Al ver “La gran belleza» y conocer a su personaje Jep Gambardella recordé de inmediato a Cyril Connolly, un inglés de clase media acomodada nacido con el siglo XX y educado en Eton, el más elitista colegio inglés. Allí fue compañero de Orwell, a quien dejaba en segundo lugar en los premios de literatura. Terminó sus estudios en Oxford, en el Balliol College, donde fue amigo de Evelyn Vaugh y de esa pandilla de snobs que éste retrató luego en Retorno a Brideshead. Acabada su formación Connolly era la puñetera promesa de las letras inglesas, el próximo gran novelista, el próximo gran poeta, el próximo gran lo que se propusiera. Inteligente, culto, lector voraz y exagerado, con un estilo reconocible, vigoroso y fluido, con las amistades propicias en los ámbitos correctos.
Pero Cyril era un diletante, tan vago como competente, tan tímido como talentoso, con tanto sentido del ridículo como capacidad crítica. Así que acabó dedicado a la crítica literaria por necesidad económica y temor a enfrentar sus muchos proyectos de obra maestra. Sus reseñas gustaban incluso a los autores malparados y eran alabadas como ejemplo de lectura inteligente. Escribió una novela, “The Rock Pool”, 1936, que era divertida pero que no satisfizo a quien dejó escrito “Cuantos más libros leemos, antes nos damos cuenta de que la verdadera misión de un escritor es crear una obra maestra, y que ninguna otra tarea tiene la menor importancia.”
Casado con Jean, la amante de su amiga lesbiana Mara, viajaron por el sur de Europa gastando lo que no tenían y coleccionado lémures. Quizás resulte sorprendente pero, dado que su padre coleccionaba caracoles y su madre amantes, no completamente extraño para un Connolly.
Publicó un nuevo libro, “Enemigos de la Promesa”, 1938, mezcla de ficción y ensayo, en el que se justifica. Tras un brillante repaso crítico a la literatura de su época acaba autobiografiándose intelectual y estéticamente. La Promesa es la obra maestra que se siente llamado a crear y los Enemigos son muchos, el trabajo menor y alimenticio, las distracciones mundanas y los defectos de carácter.
Divorciado de Jean, durante los años 1942 y 1943 llevó unos diarios que son lo mejor que ha escrito y de lo mejor que se ha escrito nunca. “The Unquiet Grave”, traducido unas veces como “La tumba inquieta» y otras como «El sepulcro sin sosiego”. El dolor de la ruptura y el sentimiento de fracaso como escritor se mezclan con la certeza de su capacidad, su enciclopédico conocimiento de la literatura occidental y la lucidez sobre las causas de todo ello. Se permite mezclar con una pedantería cordial y distante citas de los mejores autores desde Grecia a la actualidad, que unas veces vienen a cuento de sus propios pensamientos y otras disparan sus reflexiones. Tiene un tono lejano, desencantado, lúcido, lúdico, amargo en ocasiones. De sabio cercano, de erudito exquisitamente educado en la incorrección bien expresada, nunca hiriente. Crítico y autocrítico, desvelando y desvelándose. Trata sobre nada y es un compendio de todo; uno de esos libros que puedes releer una y otra vez. Si lo dejas y retomas en dos años, creyéndote más sabio, más culto, más maduro, más leído, verás que eso nuevo que aprendiste ya estaba en “El Sepulcro”.
«El objetivo de Amar es acabar con el Amor. Lo logramos a través de una serie de amores infelices o, sin el estertor de la muerte, gracias a uno que es feliz.»
Lo cierto es que, aunque obtuvo reconocimientos y se casó dos veces más, desde entonces se dedicó a sobrevivir con estilo a su fracaso. Dejó inacabada una novela “Shade those laurels”, traducida como “Ampara esos laureles» finalizada por un amigo y publicada en 1990.
La verdad es que, ahora mismo, no sé qué cosa, qué tono, qué desencanto, qué gusto por la belleza, qué estilo lejano, qué forma de amar y perder hay en Gambardella que me recordó a Connolly. Quizá son el final de una época, de un modo de mirar y mirarse, pero no puedo asegurarlo. Lo cierto es que llegamos a una edad en la que finalmente nos convencemos de la inevitabilidad del fracaso. De que ese gap entre el deseo y la realidad que de ordinario se rellena de autoengaño seguirá ahí y ha estado desde siempre. Nadie soporta esa cegadora lucidez sin unas gafas de sol con montura de cinismo negro y cristales de un cordial desapego. Damos valor a lo esencial, a ideas y logros, cuando lo importante es el cómo capear lo ineludible; decadencia y final. En la vida la forma prima, como en la literatura, y eso lo sabían Cyril y Jep. Ellos cuidaron el tempo, el tono, la belleza, el recuerdo y la eliminación de anécdotas y personajes innecesarios para la trama.
«El descubrimiento más consistente que he hecho tras cumplir 65 años es que no puedo perder tiempo en hacer cosas que no quiero hacer.»
Jep.
«No merece la pena conocer a nadie que haya superado los treinta y cinco años si no se trata de alguien capaz de enseñarnos algo más de lo que hayamos podido aprender por nuestros propios medios en un libro.»
Cyril.