Ayer se corrió la especie de que hoy nos dejarían empezar a trabajar, lo que habría de concretarse en que los juzgados empezarían a aceptar esos papeles abstrusos en cuya redacción consumimos las horas de nuestros días. No iban a hacer nada con ellos, eso ya lo sabemos, pero algo es algo. Un pequeño cambio que sería de agradecer. Eso es bueno, creo yo, aunque siempre aparecen emociones encontradas. No es lo mismo hacer que hacer como qué; lo que viene siendo un paripé. Al final nada. Protestas de sindicatos y asociaciones de funcionarios y secretarios parece que han parado el asunto. Contagio. Peligro. Prudencia. Recibir por mail un pdf sin mascarilla quizá supone un riesgo. Veremos mañana. Paciencia, me digo, y recuerdo de pronto que desde tiempos lejanos descansa paciente en su estante un librito titulado “La paciencia. Pasión de la duración consentida.” Parece el momento, encerrados en esta bartolina doméstica, de releerlo. “¿Paciencia e impaciencia no son sino pasiones inútiles, que evidencian la ilusión de quien todavía espera algo de la vida cuando no tiene ya nada que esperar?” “La paciencia es duplicidad, sufrimiento, que neutraliza la desesperanza por su integración con la esperanza, su reconversión en el tiempo.” “Los sabios de tradición judía han prevenido a su pueblo contra la tentación de la impaciencia. Querer que se produzcan actos que se supone harán venir al Mesías más rápidamente, deriva de la fronda contra el tiempo de paciencia que Dios impone a los hombres. Pero este tiempo de paciencia ¿no es pura pasividad?” Sigue así durante bastantes páginas y se acaba mi paciencia. Son varios sus autores y es traducción del francés, así que quizá es por eso que uno confunde la paciencia con la resignación, el otro con la esperanza y el tercero la opone a la impaciencia, con la que, creo yo, nada tiene que ver. La impaciencia es un sentimiento de irritación por la espera y la paciencia -copio una nota de mi mano que dice “J. A. Marina”- no es un sentimiento sino “un sabio adueñamiento de la propia alma.” Bierce la define como “Forma menor de la desesperación, disfrazada de virtud” y Perroantonio como “Capacidad para padecer sin inmutarse propia de bóvidos dóciles e individuos serviles.” Me recuerdan a Camús que se sorprendía, o se regocijaba, ya qué sé yo, del aspecto de pobres animales de los enfermos en las salas de espera de los doctores. Estamos jodidos. En otro de los márgenes encuentro anotado «S. Agustín» y ¿a qué coño se referirá? Busco en la web y me vale esto que aparece en nada: «llamamos paciente no al que huye, sino al que se comporta dignamente en el sufrimiento de los daños presentes para que no sobrevenga una tristeza desordenada.” Quizá dignamente sea la palabra. Quizá lo del sabio adueñamiento sea otro modo de decir comportarse dignamente. Arriba los corazones.