No se desfríe un huevo, no se desanda el camino y no se desama. Nada vuelve atrás y si hay ejercicios mentales que ayudan a fijar un recuerdo no hay nada que podamos hacer para acelerar el olvido. Porque los verdaderos problemas, los que no son contratiempos, nunca se solucionan. Los problemas se superan. O quizá no. Comer el huevo y buscar otro, correr en la misma dirección o en otra, encontrar otro amor o no encontrarlo y morir solo. En todos estos casos, siempre, sólo queda esforzarse por obviar los sentimientos, intentar analizar los hechos, hacer como que entiendes lo que ha ocurrido y presumir de que sabes asumir la cicatriz. Que aún sangra. Ser más sabio. Más viejo. Y siempre a costa de conocerse algo mejor, de descubrirse mediocre, egoísta, zafio y poco sensible.
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INTENTANDO ENCONTRAR
Camino y llueve con la indiferencia que la naturaleza muestra por sí misma y los bichos que la habitamos. Rebusco intentando encontrar esa misma longitud de onda, ponerme en el estado de ánimo de esas nubes a las que le importamos nada, a las que ni su propia existencia les consta y mucho menos inquieta. Hay mucho más de lo que podemos recordar. Hay mucho más de lo que podemos entender.
EN UN FRASCO
Una obsesión es una curiosidad parada en el tiempo, petrificada, plastificada. Un instante de atención pasmada en un frasco de formol.
CUERDAS Y CUERDOS
Al nacer nos entregan un rollo de cuerda y hay algunos que la desenvuelven hasta llegar al infinito y quienes la enredan dando vueltas y vueltas en los muebles de la casa de sus padres, dilapidada en mil dudas, mil temores, mil pasos atrás; conscientes de ello e incapaces de desentrañar años de nudos, muchos buscan el final, hacen el último y se cuelgan.
PASAN LOS DÍAS
Soñando, soñando, pasan los días. Deseas cosas que te gustaría que te gustasen. Te gustan cosas que detestas que te interesen. Intentas, estás intentando, ser otro. Presentarte ante ti mismo como quien no eres. Pierdes el tiempo, soñando, soñando. Pasan los días.
FRAGMENTOS DE FELICIDAD
Hablamos de la felicidad como si existiese. Como si realmente pudiera ser alcanzada o poseída o disfrutada. Un absoluto como ese no sólo es imposible conseguirlo sino que directamente no tiene existencia más que en el mundo de las ideas. Se encontrará siempre fuera de la experiencia, como el mal o el bien absoluto. Por el contrario existen miles de placeres; de cuerpo y alma, de pensamiento, palabra, obra y omisión, lícitos y prohibidos, pequeños y dulces y enormes y turbadores, malsanos, groseros y sórdidos y delicados, sublimes y generosos, reales e imaginados, anticipados y añorados.
Quizá no lo hemos pensado bien y la verdadera felicidad sea rebajar nuestras expectativas sobre ella y gozar de esos fragmentos de felicidad. Quizá ni siquiera nos escuchamos al hablar, porque eso, muchas felicidades, es lo que nos deseamos unos a otros civilizada, sensata y educadamente.
CON CLARIDAD
Cada mañana, en el primer instante de consciencia al salir del sueño y antes de que se espese la bruma que convierte mi alma en la de un animal adecuadamente amaestrado, veo con claridad cómo el nuevo día se consumirá acarreando una piedra más para mi sepulcro ceniciento.
INADECUADO
En ocasiones me siento inadecuado. Signifique esto lo que signifique. Es la palabra que me viene a la cabeza. “No se adapta a su ecosistema” sería una explicación. En otras, últimamente cada menos tiempo, la gente me produce repugnancia. Me parecen feos, ignorantes, pequeños, prácticos y obsesionados con cosas nímias. Robots cucaracha. Entonces siento que no pertenezco a la especie adecuada y me asfixia una sensación pegajosa de estar rodeado de aliens enanos, feos, aburridos y peligrosos.
LIJÁNDOME
Pasa el tiempo a mi lado sin tocarme. Y pasa el tiempo, a mi lado, sin tocarme. Y pasa el tiempo. A mi lado. Sin tocarme. La luz es perfecta para un entierro. Silenciosa y difusa. Una luz átona que pide lluvia fina. Hace sombras suaves de estudio, difusas, inconcretas y banales. El tiempo, que no me toca, que me evita, hace grumos y volutas en las aristas de las cosas. Hace torbellinos al tropezar con las agujas del reloj, nudos en las hojas de la puerta, la ventana y el árbol que se enmarca en ella. Entra empujando y mueve las cosas pequeñas, el cigarrillo, por ejemplo. Sale envalentonado y repite con lo de fuera. Y pasa a mi lado sin tocarme. Las cosas grandes no se mueven, pero se desdibujan, porque el tiempo las va borrando con una lija suave. Y sólo si cierro los ojos las veo como son, como deberían ser, con su nitidez al sol de mediodía. Y entonces tengo el recuerdo de haber deseado, en ocasiones como ésta, montar en algo ruidoso y rápido. Un recuerdo vago, lijado, un recuerdo que no es ansia, ni dolor, ni deseo. Es memoria de un pasado en el que me movía veloz a la velocidad del tiempo, más rápido incluso. Un tiempo que, hoy, ahora, pasa a mi lado sin tocarme. Como no toca a esos muebles. Lijándome. Como lija a esos muebles, bajo esa luz de entierro
CON MANO DE HIERRO
Sólo al final de una relación, amistad, libro o película, ya con perspectiva, podemos saber de qué iba y si compensó el tiempo y el esfuerzo. Entretanto sólo hay un modo de actuar: no perder un instante con quien no valga la pena. No perder un instante con cualquiera que sea incapaz de enseñarnos algo que no venga en los libros. No perder un instante con quien el placer no suponga romper límites. Perder el temor a abandonar libros sin acabar, a levantarse en el cine si unos y otros se revelan inanes, burdos, simples, infantiles. No aceptar falsificaciones ni imitaciones, huir de lo mediocre, de lo simple, de lo evidente vendido como novedad. No permitirle nada de eso a nadie y menos a uno mismo. No ser indulgente, transigente o débil llevándolo a cabo. Read More