Celedonio significa golondrina y jamás habría yo aventurado tal cosa. La ignorancia es atrevida pero siempre se queda corta, por lo que vamos viendo. Queda por ello precioso el nombre de Celedonio Flores, poeta del tango arrabalero, aunque las golondrinas se dediquen a la dieta de moscas y no liben de aquellas: pájaro y flores. Son las golondrinas bichos carnívoros a su modo quebrado y veloz y pasan mazo de lo vegano. A Celedonio, el primero de los golondrinos, le dieron matarile en Calahorra cuando éste era un villorrio del Imperio Romano, no como ahora que es población mundialmente conocida. Te conminamos a que renuncies a tu fe, dijeron, y él que no y que no y estas cosas se arreglaban con decapitaciones, lo mismo que ahora en el califato. Se ve que los tiempos avanzaron una barbaridad en algunas regiones y religiones, La Rioja por ejemplo, y que en otras no se enteran. A Celedonio, golondrino, se lo cargaron en compañía de Emeterio, otro que tal. Emeterio significa media fiera, otra cosa insólita; sorpresas que te da la etimología. Aquí habría apostado yo por «el que regurgita» o algo así de vomitivo pero lo que dice la Wikipedia va a misa y que San Pedro se la bendiga. El trato con farmacéuticos en ocasiones es contraproducente y nos lleva a etimologías todas ellas pura patología, y no hace falta poner ejemplos que éste se basta. Eso sí, nos hemos salvado por los pelos de tener un santo patrón de intoxicados, bulímicos y anoréxicos. Dicen que Emeterio y Celedonio podrían haber sido hermanos y que sus cabezas, previamente separadas de sus cuerpos con ocasión de su mentada contumacia en la fe, aparecieron en Santander navegando en una barca de piedra. Esto es evidente plagio o intertextualidad u homenaje encubierto al mismísimo Apóstol Santiago, que llegó a Iria Flavia en idéntico medio de transporte. Igual era una barca de alquiler con conductor, me ha venido a la cabeza al leerlo, pero luego me ha dado como reparo por si fuera pecado de pensamiento. El que a los suyos se parece honra merece, decía mi abuela, y los hermanos calagurritanos, a lo que se ve, salieron parejos en lo terco y lo firme de sus creencias. Ambos dos a dúo son los patrones de Calahorra, esa ciudad que tiene obispo, casa de putas y frontón y que el viajero poco avisado podría confundir con Washington, como aquel espabilado que en su día confundió Albacete con Nueva York. También son patrones de Santander y allí reposan sus calaveras, uséase, sus ceniceros, que diría el Perroantonio. Celedonio Flores, boxeador y poeta, quizá de estos detalles no era consciente y ni puñetera falta le hizo para escribir las letras desgarradas de sus desenamoramientos. Dicen que a la fuerza ahorcan y que algunos versos salen del alma, lo cual no tiene necesariamente que ser cierto ni mucho que ver con esta historia, sólo tangencialmente. Un Celedonio, como se podría ver incluso sin lentes de aumento, puede hacer primavera, al menos en Buenos Aires, y llevar al tango a lo más alto. En Argentina, me han contado, estas cosas van al revés, lo que viene siendo exactamente al contrario. La primavera es cuando aquí el otoño y el invierno cuando el verano. También el agua del lavabo gira, al irse, en distinta dirección. Esto quizá tenga algo que ver con el baile, de emociones desgarradas y hasta brutales que es el tango, en oposición a la ingenua simplicidad del vals, esa danza de sentimientos homeopáticos. No lo descartemos. El caso es que yo tampoco tenía ni idea de la triste historia de Celedonio y su hermano Emeterio, que la hagiografía siempre fue en esta casa un género olvidado y por algunos, entre los que me incluyo, incluso despreciado. Errores así tienen causa y origen en esa soberbia propia de la juventud, ni más ni menos, y debiendo ser enmendados en ello estamos. Vale.