HACER LISTAS

Un hombre debería saber planchar una camisa, construir un iglú, afilar un hacha, bailar un tango, doblar un mapa, cazar un venado, mandar un regimiento, componer un soneto, tocar un arpa, requebrar una moza, retejar una cabaña, improvisar un plan, segar un campo, rechazar un ataque, anudar una corbata, enviar un telegrama, andar en moto, programar en java, perder el tiempo, escribir un libro, sonreír sin causa, montar un caballo, cavar un pozo, educar a un hijo, aceptar un castigo, reparar un coche, salvar a un amigo, pasarse tres pueblos, fumar un puro, romper el hielo, mentir con aplomo, encender una hoguera, cantar una nana, limpiar unas botas, ordenar sus pensamientos, huir a la carrera, defender lo indefendible, alertar de un peligro, perder la cabeza, aceptar un halago, formular una hipótesis, negar un saludo, caminar sin rumbo, formatear un disco, regalar unas flores, dar un pésame, beber un whisky, aceptar una derrota, abandonar una novia, catar un vino, bajar la guardia, perder la cabeza, dar la lata, saltar la banca, arriar una bandera, llorar sus penas, avivar un fuego, fundar un imperio, enterrar a un padre, ver las estrellas, saltar por la ventana, estar sin blanca, dormir a pierna suelta, despejar incógnitas, matar dos pájaros de un tiro, conquistar a una dama, pasar una noche en blanco, morder el polvo y comer un coño.

Y hacer listas.

ARRASTRANDO LOS PIES

Al final, todo lo que puede ocurrir, acaba ocurriendo. Dales tiempo, me decía un amigo, y verás. Así a todos nos llega el día, el instante de flaqueza y andando yo necesitado de ese calzado especial y llegado el tiempo de las segundas rebajas me fui a comprar unas zapatillas de deporte. Contra ellas no tenía nada, dios me libre, pero sí ciertos reparos contra su abuso. Todos las visten siempre, como si de pronto nos diera por ir a todas partes con casco de moto. Elegir zapatillas, he descubierto, es una tarea ardua por exceso de estimulación de los sentidos. Están expuestas en un largo, larguísimo pasillo de colores lisérgicos y, en consecuencia, la impresión resulta abrumadora. Uno tiene la sensación de que el tiempo se ha detenido en una pajarería especializada en ejemplares exóticos. No se mueven, no cantan, pero ahí están loros, tucanes, papagayos, cacatúas y agapornis, pájaros paralíticos de colores excesivos, de esos que a uno no le vienen a la cabeza cuando piensa en la naturaleza. El pasillo incluso huele parecido, un indefinido entre guano y caucho. La iluminación de fluorescentes contribuye a agudizar la sensación de irrealidad, de nave espacial o universo alternativo. Huyendo despavorido de los ejemplares naranja salvamento acuático, de los verdes subrayo apuntes de selectividad y de los grises perla reflectante en la oscuridad me vi abocado al negro. Sé que elegir por defecto no es un modo adecuado de actuar, pero no encontré otro. Yo, que soy ese que tiene opinión sobre cualquier cosa, confieso mi fracaso.

Ahora soy el orgulloso propietario de unas zapatillas negras con unos adornos en gris perfectamente apropiadas para salir, ojeroso, y hambriento, de prisión preventiva un jueves a mediodía. Esas aplicaciones que llevan todos los modelos, grisáceas en mis ejemplares, además de evidentemente innecesarias, me recuerdan, cada vez que me miro los pies, a las paradas de autobús. Sólo en esos no-lugares y en los baños de los after se pueden encontrar grafismos parecidos que los entendidos, todos menores de 18, llaman tags. Por no preguntar, por comprarlas con sensación de vergüenza, clandestinamente y en metálico, creo que siendo pronador, voy supinando. O quizá no, quizá es que ahora tengo flow y swag y morty is in da jaus, ya no sé. Con ellas puestas caminar derecho me exige demasiada atención y no pienso con claridad. Creo que es lo que le pasa a todo el mundo en la calle, se las ponen y les cuesta pensar. Soy el típico individuo que chapotea en prejuicios, defecto que, si no ha sido causado, sí se ha visto agudizado porque, desde pequeño, tengo cara de sospechoso. Es mi cruz y cada puesto aduanero una estación de mi vía crucis. Ahora que camino con ellas sé que el negro es muy de sospechosos, de traficantes pasando desapercibidos, de sicarios albaneses y mafiosos rusos. Me miro con ellas puestas y me detendría por algo. Por eso me he buscado una gorrilla de John Deere y camino cabizbajo arrastrando los pies, por ver si saco más pinta de Bruce Dern en Nebraska, entrañable e inofensivo. Debería, pienso ahora, de haberme decidido, como la gente decente, por unas cacatúas reflectantes que me permitieran caminar orgulloso, a paso flexible, con la cabeza bien alta.

