EL CULO DE LA MUJER INVISIBLE

El culo de la mujer invisible es invisible, como la mujer misma. Se discute sobre su existencia con agudos e imaginativos argumentos a favor y en contra pero, como con el sexo de los ángeles o la tumba de Jimmy Hoffa, finalmente, cuando la polvareda se posa, queda al descubierto que nada cierto se sabe. El acuerdo de los acalorados polemistas sobre la inexistencia de prueba sólida alguna suele suceder ya rebasado el límite temporal de lo sensato y más o menos a la hora de comer. Aprendiendo de la experiencia ajena, y saltándonos así estériles diatribas que nada aportan, podemos decir ya, sin más preámbulo, que el culo de la mujer invisible no existe. Éste es un sólido comienzo y posiblemente un adecuado final para una indagación científico-técnica. No obstante, a los solos efectos polémicos y a los fines de este estudio, que advierto carece de seriedad y aún de intención alguna, podemos afirmar rotundamente y siguiendo a Wittgenstein que todo lo pensable puede ser expresado, ergo sobre el culo de la mujer invisible podemos hartarnos a hablar. Este comienzo es más endeble si abrazamos ciegamente los axiomas de la física tradicional, pero no carente de apoyos en la cuántica y perfectamente demostrable desde los de la filosofía o la psicología. Si Vd. amable lector no puede demostrar que en un universo distinto pero solapado al nuestro no viven hermosas mujeres que comparten espacio y tiempo pero cuya masa no interactúa con la del nuestro, ha de concederme la posibilidad de que, efectivamente, existan. Por otra parte es evidente que cosas y entes que no existen tienen plena realidad si las observamos con el ojo de la mente, y son expresables si seguimos la doctrina del filósofo. Dios, Papa Noel, Mary Poppins y Darth Vader comparten realidad con la mujer invisible, el Buen Salvaje, las mónadas y el Leviathan, todos ellos bajo la atenta mirada de la Reina de Saba y Don Mendo. En esa amplia y profunda zanja entre lo que existe y lo que se puede pensar y expresar con palabras se mueve como pez en el agua la mujer invisible, contoneando lasciva pero inútilmente su culo magnífico. La atracción fatal que ejercen las carnes prietas y lozanas de ese volumen perfecto, la elegante sensualidad de sus movimientos, es sólo fruto de las palabras que las describen. Son los adjetivos sonoros y evocadores, las metáforas sorprendentes y las comparaciones arriesgadas las que despiertan a la realidad y al deseo esas formas turgentes y voluptuosas, esas semiesferas de balón medicinal. El culo de la mujer invisible existe porque quiere existir y despierta en nosotros ese mismo deseo. Lo anima esa fuerza también invisible, indefinible y difícilmente expresable que animaba al afamado Agilulfo Emo Bertrandino de los Guildivernos y de los Otros de Corbentraz y Sura, caballero de Selimpia Citerior y Fez. Yo, que soy correa de transmisión de ese ansia y deseo, de esa lujuria que se sostiene en el aire por su propia verborrea espero que, como su émulo guerrero, se enfunde un día en una braga vistosa y cumplida que permita solazar la vista, si no en sus mismísimas carnes, al menos en sus propios enfundados volúmenes.

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