Generalmente soy capaz de resistir esas ganas que me entran a veces de dar opiniones, por varias razones: siempre sobran –opiniones–, hay demasiadas; las mías ya las conozco y me resulta más interesante perder el tiempo conociendo las de los demás y, finalmente, suelen ser mal entendidas por extrañas. Esta vez no me resisto.
Contracorriente creo que la ocupación militar –incruenta– de Crimea por los rusos es un enorme avance para la paz y eleva a Putin a la altura de estadista, de esos que saben que tienen razón, toman decisiones arriesgadas y las ejecutan rápido y bien. Confieso que antes de esto me resultaba desagradable como sólo lo puede ser un Berlusconi eslavo, un bravucón interesado sin el gracejo italiano. Quizá sea así y su acierto sea pura casualidad.
El nacionalismo, ya sea étnico o cultural, fue la causa de dos guerras mundiales nacidas en Europa. Las fronteras no se adaptaban a las razas, religiones y culturas, creando tensiones que derivaron en constantes conflictos y matanzas. Los Balcanes son el ejemplo. Musulmanes, cristianos católicos y ortodoxos, además de varias etnias. Posiblemente ni ellos tengan claro qué territorio para quién y cuándo. La Primera Guerra se cerró en falso y la segunda, por acuerdo tomado en Yalta, solucionó el problema todo lo posible moviendo, a lo bestia, a la población. Millones de polacos dejaron territorio que hoy es ruso, millones de alemanes abandonaron territorios que hoy forman parte de Polonia; ucranianos, dejaron Polonia y polacos lo que es Ucrania. Cientos de miles de judíos abandonaron Rusia, Polonia, Ucrania, y en general los países del Este. Griegos salieron de Macedonia y Turquía y turcos de Grecia. Movimientos de población brutales que ajustaron las poblaciones a los territorios. Esto se obvia pero casi con seguridad haya sido la causa de la paz europea desde entonces. Algo que se ha olvidado por comparación con los millones de muertos en la guerra. Hoy los europeos creemos que hemos olvidado los nacionalismos cuando en realidad Europa se está construyendo a base de buscar lentamente lo que puede haber de común entre estados muy “nacionalistas”. Este papel lo explica perfectamente. Vale la pena leerlo con atención.
Caído el bloque del Este cayeron los estados artificiales que quedaban, la Checoslovaquia de checos y eslovacos, la Yugoeslavia con billetes impresos en cinco lenguas y dos alfabetos. Y la definitiva separación –por ella bombardearon Kosovo los USA – trajo, si no la paz con mayúsculas, al menos la ausencia de guerra y matanza.
Crimea es rusa. Está llena de rusos y prorrusos y el referéndum claramente lo confirma. Era rusa hasta los años 50 en que la URSS la adscribió a la república soviética de Ucrania. En una situación de conflicto interno en una Ucrania que en gran parte de su territorio y población sigue vivo el recuerdo del Holomodor una Crimea rusa es un foco cierto de próximos problemas graves. De los peores. De los que empiezan guerras mundiales.
Rusia no puede ni permitir una guerra civil en Ucrania en la que se vería obligada a intervenir a un alto coste, ni perder su gran puerto no congelado, su salida sur al mar, evidentemente estratégica. Ni tampoco permitir una Ucrania alineada claramente con la OTAN con escudo antimisiles en sus mismas fronteras.
Los USA y EU son miopes y se equivocan. El lío Ucraniano empezó precisamente por las tensiones internas prorrusas y antirrusas. Más que proeuropeas o antieuropeas. Siendo la población rusa una minoría el resultado parecía evidente. Perdieron el poder y, lógicamente, temieron lo que ya pasó al menos dos veces antes. Incluso el líder judío ucraniano -otra minoría- recomendó a sus fieles la salida del país.
Putin tomó Crimea sin disparar un tiro, rápido e incruento, con la aquiescencia de la población. Las tropas ucranianas involucradas posiblemente tendrían un porcentaje elevado de crimeos prorrusos. Organizó en menos de una semana un referéndum que ha sido ganado por una mayoría abrumadora. Obtiene así sus objetivos estratégicos principales y separa dos comunidades que muy posiblemente habrían acabado enfrentadas. El objetivo de controlar completamente Ucrania parecía demasiado difícil o imposible, además de injustificable. De ahí la retirada de Yanukovich. Empeñarse no solucionaría nada sino que agudizaría el problema.
Ahora queda el lenguaje de la diplomacia que, a estos efectos, es baladí. Crimea no necesita ser “reconocida” internacionalmente: ya es Rusia. Las sanciones necesariamente acabarán diluidas en el caso de que se lleguen a imponer, porque Rusia puede contraatacar en ese flanco perfectamente; compra demasiado a Alemania y Polonia. Eso sin hablar del gas. Hablarán durante décadas en cientos de foros sobre la legalidad del referéndum, la legalidad de la anexión de territorio por medio del derecho de conquista, el ajuste al derecho internacional de detalles históricos sobre la realidad del carácter ruso de la población. Todo sin llegar a nada más que a la consolidación de la situación por el paso del tiempo.
Cuanto antes se den cuenta USA y la UE de todo esto, mejor. Y que paren a los exaltados ucranianos –que en gran parte los exaltaron ellos– porque pretenderán no ya reconquistar Crimea –son bravuconadas– sino curar el orgullo herido oprimiendo minorías rusas en otras partes del territorio ucraniano, lo cual es volver al punto inicial.
En definitiva: Crimea era un foco seguro de conflicto étnico y cultural, uno más en la historia de Europa. Caso de desatarse Rusia no hubiera podido no intervenir, viéndose obligada a un enfrentamiento directo contra el ejército ucraniano. Eso hubiera sido guerra en Europa. Podría, quizá, haberse asegurado la salida al mar en Sebastopol por medio de la negociación, pero su posición habría sido siempre endeble. Una Rusia débil puede parecer algo conveniente pero no lo es.
Una derivada interesante es ésta. La posibilidad de una Rusia, perdiendo protagonismo, alineada con Israel. La situación de ambos parece ideal para ello y si Israel es capaz de manejarse para combinar su relación con USA al tiempo que se acerca a Rusia se convertiría en invulnerable a las tensiones de la zona.