ATENTO A LA JUGADA

Estuve atento al fútbol por ver si le encontraba el aquél al juego, pero en realidad estuve mirando la lavadora, cosa que advertí al llegar al centrifugado, instante en el que se perdió la magia de esa monotonía adormecedora. La cosa tiene delito porque es de las que se cargan por arriba y no tiene esa ventanilla como de avión para ver los calzoncillos girar mezclados con las bragas. El momento interesante, el centrifugado, lo acompaña con un jadeo que creo no es propio de todas las máquinas sino particular de la mía. Ahí parece que la ropa interior realmente interactúa en el sentido bíblico. Estas, las de carga superior, en los instantes álgidos de la coyunda, se dan meneos de adelante hacia atrás, al contrario de las aeronáuticas, que menean de izquierda a derecha. El vaivén en el eje correcto acentúa, cómo negarlo, la ilusión erótica del jadeo, del follar, en castellano antiguo, de la máquina. Cómo no humanizarla si parece viva. Eso me recordó que, por una de esas casualidades de la vida, estuve hace muchos años en un pequeño estudio de radio en Les Halles justo el día y la hora en que retransmitían, para escándalo de propios y extraños, un polvo en directo. Los comentaristas, un chico y una chica, con estilo deportivo, iban narrando el encuentro. El menda, que de francés ni papa, se guiaba únicamente por la entonación de los locutores y los jadeos de los esforzados contendientes para vencer en el encuentro. La imaginación rellena huecos, tapa grietas, alisa asperezas, lo recubre todo con una capa de brillante barniz y enlaza una lavadora con un recuerdo de los ’80. Con esto, digamos, queda más o menos claro que yo, de fútbol, ni idea y que mis intereses no van por ahí. Tampoco de lavadoras, la verdad sea dicha, que me parecen aún más sutiles y complejas las reglas para separar la blanca de la de color que las del fuera de juego.

PITOPAUSEZ, DIVINO TESORO

A Góngora, en su momento, en un pliego largo lo acusaron de “vivir como muy mozo y galán y andar día y noche en cosas ligeras”, lo que en la época debía de ser tanto como decirle que, teniendo ya una edad, siendo cura, rico y poeta de fama, andaba de puterío. O lo que es lo mismo, que se pavoneaba y picoteaba como un pitopáusico cualquiera. Rápidamente contestó en su descargo que “ni mi vida es tan escandalosa, ni yo tan viejo, que se me pueda acusar de vivir como mozo” y ahí está el quid. Quién coño va a saber quién es viejo y quién es joven mejor que uno mismo, viene a decir el poeta.

Estas cosas las cuenta Cunqueiro, que es, ante todo, un gran mentiroso, aunque por que haya paz y no dar lugar a polémicas se le diga grande fabulador. También es cierto que cita la fuente, lo que daría visos de realidad a estas citas, pero lo es igualmente que traducía con lírica fidelidad a poetas chinos que nunca existieron. Digamos que la anécdota ha de tomarse con una cierta distancia, pero la enseñanza sirve como punto de partida. De estas otras que vienen a continuación, y a cuento, yo mismo doy fe.

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CUANDO TOCA HACER DE PRÓJIMO

Aquí, como en todos los pueblos, hay dos bares, el de la plaza y el de el cruce y claro, se establecen comparaciones. Cura sólo hay uno y cuando no hay dónde elegir las cosas son más sencillas y la vida se torna placentera y en ocasiones diríamos que hasta aburrida. Y el aburrimiento es muy malo y nos dio Dios por eso los dos bares, quizá para probarnos. La de la plaza es una moza guapa, alta, de cadera amplia, cintura esbelta y escote profundo. Ríe con ganas, gesticula al hablar, fuma apoyada en el quicio del negocio, se deja requebrar si es con gracia y las devuelve con bala, que no te pasa una. Hace de su capa un sayo y luego va y se lo quita cuando le viene en gana, que eso lo sabemos todos; eso sí, con discreción y criterio propio. Dijeron que era lesbiana y dio que hablar, porque tiene tres hijos de dos padres. La cosa iba a quedar ahí, pero se molestó, ya ves tú, y empezó a dejarse ver con hombres y gastar ropa interior de colores que secaba en un tendal a la carretera. Los que le vieron las bragas puestas dicen que sin ellas una fiera, pero todos tienen internet, aunque ellas digan que no lo miran, y saben que una lesbiana viene a ser lo mismo que una ninfómana. Un día gritó iros a la mierda, cosa que no iba por nadie y por todos en general, al decir del gesto de los brazos, bastante tengo con criar sola a mis hijos como para andar atendiendo a vuestras gilipolleces. Ahí el agua volvió al cauce pero los calamares salen aceitosos, la tortilla reseca y ella no ríe como antes. Así que en la peluquería concluyeron que cuando las cosas están tan claras por mucha braga que te pongas no das el pego.

