Hay cosas de las que hay que hablar. De Celedonio Flores y sus letras de tango es necesario, imprescindible, incluso. Al igual de por qué sale Cunqueiro haciendo cameos en todas las películas de Hichcock. Son éstos asuntos de importancia a los que nadie mete mano. Las razones son varias y asumo que confusas. Cunqueiro, mentiroso de raza, nunca mencionó sus apariciones porque la mejor manera de mentir en lo evidente es callar. Eso lo sabemos todos. En cambio desconozco por qué los padres y las madres no bautizan a sus hijos Celedonio, por qué los padrinos no insisten en cristianar con ese nombre, por qué autoridades y fuerzas vivas ponen estatuas al despiadado Ernesto «Che» Guevara y desplantan a Celedonio «El Negro» Flores. Celedonio nació en Buenos Aires, algo que tampoco añade nada pero ayuda a entender, en 1896 en Villa Crespo, rodeado de criollos, emigrantes y rufianes y todo lo que éstos con ellos traen y llevan. Llamándose Celedonio Flores uno está necesariamente llamado a algo grande. Es ese nombre de boxeador a los puntos, poeta bohemio o playboy internacional. Un poco como Neftalí Reyes o Porfirio Rubirosa. Hay nombres que animan al triunfo porque o bien son pedestal sobre el que destacar o enorme losa bajo la cual languidecer como dependiente de ultramarinos o empleado de funeraria. Celedonio, Cele, como le llamaba Gardel, nació sensible y variopinto así que además de boxeador de juventud y precoz poeta en lunfardo se animó mucho al noble arte de frecuentar mujeres. Entretenido golpeándole a otros púgiles de alma menos sensible esperó hasta los 24 añitos para enviar un poema, que tituló «Por la pinta», a un periódico bonaerense que premiaba con cinco pesos cinco al mejor de cada semana remitido por los lectores. Poeta es, ya lo dijo della Fontana, el que tiene un premio y ahí ya no ahondaremos más por ser asunto adecuadamente tratado. El poema lo leyó Gardel, ese cantante francés o uruguayo, que anda el río biográfico medio revuelto, y entusiasmado lo hizo tango inmortal con el título de Margot. El resto, amistad imperecedera con el ídolo Gardel, intensa vida bohemia y cultural y al tiempo saneada en lo económico, varias docenas de letras que definieron para siempre el tango, establecer el lunfardo como parte de una identidad y una tristeza levemente moralizante, son asuntos que habría que tratar con detalle, pero es mejor escuchar sus letras mil veces cantadas. Triunfa un poeta cuando sus versos son buenos y se leen, cuando se leen mucho; y pasa a clásico cuando se le censura y prohibe, como a él le ocurrió, y el pueblo sigue cantando sus estrofas.
entre el humo de los puros y el champán de Armenonville.
a la que a mí me olvidó.
pa’ayudarte en lo que pueda cuando llegue la ocasión.
¡ingeniosamente bestial! Como casi siempre…