CUATRO TREINTA Y CINCO

Uno se piensa libre, bohemio, desordenado y algo pasota y de pronto, con un escalofrío, se descubre la costumbre de meter las monedas en la máquina de tabaco por estricto orden jerárquico de valor. La de dos, las dos de uno, la de veinte, la de diez y por último la de cinco. Cuatro treinta y cinco, ducados rubio en paquete blando. Y me doy cuenta, además, de que lo hago siempre y desde hace mucho. Desde que dejé de ir al estanco. Un día a la estanquera le hice el chiste, que no rió, de que tanto pedir en voz alta paquete blando al final iba a producirme indeseadas consecuencias. Posiblemente me engaño al decirme que paso de las estanqueras sin  sentido del humor, cuando en realidad se trata de que no quiero repetir una y otra vez en voz alta paquete blando. Sólo por si acaso.
Así que debería aceptar que soy exactamente lo contrario de lo que pienso, un hombre de orden, maniático y neurótico.

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