SESUDOS ESTUDIOS

Todo el mundo tiene culo al igual que opinión. Lo que es menos frecuente es tener opinión sobre el culo. Y cuando digo opinión no digo gustos, deseos o pasiones. Tampoco me refiero a pareceres o convencimientos. Hablo de juicios fundados en sólidas experiencias y sesudos estudios, aunque se hallen teñidos, eso si, de un sereno entusiasmo en su exposición. Por eso paso el dedo por la goma de su braga y medito sobre curvas, temperaturas y pendientes. Fórmulas matemáticas, trigonométricas, cuyas sutilezas percibe la mano y busca la vista pero que de ordinario escapan al cerebro, ocupado en otras cosas, en goces más superficiales. El gozo del ojo que se desliza desde el cuello, recorre la espalda y en su descenso asciende el inicio del culo sólo para dejarse caer es una gráfica en la que pi, esquivo y mimoso, se acerca y aleja. El círculo, figura pitagórica perfecta, se ve refutada por esas aproximaciones, por esas formas que si se acercan al valor de la constante es para luego alejarse, inconstantes, como las mujeres.

Pasa la vista y le sigue la mano, o viceversa, mensurando, cubicando, comprobando, porque la experiencia nos enseña que no existe una braga perfecta. Resigo con las yemas de los dedos, juguetonas pero exigentes como un joyero con sus gemas, los límites de esa braga, levantándola apenas, y doy en pensar que topológicamente una braga es, válgame dios, una superficie de género dos. Y que siendo el culo preferentemente deleite del ojo hay, no obstante, un punto que no detecta, un punto que, una y otra vez esquivo, se le escapa. Hay un punto que es una línea que es del tacto, de la palma de la mano, de la yema del dedo. Es un asunto sutil. Es una pregunta sin respuesta o quizá una pregunta imposible de contestar. Un asunto nebuloso, no estudiado o quizá no bien estudiado. ¿El culo, dónde empieza? Preguntas y todos saben, o creen que saben, pero nadie alcanza a contestar. ¿Dónde ésa curva es espalda y dónde, de pronto, quizá misteriosamente, deja de serlo? Quizá, y sólo quizá, haya una fórmula que defina una línea de cadera a cadera a partir de la cual, con la certeza de las abstracciones geométricas, esa curva ininterrumpida ya es culo. Un número mágico que define una pendiente que se encamina a pi, una función que devuelve, con la precisión inhumana de lo matemático y dadas ciertas variables, una línea tropical a partir de la cual, el navegante, con el alma henchida de gozo, pueda afirmar que se halla, ahora sí, camino de su ecuador. Una fórmula que nos desvele cuándo empieza el culo, como al guardiamarina bisoño el sextante, que sostiene con mano trémula, señala cuándo cambia de nombre el mar. Mientras no se desvele dicha función, esa ley de la naturaleza, habrá que seguir recurriendo a la combinación de intuición y experiencia que forma los saberes de los pueblos primitivos y los poetas. Dejar que la mano, demorada y zalamera, recorra la espalda, bajando, titubeando, reculando y retomando, buscando torpemente una asíntota. Se requiere la fe de un converso, la sensibilidad de un zahorí y la concentración del contable. Conviene, también y sobre todo, cerrar los ojos, respirar despacio y afinar el oído, encomendarse a dios o al diablo y musitar una plegaria o tararear un tango. Dejar que la piel interrogue y la piel hable. Eventualmente, si se aproxima con el alma limpia y la voluntad presta, al aficionado a estas exploraciones se le desvelará poco a poco el secreto que, a falta de regla científica, no es uno sino muchos, tantos como culos. Ésta y no otra es mi sesuda reflexión sobre el arduo problema del comienzo del culo. Vale.

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