EL HIATO – Diez
Hoy me asomé a la ventana y de inmediato me acordé del abuelo de Josep Pla que también, y quizá no casualmente, se llamaba Josep Pla. El tipo, cuenta el nieto, murió joven alcanzado por un rayo mientras, asomado a una ventana, contemplaba una tempestad. No soy capaz de imaginar la escena y quizá eso fue lo que me produjo un escalofrío que me subió por la espalda, del culo a la nuca. A un tipo que, te cuentan, está en su casa mirando por una ventana no se le supone nada. Ni una osadía extraordinaria, ni una salud otra cosa que normal, ni unos rasgos físicos más que los de un tipo ordinario. Asomarse a la ventana es una actividad que suponíamos segura y anodina, diríamos incluso que cautelosa. Imaginar a gente normal haciendo cosas normales es mucho más difícil que hacerlo con individuos extraños o insólitos haciendo cosas infrecuentes y peligrosas. Me aparté de inmediato porque la gente normal, ya se ve, no debe tentar a la suerte porque corre el riesgo de morirse sin más, sin heroicidad ni épica, de un modo que puede ser desusada pero en nada memorable. Un tipo cualquiera se muere en su casa haciendo algo tan inocente y poco aventurado, o eso nos parece, como asomarse a la ventana y, por lo que recuerdo, que puede no ser todo, su nieto literato y verborreico despacha el asunto en dos líneas. El pobre Josep Pla murió en dos líneas porque murió en su casa. Yo no quiero morirme y menos en casa, pensé.
De ordinario en aquellas muertes en las que encontramos involucrada una ventana interviene también la gravedad, lo cual al asunto de los Pla le da un carácter infrecuente. Esto porque los que caen por una ventana no mueren en casa, sino en la calle. Mueren por salir rápido de casa, podríamos decir. Peter Greenaway, otra vez él por aquí, tiene un corto en el que cataloga y sistematiza de acuerdo con distintos y múltiples criterios todas las muertes ocurridas en un año en el condado de W por caídas desde la ventana. Mucha gente, muy variada. No todos caen, hay muchos que son arrojados o se arrojan por ventanas; y caen en la calle o sobre árboles o cobertizos aunque uno, sería invierno, cayó en la nieve. El 14 de abril de 1973, al atardecer, una costurera y un estudiante de ingeniería aeronáutica que tocaba el clavecín saltaron sobre un ciruelo. Ciruelo que estaba en la calle y el resultado fue la muerte de ambos, quizá aquejados de aun amor imposible. Folié a deux le dicen los franceses a estas cosas locas por parejas. Greenaway y Perec no son los únicos obsesivos que ha dado la humanidad del orden y la catalogación de banalidades. Jean Tixier, un francés del XVI, escribió un tal Officinae en el que entre otras muchas cosas hay listas de personajes famosos ordenados de acuerdo con la forma de su muerte. Por ahogamiento en agua, en humo, en vapor, por caída de caballo, de escalera, tragado por la tierra; aplastados por una roca, por una pared que traicionera se desploma, por la caída de un árbol; de mordedura de serpiente, picadura de avispa, devorados por leones, perros y otros animales variados; de hambre, de sed, por comer en exceso, ídem de beber; carbonizados, crucificados, estrangulados, decapitados, apuñalados, envenenados, flechados; durante la cópula, de fiebres, de peste, de gota, de disentería, por infestación de piojos; en prisión, en casa, en cama, en la letrina. Tixier menciona también casos de gente muerta de risa y alcanzada por el rayo aunque no me consta que ninguno estuviese en su casa, o asomado a otra cualquiera ventana aunque no fuese de su casa, en ese momento.
Encerrados en casa estamos razonablemente seguros y nos sentimos por ello protegidos de animales peligrosos, de insectos y humanos envenenadores, de enemigos crueles y despiadados, así como de, crucemos los dedos, pestes y otras epidemias. Se recomienda no obstante evitar excesos con la comida, la bebida, el sexo y eludir el peligro cierto que supone acercarse a las ventanas. Y ello a pesar de lo mucho que imprudentemente nos animen a ello gobiernos y movimientos ciudadanos, ya sea por el riesgo de caída o por la traicionera chispa del rayo, que subrepticia acecha y nada respeta. De risa doy por cierto que es extremadamente improbable que en esta época de tristeza e hiato muera nadie. Arriba los corazones.