NOS CONFUNDIMOS

Un hotel más y van cuántos, una noche más y son pocas, un cigarrillo nuevo en tu boca y una gota reciente de sudor en mi pecho. El aire que entra, o que sale, por la ventana mueve la cortina, y ésa es toda la paz que hoy hemos tenido, la tranquilidad que no queremos, no queríamos, pero que el cansancio nos hace añorar. Todo lo que no se mueve o lo hace despacio nos recuerda el peligro de la rutina, de la costumbre. No lo hablas y no lo digo, pero ambos lo sabemos.
Una cama más y son docena, un revuelto de sábanas y son muchos más. Se escapan tus piernas y descubro despacio tu culo mientras simulas dormir vencida por el calor y las muchas horas del día. La obsesión no es más que una curiosidad congelada y podría quedarme a vivir en cada instante de todo ese tiempo o en cada pliegue de la piel que despacio desvelo. Vivir para siempre en los detalles de tu cuerpo aunque tengo la sensación de ocuparlos desde el principio del tiempo.
El frío hace evidente el espacio entre las cosas. El calor confunde las formas y nunca se sabe dónde empiezan y dónde acaban, cuales son sus contornos. Así no sé, mientras baja por tu espalda, dónde acaba mi mano y dónde empieza tu culo. Entremedias una humedad animal que no sé si es tú o soy yo o qué importa. Estamos vencidos por vez primera desde hace mucho tiempo, desde siempre, quizá, y nos confundimos desdibujándonos, a la espera de la mañana que aún no se adivina pese a estar cerca.
Podría quedarme en esa espera para siempre.

ESTUVE Y VOLVÍ

Fui rápido e insensato, brillante y soberbio. Fui cabrón, pero no un puto cabrón. Fui desagradable, arisco y borde, y disfruté ridiculizando. Fui apasionado hasta el ridículo y ridículo hasta el sonrojo. Perdí el tiempo porque ganas me sobraban, desperdicié oportunidades por no parar ni en los semáforos. Fui cobarde e imprudente, escapé por piernas y me salvé de milagro y callé y acusé. Crucé provincias, comunidades autónomas y países pisando a fondo y tarareando canciones, desafinando sin dormir, sólo por un rato en la cama de un hotel. Caí a ríos después de beber mares, sólo por ella. Leí los libros que todos leían y los que nadie quiso leer y tiré, sin mirar, los que yo escribía. Fumé cartones y comí delicias, y fumé colillas y tragué porquerías, en estaciones, y aeropuertos y en playas y pensiones. En camas desconocidas viví con lo que desde el colchón se alcanza con la mano, tabaco, patatas fritas, agua mineral, periódicos. Sudé y temblé entre paredes viejas y manchadas, medí el tiempo en convulsiones, gozosas unas y terribles otras. Despedí y recibí al sol en playas y en callejones, sobrio y ebrio, entrando en iglesias y saliendo de bares. Estuve y volví.

CUANDO HABÍA CURVAS

Ya no corremos. Ya no se puede correr. O ya da igual correr. El caso es que todos nos movemos a la misma velocidad y en la misma dirección y sentido. Todo es plano y monótono, tranquilo y seguro. Ya no hay curvas ni adelantamientos. Todos en nuestras cajitas de metal nos desplazamos ordenada, civilizadamente. Todas viajan sin obstáculo, sin contratiempo y sin emoción. Un viaje es ahora un desplazamiento sin sentimiento.

Soy viejo y recuerdo, y recordando añoro cuando había curvas y mientras que tú ibas otros venían. Cuando correr era más emocionante que no hacerlo, cuando vagar despacio era más agradable que correr y cuando parar era delicioso porque había cosas que ver. Soy viejo y recuerdo que el color del coche era emocionante, vete tú a saber porqué. Cuando había cuestas que subir en tercera y camiones que eran obstáculos que superar, camino de algún lugar que era una meta y no un destino.

