Recuerdo haber leído que a Darwin le pillaron unas notas manuscritas en los márgenes de un libro en las que valoraba pros y contras de casarse. “No poder leer por las tardes. Menos dinero para libros.” Igual esas son las cuentas que hay que echar si te casas con una prima, mayor que tú y tirando a fea, pero en mi opinión enfoca fatal la cuestión. En el matrimonio, quieras o no, acabas viviendo la mitad de la vida por persona interpuesta, y puesto eso en perspectiva no caben cálculos en tomos encuadernados y horas en soledad. Ciorán decía algo así como que en el matrimonio “Todo está involucrado, desde la eternidad hasta el bidet”, y cito de memoria así que podría variar levemente la forma aunque espero que no la idea. El rumano, que era tan pesimista que leerlo cura la depresión por la simple razón de que no es en absoluto empático, de esa verdad extrae el rechazo al matrimonio. Si en ciertas cosas era maravillosamente intuitivo todas sus conclusiones han de ponerse en remojo porque todo aboca al suicidio. El matrimonio, la primavera, las flores, el futuro, los armarios y todo lo que hay dentro. Connolly, un tipo gordito y dado a los placeres, enfoca mejor la cuestión. Llama al matrimonio duologio, palabro que, otra vez más, la RAE olvida, omite y desprecia. Duology es un conjunto de dos obras, libros mayormente, que pueden ser vistas como una sola obra o, individualmente consideradas, como dos distintas. Machiño, ahí lo clava. Y el castellano, tristemente, adolece de la palabra. Dos vidas que individualmente tienen sentido y juntas también: con distintas luces, con otras sombras, con diferentes matices. Nietzsche, que era otro cenizo y murió loco, sin haber llegado a casarse nunca habla del matrimonio y lo clava: “…en el momento de internarnos en el matrimonio, debemos hacernos esta pregunta: ¿crees poder conversar con tu mujer hasta que seas viejo? Todo lo demás del matrimonio es transitorio, pues la mayor parte de la vida en común está dedicada a la conversación.” Empezamos pelando la pava a uno y otro lado de una reja y para decir el sí hay que verse muriendo en ello.
Ayer fue nuestro aniversario; ya muchos años. Por ello esta mañana me permití salir del perímetro actual de nuestro mundo, de esas cuatro líneas arbitrarias dibujadas en la tierra, porque al fondo del camino floreció una mata de malas hierbas que, a falta de otro suministro, me sirvió de modesto regalo para X. Unas florecillas moradas, deslavazadas, flores de cuneta; flores que si uno fuera abejorro visitaría en último lugar. Flores tristes, me decía, del morado color de la desdicha, en consonancia con la situación exterior y disonancia con la interior. Con esas ha habido que conformarse porque eran las únicas disponibles. Y ni tan mal.
Nos falta la palabra por temerario descuido de la RAE, pero tenemos la idea. Hay que seguir hablando, más de lo que hablamos, falta de la que me culpo. Arriba los corazones.