Hoy me miré en el espejo y advertí sorprendido que inconscientemente he dejado de recortarme la barba desde el inicio del hiato. Parezco ahora el Mandy Patinkin desastrado de algunos episodios de Homeland, pero deslizándome peligrosamente en dirección a los ZZTop más pordioseros. Hay cosas que son así, que están ocurriendo y uno mismo no lo sabe, lo cual es un evidente contratiempo. “¿Y cómo ocurrió?” preguntaba un personaje en un corto que un día ya lejanísimo osé escribir, producir y dirigir. “Primero poco a poco, luego de repente.” Así son las cosas, algunas cosas. Leí, o quizá imaginé, la historia de una mujer que, de pronto, fue consciente de que quería divorciarse entrando en el coche con su marido, saliendo de vacaciones. En ese instante en el que el conductor arregla el espejo retrovisor con los bultos ya en el maletero, el destino grabado en el navegador y una botella de agua entre los asientos supo con absoluta certeza que quería el divorcio. Un inesperado instante de lucidez en el que fue consciente de que desde hacía más de un año cuando iba en coche con su esposo, y sólo con su esposo, no se ponía el cinturón; que en esos trayectos su mente caprichosa jugueteaba con accidentes mortales, y daba por buena la suya. No sé qué puede ser lo de la barba más larga, que me pone cara de sospechoso, de más sospechoso de lo habitual. Lo cierto es que estos días leo y releo y me encuentro fabulando sobre cuál es la dosis exacta de rencor, el punto correcto e inteligente de odio, las razones morales de la venganza. Sobre la ausencia absoluta de referencias en este hiato en el que sólo llegan ecos de la desgracia. Dice Enzensberger que al fracasado le queda la resignación, a la víctima exigir reparación, al derrotado levantarse para la próxima. El caso es saber dónde estamos, quienes somos, cosa difícil estando encerrados, con referencias confusas, relatos inciertos y el tiempo alargándose cada día más. Todo entre esta niebla va tan poco a poco que temo algo ocurra de repente.