Soy viejo y recuerdo pasar calor y frío, y cambiar las largas por las de cruce. Y mirar embobado la cinta negra que los faros iban empujando para que se desenrollara bajo las ruedas. Recuerdo el viento de las ventanas abiertas. Recuerdo cabellos que ese ruido, o quizá el mismo viento, revolvían y hacían muy presente que nos estábamos moviendo.

Antes ir era un peligro y cada curva un reto, cada cruce un posible sobresalto y cada viajero un vaquero en el mismo desierto o desfiladero. Antes viajar era un esfuerzo y llegar un reto.

Antes vivíamos porque hacía falta vivir para estar vivo. Ahora decimos que vivimos pero, en realidad, estamos.

ADVIRTIENDO DE MIS INTENCIONES

Es nuevo, es rojo y tiene un rugido precioso. Está conmigo en el último semáforo de esta ciudad y tiene cien kilómetros de autopista que devorar. Con el pie derecho le doy gas y una agujita salta, sube rápida y nerviosa y desde lo alto se deja caer lenta y mimosa. Así está mi alma que con facilidad se alborota y luego se toma su tiempo para recuperar la calma. Así está mi cabeza, que de pronto gira desbocada y sólo con tiempo consigo reposarla. La luz está roja y espero que cambie para, en ese instante, emprender la marcha. Un ansia me devora y aquí espero el último permiso de la luz colgante.

La hora es hermosa, anochece y la mierda que es el mundo, la pátina sucia que lo recubre, queda iluminada por una luz ámbar que oculta la decadencia, la basura de la que todo está hecho, la falta de gusto y de respeto. Las casas rebrillan con una luz rojiza que las embellece, los árboles aureolados empiezan a dormirse y cada pájaro elige el suyo antes de la hora del cierre, mientras la gente en la acera se contenta con este instante y sonríe y afloja. Es el momento en el que se encuentran las parejas que luego riñen en los tangos.

La luz cambia a verde. Con una calma extraña acelero y me coloco en el carril izquierdo y con el pié empujo la aguja hasta que señala ciento sesenta, con el intermitente encendido, advirtiendo de mis intenciones. Un compromiso entre mi prisa, la aguja y la gente es la función del tiempo que falta para verte. Más rápido no que, los que no me conocen ni les importo, temblarían al verme. Intento no sólo aparentar calma, sino que ésta me empape, y para eso el ritmo del clic-clic, clic-clic de las luces ámbar es perfecto y dejo que lo haga suyo mi aliento.

Ni pienso ni siento, sólo me empapo del tiempo y el ruido del viento, de la noche que viene veloz y de las cosas que pasan corriendo por las ventanas. Estoy en camino, espérame.

ÉSTOS SON LOS MÍOS

Con poco tiempo. Con muchas ganas. Camino por aceras atestadas pero me siento caminar por el centro de la calzada. Vacía y callada, como una playa negra, como mi alma. Camino en la dirección correcta, sabiendo sin pensar hacia dónde andar. Tengo un compás en el alma, un GPS en la carne. Me oriento sin mirar como una paloma mensajera, enamorada. Las cosas pasan a mi lado o yo al de ellas y soy yo hoy quien las obvia, cuando son siempre ellas quienes nos ignoran, inmóviles y calladas. En este instante no pertenecemos al mismo universo, por más que lo afirmen las matemáticas.

Cruzo una avenida y siento que me acerco y aflojo el paso. Despacio disfruto los prolegómenos de una noche de sudor. Nadie sabe de verdad cuándo se empieza, qué cosas son el principio de follar. Acercarme a tu calle, ver los árboles que dejan caer hojas o dejar, en el baño, caer la hoja de afeitar. Llamar al timbre de tu piso o colgar la llamada con la que me llamas. Sonreír a la sonrisa que abre la puerta o enterrar la cara en tu pelo al besarte el cuello.

