Uno tiene sensaciones extrañas, en ocasiones. Pensamientos rarunos. La cabeza, que no para. Se imagina tonterías y empieza a creérselas. Debe ser el poder de la mente, o quizá el de otros órganos, que se acaba subiendo a la cabeza.
Yo ahora tengo el convencimiento de que si me cruzara con Jacques Serguine por la calle, en un bulevar atestado, instantáneamente nos reconoceríamos. AL cruzarnos y seríamos conscientes de compartir una pasión. Sin necesidad de saludo, de parar, de presentarnos. La sensación de que quienes están en este rollo, colega, nos entendemos, nos reconocemos. Pasaríamos de largo, no obstante, cruzando apenas una mirada, una levísima sonrisa cómplice y si acaso un gesto mínimo que pasaría desapercibido a cualquiera. Puede que una leve sonrisa educada, apenas cómplice y nada más. Él marcharía con su secreto a voces y yo con el mío.
Y es que si los gays, los campistas y los trekkies se reconocen no sé yo por qué a los admiradores del culo en sus múltiples manifestaciones no nos va a suceder lo mismo. Sociedad secreta global, sin estatutos, sin federaciones, sin sedes pero con pasiones.