Yo la tele la veo para el mensaje del Rey y las campanadas de fin de año, como hacía mi abuelo. El resto del año la enciendo para que vean que hay gente en casa, que anda mucho extranjero a desvalijar. Esto no lo pienso de la ucraniana, que atiende el del cruce. Está casada con un portugués, un tipo enorme, moreno, feliz y vago que se da mucho aire de armenio. Al entrar su ombligo, que asoma por la rendija entre dos botones de la camisa, te sonríe y ambos te dan un abrazo que huele a varondandy. Se sienta en la barra con las piernas abiertas, vapea cigarrillo electrónico y cambia los canales de la tele con la ilusión de un niño de orfanato. Su misión en la vida es cuidar a su mujer, la ucraniana, repitiendo los pedidos que a gritos hace el personal, por si se le escaparan. También, cuando ella se retrasa, pide calma a la parroquia con un gesto señorial de su mano peluda, que parece un Borgia. El portugués es de Chaves o de Arcos de Valdevez, no lo recuerdo bien, aunque preferir prefiero que sea de Arcos, que es un pueblo que no conozco. Llámalo manía, pero la gente de sitios en los que nunca hemos estado tiene un misterio. La ucraniana no es misteriosa, sino sonriente, gritona y alegremente sumisa. Rubia, regordeta, de cara redonda y moflete colorado lleva una cola alta que, junto con su cabeza, es lo único que sobresale de la barra y la corretea nerviosa como un hámster incansable, azuzada por su marido. La ucraniana se vino a España buscando un hombre amable que la chuleara ni mucho ni poco, lo justo, y encontró al portugués, que vino a un país que pensaba rico a vivir mejor, es decir, sin trabajar. La ucraniana, agradecida, le parió un churumbel alto y rubio como la Estrella, uno de esos hiperactivos que hacen cualquier cosa por no trabajar. Debajo de la barra guardan un cartel enmarcado que dice, en ruso, portugués y castellano, hay comida ucraniana para llevar. Lo quitaron porque ya son muy de aquí y ponen de tapa guiso de choupa y tortilla de patata, aunque por nostalgia no lo tiren.

La lesbiana, a veces, antes de cerrar, fuma un cigarro en su puerta y mira a la ucraniana recoger las sillas de la terraza y al portugués hacer caja y pareciera que la envidia. Yo, que leí el principio de Ana Karenina y lo dejé porque ya vi que no me iba a gustar el final, pienso que es infeliz porque es distinta, que es una manera de verlo tan buena como otra cualquiera. También pienso que todos, cuando nos toca hacer de prójimo, nos comportamos como unos hijos de puta. Cuando marcho a la anochecida y me despide con una sonrisa me gusta imaginar en esos ojos tristes el orgullo de un coño feroz o un lobo sin amo, pero vaya usted a saber en qué pollas piensan las lesbianas.

CAPITULACIONES MATRIMONIALES

El oficial se llama Gregorio y es bajo, nervioso, moreno, gafoso y fumador empedernido. Es el que mejor protesta de esa notaría, llena de mujeres que piensan que protestan y en realidad se quejan. Lo hace con fundamento, aspavientos y cuelga el teléfono con fuerza y gesto de bróker. Para que luego digan que somos iguales. Mientras teclea en un wordperfect de msdos ampliaciones de capital, hipotecas de máximo y testamentos en los que siempre hay un hijo mejorado contesta preguntas sorpresa de gente aleatoria, variopinta fauna de notaría. Contesta y protesta sin dejar de teclear.

Gregorio está divorciado y tiene un hijo mangallón y langranote que lo llama al trabajo para darle quejas de la madre. Desde que hizo el duelo y cambió su estado en Facebook a single se juntó con los viejos amigos del barrio y ahora entrena un equipo de futbito y toca la gaita; vive la vida. Fuma mucho y para ello baja al portal y recorre la acera, nervioso, a izquierda y derecha, de la lencería al concesionario, como si sus chicos estuvieran jugando una final. Si le mando a una pareja a hacer capitulaciones matrimoniales, Gregorio les ofrece tocar en la boda, alaba el espectáculo y les reparte tarjetas. Son cuatro gaitas, bombo, tambor y caja y visten traje regional, que no les falta detalle. Precios módicos en dinero pero un elevado gasto en albariño, porque les encanta alternar con el paisanaje de esos eventos. Esa parte la calla, claro. Luego me comenta lo buena que estaba la madre de la novia y la calidad de los vinos.

