Eliseo Cotelo Segade era un tipo fuerte y de carácter taciturno, barba espesa de marino y el forro curtido y flojo que gastan quienes han visto lo que nadie quisiera ver. Tantas veces me he cruzado con la muerte, decía, que nos saludamos. Y quizá algo de familiaridad había porque de buena mañana, en el Café Ideal, cantaba los muertos de esa noche. Ha muerto la Doña Agripina, el Señor la tenga en su Gloria. Eso era así desde que volvió de Rusia de pelear en la División Azul de donde trajo dos esquirlas de metralla en la cadera derecha y dos dedos a faltar en la mano izquierda. Cojeaba con la dignidad de quien se sabe respetado, si no por sus semejantes sí por quien te señala con el dedo y te manda al infierno.