezas prestan a la posición de brazos y antebrazos y aún de las manos. Pero para todos, juezas, público y patinadoras, el culo es como si no existiera. De hecho hay una regla no escrita –y por ello resulta imposible rebelarse contra ella– que decreta la inexistencia del culo de las patinadoras; el tabú más absoluto. Exhibirlo, pensarlo, aún tenerlo, resta puntos. Esas milésimas que suponen la diferencia entre el éxito y el fracaso.
No obstante las patinadoras saben que el sexo vende, y así se desnudan cada vez más, hasta el límite de morirse de frío. Por eso para llegar más allá de ese punto loco de escote de puta de arcén sustituyen el color del uniforme de su selección nacional por tela de un adecuado color carne que imita la desnudez. Así vemos falsas espaldas desnudas; imitaciones de pechos que casi se salen de escotes debidamente reforzados; brazos aparentemente al aire forrados de tejidos térmicos. Y, tristes nosotros y ellos, culos que no son más que bragas de Bridget Jones supersónicas.
El culo, en el frío mundo del patinaje profesional no existe o no debe existir. Los que nos fijamos en estas cosas hemos descubierto hace tiempo y denunciamos en alta voz ese desprecio, pero no conseguimos se le preste la debida atención. Los manifiestos, las manifestaciones y cartas de protesta, la colección de firmas, no ha servido para nada y, los pocos que somos, nos hemos dado por vencidos. Nos limitamos por ello a observar con desánimo y guardar en el fondo de nuestros corazoncitos la esperanza débil de un milagro o de una lesión, leve pero determinante, que aparte a la patinadora de las pistas y lance al culo a esas calles llenas de moscas.