Un hombre no debe usar pijama. Eso deberían de enseñarlo en colegios e institutos, visto que los padres fracasan en transmitirlo a sus hijos. Un hombre debe, no obstante, tener un pijama, igual que en cada casa debe haber un extintor. No pregunte para qué situación se guarda ese pijama, no es para una urgencia. Sólo hay que tenerlo, que las mujeres lo vean, sepan que existe. Las mujeres en general. La madre, la esposa, la asistenta, la ex-novia, la amante fija o la esporádica.
Un hombre no debe usar ese pijama. Está ahí sólo como muestra de civilización, denotando que uno es un hombre de bien, un caballero, o que al menos es capaz de comportarse como tal. Esa es su única función. Usarlo para dormir sería absolutamente contraproducente. Las mujeres son así. Veamos la causa.
No hay espectáculo más deplorable que un hombre ocioso. La imagen de una mujer tumbada en un sofá es estética. Un hombre en la misma postura en el mismo sofá no está tumbado, está tirado, desplomado. Es una imagen desagradable y no hará más que escuchar bromas y quejas de mujeres sobre ello. Un hombre no es para estar inactivo, luce sólo en movimiento, en funcionamiento, en actividad. Hay mujeres que sienten ese atávico desagrado por el hombre parado hasta al verlo leer sentado. Si tiene usted pareja y planea descansar déjese de modernidades, invente una disculpa y váyanse al bar. No tome esa cerveza en casa, mirando la tele. Acabará con su relación. Quizá no hoy, quizá no mañana, pero pronto y por el resto de su vida. Ella no soportará para siempre el verle ahí delante, ocioso, sin hacer nada. Las mujeres odian eso como nosotros que ellas se pasen el día hablando.
¿Alguien se ha preguntado por qué el viaje de luna de miel? Sólo hay una cosa que justifica ese dispendio de dinero y energía y no es, en absoluto, ninguna de las que de ordinario se aducen: conocerse, disfrutar, empezar con ánimo la vida en común. Lo cierto es que la única razón es impresionarla a ella. A la vuelta del viaje usted llegará a casa con su esposa y, para el resto de su vida, comenzará una rutina en la que se irá a trabajar temprano volverá tarde y cansado y querrá tumbarse en el sofá. A descansar. Usted piensa que tiene derecho a ello, ha trabajado duro todo el día, es su casa, es su tiempo. Y se equivoca. Relea el párrafo anterior.
Su mujer no le ve a usted trabajar, no ve con lo que se enfrenta cada día, las decisiones que toma, los riesgos que arrostra, los pesos que carga y las tensiones que soporta. Ella sabe todo eso, claro que lo sabe. Y lo entiende, por supuesto que lo entiende. Se da cuenta de lo mal que lo pasa y se lo hacen pasar. Pero no lo ve. Ella sólo lo ve a usted ahí tirado en el sofá. Vagueando, haciendo nada, constantemente, día tras día, sin parar. Un espectáculo deplorable. Un hombre en sus peores momentos.
La luna de miel es el momento en el cual ha de impresionar usted a su mujer, de una vez y para siempre, demostrando cuán activo, inteligente, eficaz, duro, resistente, imaginativo, capaz de resolver e improvisar puede ser. Es la oportunidad de crear recuerdos a los que ella pueda acudir cuando, años después, lo descubra en una siesta demasiado larga y lo vea ya calvo, gordo, sudoroso, con la camiseta vieja que tanto le gusta y un hilillo de baba en la comisura del labio. Por eso un viaje de novios ha de ser cuanto más largo, complicado y dispendioso mejor. Planee visitar continentes, muchos países, todos los climas, cuantos más hoteles y desplazamientos mejor. Es caro, pero vale la pena. No es gasto, es inversión.
Ha de ser un viaje en el que les pierdan las maletas, no les respeten las reservas en hoteles, aviones y barcos, los nativos hablen idiomas incomprensibles, los taxistas pretendan estafarlos, las enfermedades y los mosquitos los acosen; que el riesgo se pueda notar en el ambiente. Eso le dará oportunidad de exhibirse como el tipo que una y otra vez la salva de ese caos que es el mundo. No se estrese, no es necesario triunfar y vencer todos y cada uno de los contratiempos. Recuerde que ella estará allí, viéndolo. Sabe lo que es posible y lo que no. Lo importante es que ella lo vea esforzarse y no cejar, insistir, tenerlo claro. Las mujeres no quieren un héroe, que es un tipo que tiene algo más importante que hacer que atenderlas a ellas, quieren un sólido pilar al que echar mano ante un problema.
Por supuesto no es imprescindible un viaje así, pero su ausencia le aboca a una vida triste de bricolage. O se fabrica usted una imagen de hombre sólido y capaz de una sola vez, viajando, o se la tiene que currar día a día el resto de su relación, solucionando miles de problemas estúpidos que le atascarán la vida, como los pelos en el desagüe de la ducha. Créame, es más fácil explicar que no entiende qué coño quiere el armenio del bigote grasiento que no entiende las instrucciones de montaje de la estantería Lördjmåme.
Volviendo al pijama. Un hombre no se pone el pijama porque un hombre no tiene previsto, no planea, dormir. Un hombre no descansa. De pronto cae rendido, no puede más y se mete en cama con unos calzoncillos y una camiseta.
Será cómodo y calentito, pero resista la tentación y no lo use. Déjelo en el cajón y nunca, nunca, lo lleve de viaje.