Miro mi mesa y pienso que necesito un pisapapeles. Es, confieso, una de esas necesidades que son capricho, uno de esos deseos rayanos con el vicio. En realidad, si bien lo pienso yo no necesito para nada un pisapapeles para pisar papeles. Todos mis papeles, que son muchos, están en carpetas; desordenados pero en carpetas. Podría, quizás, necesitar un pisacarpetas o algún aparato que cumpliera similar función. Pienso, a pesar de ello, que lo que me convendría tener en la mesa, además de las carpetas llenas de papeles, desordenados y ya leídos, es un pisapapeles y que me solucionaría muchos problemas. Hay aparatos que, más allá de su función, le dan a uno una prestancia que es difícil de explicar pero que se advierte a simple vista. No es lo mismo, habrán de reconocerme, sentarse ante la mesa de un profesional si en esta hay un pisapapeles que si no lo hay. No me refiero a uno cualquiera, claro está, sino a uno excelso. Mira tú, dirán algunos, un pisapapeles excelso, pues no pide nada. En los caprichos no se manda, son así, vienen así y suelen irse por donde vinieron, sin previo aviso y, muchas veces, dejándote con cara de gilipollas y un adminículo cualquiera en la mano, uno que hasta hace nada pensabas que te iba a dar mucha prestancia.
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