Llevo un rato follándote. Quiero que lo sepas, por si tardara en llegar. Y porque con los principios cada uno hace lo que le da la gana y estos son los míos y no los puedes cambiar.

SHA-SHA-SHA

«Devorando kilómetros mientras tarareo Blue Skies, como una exhalación por las negras, líquidas extensiones de la Nationale Sept, los plátanos que hacen ‘sha-sha-sha’ por la ventanilla, el parabrisas cada vez más amarillo por los mosquitos despanzurrados, ella a mi lado y la Michelín en su regazo, el cabello sujeto con un pañuelo…”

–Cyril Connolly – El sepulcro sin sosiego

YO TE ESPERABA

Los días empezaban tan temprano que se mezclaban con las noches que, yo y otros tantos, alargábamos. Cuántas veces fueron el mismo el cigarro de la última copa, el del desayuno y el de la entrada al trabajo. Cuántas veces no afeitado era lo que parecía, no haber pasado por casa, no haber dormido, no haber cenado. Sumando días y noches, que no separaba, se acumulaba el sueño, que no visité, por ser el lugar del espanto, tiempo perdido porque no había descanso y acababa siendo sólo tiempo pensado. Repitiendo conseguía aturdirme, tanto, que me pasaron pastillas en grandes frascos, pequeñas y de colores claros. Ignorándolas seguí mis recetas de gintonics, café, tabaco y fiestas, amigos de una noche, chistes fáciles, coches golfos y mujeres rápidas.

Y no recordaba que había olvidado que todo en aquel tiempo fue ansiedad de estar esperando. No recordaba tampoco que beber para no pensar fue el modo de escapar de no sentir. No recordaba que aprendí que rápido es torpe si es solo. Que el ritmo es ritmo si es cosa de dos que se miran a los ojos. Que todo aquel correr era en el fondo un atroz deseo de tropezar.

Que sepas que aquellas noches en vela en las que corría y no dormía, ahora lo se, yo te esperaba.

VER SACIADA MI ANSIA

Camino con la mirada húmeda de lascivia, nervioso en busca de un cuerpo que la explique. Camino salido, empalmado y con lujuria bíblica, a la busca de tetas, culos, piernas que sostengan estas sensaciones, estos pensamientos. Este callejear a la busca del estímulo que justifique la respuesta que ya llevo puesta es de seminarista bien alimentado. Consecuentemente me siento pobre y gris y torpe y como recién llegado a la ciudad. Si cierro los ojos me veo en el paralelo, en la gran vía, a la puerta de un teatro de revista, bajando de un bus del pueblo. Ansioso por ver ese unísono de cien piernas de lo que sólo pueden ser putas amaestradas y tristes exhibiéndose en un escenario que chirría. Un salido de posguerra, años cincuenta, un rijoso de memoria histórica, de blanco y negro, de pantorrillas y sabañones. Un libidinoso de imaginaciones y sueños, de miradas lejanas, lascivas e intencionadas. A una calentura así toda realidad se le vuelve decepción, nada está a la altura. Porque qué podría mantener su brillo comparado con el producto febril de la lujuria. Nada, todo es mediocre, me respondo justo antes de ver tu perfil aparecer por esa puerta y ver saciada mi ansia

VAMOS A LA PLAYA

Toda esta luz, este sol y calor. Vengo al borde del mar y debería, aquí, tener un sentido que no aparece. Me aplasta a la arena el sol y me sofoca los oídos el ruido del mar, con el que se solapa una cháchara intrascendente. Otros, no encontrándole tampoco sentido, se afanan en otras cosas. Juegan al fútbol, a una especie de tenis, se bañan. Algunos se exhiben en una pasarela moderna, en tablas sobre las olas. Quieren llamarle deporte pero aunque hay competencia no cabe la competición. El mejor es el que mas gusta, como en Miss Universo. Ese otro certamen lo libran chicas en la arena, bikini contra bikini. Read More