No me esperes porque llegaré antes y por sorpresa. Por la espalda, a traición, con la ventaja del asesino, su premeditación y su deseo. No me esperes porque ya ando por ahí, rondando, vigilando, ansioso y avizor. Llevo tiempo, porque el tiempo en el deseo es el silencio en la música, lo que la separa del ruido. Y así mezclo deseos y silencios, pausas y ritmos para hacer sonar la lujuria. Y sin ruido, me desplazo, mirón de tus andares y palabras, de los instantes pequeños de tus gestos. Esos mechones, esos labios, esos dedos. No esperes verme llegar, porque tengo la ventaja del criminal, siempre un paso por delante, la del profeta, siempre una palabra por delante y la del libertino, siempre un deseo por satisfacer. No te molestes en pensar qué, cómo o cuándo porque está decidido, está deseado y se está acercando. Eres la causa de un deseo que se inflama y del que ambos somos presas, tú dos veces, porque también lo eres mía.
Sales y te espero y sé que no me ves y te sigo, de lejos, espiando tus gestos. Caminas y te huelo entre el tráfico y siento en la mano el bamboleo de tus caderas del infierno. Y sonrío de deseo, por el mío y el que despiertas en el pueblo, extrañado de cruzarse con una princesa por la acera.