Nuestro amigo Eco, es un decir, tiene una bonita conferencia publicada al menos en un volumen llamado “Entre mentira e ironía” dedicado a Manzoni, concretamente a su novela “Los Novios.” Confieso no haberla acabado porque, empezada, me pareció un coñazo. De lo que discurre Eco es del concepto de semiótica que en esa obra de Manzoni éste sugiere. “una oposición entre lenguaje verbal, vehículo de mentira y tropelías, y signos naturales, a través de los cales los humildes comprenden, incluso cuando los poderosos los engañan con latinorum.”
Eco habla de los capítulos de Manzoni sobre la peste con el epígrafe “El delirio y la pública demencia” y nos explica las claves literarias de Manzoni al relatar las acciones y pensamientos de los personajes cuando llega la peque y se difunde el contagio y la sociedad entera cancela la idea y cómo, cuando ya es innegable, fantasea sobre una causa humana y se construye la figura del “untador”.
Aparecido un cadáver éste no tiene señales que remitan a una causa conocida y sólo el médico que ha vivido la peste anterior da la voz de alarma, que es desoída. Llegan noticias de lejos, de Lecco, pero son mentiras: se atribuyen las muertes a emanaciones de pantanos que allí hay y aquí no o a privaciones y penalidades que allí sí y aquí no. Llegan nuevas noticias, por escrito, varios escritos, que el Gobernador desoye, estando más ocupado en asuntos próximos y de despacho ordinario. El pueblo, por su parte, atribuye los síntomas cada vez mayores de una epidemia a las causas más fantásticas, en un intento de cancelar el temor, de alejarlo con palabras. Alguien ve un bubón y habla, pero sólo éste lo ha visto y los demás no terminan de creérselo. Se multiplican los edictos, todos con intención de poner fin al temor más que a la propia peste porque “lo poco numeroso de los casos alejaba la sospecha de la verdad”.
Hay individuos, no obstante, que ven llegar la epidemia y de inmediato se los marca con el nombre de enemigos de la patria; por ejemplo el médico viejo que recordaba los síntomas, quien corre el riesgo del linchamiento. Los médicos más jóvenes, quizá ignorantes, quizá temerosos del populacho o del gobierno, quizá fieles a la patria, tardan pero acaban hablando de “fiebres pestilentes”, pero no directamente de peste. Hasta que una familia conocida es llevada en carro, desnuda, a la hora en que las calles estaban más concurridas nadie “ve” claramente la peste: sin bubones y marcas el relato que los enfrenta el miedo no es creíble.
Una vez imposible negar la epidemia la mala conciencia retrocede una línea de trincheras y se refugia en la negación de las razones el contagio: el contacto humano, y se actúa en sentido completamente contrario: obligando, por ejemplo, al obispo a convocar una pública y solemne procesión propiciatoria en la que se hacinan, convocados por las autoridades, todos los ciudadanos que se ven, luego, víctimas de la peste. A partir de ahí comienza la construcción del mito de los “untadores”, individuos que se dedicarían voluntaria y conscientemente a esparcir la enfermedad.
Más allá de la anécdota, que parece hemos copiado a la letra, Eco se interesa y detiene en la semiótica. Los doctos de Manzoni usan la palabra para alejarse del mal construyendo muros defensivos de palabras que más que describir ocultan la realidad, palabras que no significan. Muchos de los simples caen en la trampa de aceptar esas palabras, que ayudan a alejar el temor. La semiótica popular del signo físico del bubón y la muerte, se enmascara con palabrería y sólo algunos son capaces de verlos por debajo de las palabras.
“Al principio, pues, peste no, absolutamente no: prohibido hasta pronunciar la palabra.”
“Luego, fiebres pestilenciales: la idea se admite de refilón con un adjetivo.”
“Luego, verdadera peste no: o sea, peste sí, pero en cierto sentido.”
«Finalmente, peste sin duda, y sin discusión: pero ya se le ha unido otra idea, la idea del veneno y del maleficio, la cual altera y confunde la idea expresada por la palabra.”
A partir de cierto momento todo es causa de la peste. Los “untadores” –untori– son todos los que el populacho advierte como extraños. Un tipo que limpia un banco antes de sentarse, otro que toca con la mano la fachada el Duomo, otro que llama a una puerta, a quien se quita raro el sombrero. La búsqueda de culpables se dispara en todas las direcciones. Eso los disculpa a todos, a quienes ocultaron la verdad y a quienes por miedo se creyeron lo que les contaban los mentirosos. Los que prefirieron escuchar en lugar de mirar.
Arriba los corazones.