La gaita es un instrumento al que la distancia le añade un encanto especial; de hecho, en mi humilde opinión, el sitio de un gaiteiro es en lontananza, porque está pensada para el campo, también el de batalla. Hay cosas que no se hacen en casa, como asar sardinas o tocar la gaita. No es que haya una regla, es sólo por sentido común, por eso Gregorio toca en las bodas. Gregorio, sin gaita, resiste la cercanía y cuando fruto de ese tráfago mental se equivoca en algo le digo: Joder, Gregorio tienes cosas de gaiteiro. Entonces se caga en mis muertos y suena el teléfono y bajamos a fumarnos un cigarrillo al portal. Nervioso, pasea la banda hasta que aparece el mangallón en un Mazda RX7 viejo que compró de segunda mano y le pasa, solícito, 20 euros para gasolina. Luego subimos en el ascensor y, aunque son tres pisos solamente, es un instante en el que se le pone cara de desconcierto porque no hay nada de lo que protestar. Entonces se acuerda que el Mazda lo compraron por internet, a un tipo de Toledo, y no les ha dado más que problemas. Un cabrón mentiroso.

Gregorio, no sé si lo he dicho, de todos los que allí hay es quien mejor protesta.

VEINTE MILLAS, NOCHE CLARA

Esta noche desperté a las 4 de la mañana, agitado. Me resultó imposible volver a dormirme, quién sabe por qué, a pesar del mucho sueño que tenía. En casos así recurro al ipad hasta que caigo rendido pero se me cerraban los ojos y no era ni capaz de leer. Un poco desesperado abrí la persiana para ver la luna o algo y entre que las nubes y que está menguando no había nada que ver. Luego tuve la idea de una app para el móvil. Una aplicación en la que poder elegir las cadencias de luz de cualquier faro del mundo y que a ese ritmo se ilumine la pantalla, lo justo para sentir en el techo de mi habitación de insomne un reflejo tenue, mientras suena a muy bajo volumen el ruido del mar. Una mejora para la versión 1.1 sería elegir distancia y tiempo. El faro a veinte millas, noche clara. Ayer habría puesto el teléfono en el alféizar y seleccionado el de la Isla de Ons, por conocido, y encendido un cigarrillo o dos. Ayer no me durmió ni el faro ni la app que lo podría sustituir, sino la ensoñación de la app que lo podría sustituir.

FAULKNER EN MISSISSIPPI

Me han mandado un burofax y cuando iba a contestar por el mismo medio me he dado cuenta de que la dirección del remite era la de un solar. No hay duda, he mirado en el GoogleMaps y a los portales anterior y posterior se les ve perfectamente el número. Alguien que ve películas de estafadores. El cartero viene sobre las 12 así que el Burofakis, que vino con él, debió llegar ahí, ahí, y de seguro que me pilló ya desayunado.
El cartero es un tipo pequeño, moreno zapato, de pelo escaso en la cabeza y espeso en la cara, se da un aire a López Vázquez, incluso en esa gracia desabrida de eterno enfadado. Entra siempre con una frase para molestar, pero con gracejo, y marcha carcajeándose. Quizá las prepara en el ascensor; quizá esas mismas se las dice a todos. En ocasiones se embala con sus explicaciones y se le traba la lengua, algo no muy evidente pero perceptible. Entonces le digo que comer caramelos ayuda mucho si te derrapa el bisté, que qué coño de funcionario tartamudo atendiendo al público. Lleva el antebrazo izquierdo cubierto de gomas con las que hace y deshace a toda prisa fajos de cartas de bancos y compañías telefónicas, exagerando mucho los chasquidos, como quien se regodea sorbiendo la sopa. Fuma constantemente una especie de puritos apestosos que insiste en ofrecerme porque, ha investigado, son los más baratos y de sabor aceptable; me deja las cartas de tráfico cuando mejor me viene y creo que somos algo colegas, porque me permite jugar con la PDA que les han puesto para que se sientan como los de DHL.
Dicen que las islas, por la cosa del mucho viento, están llenas de locos. A mi pueblo, que de tanto península le faltan sólo dos manzanas para ser isla, también lo azota constantemente el viento y está por eso poblado de muchos locos y aún más excéntricos. Recuerdo ahora a una anciana alta, enjuta, sucia de ropa y pelo, recogido en un moño que caminaba incansable hablando sola. Llevaba una bolsa de plástico llena de vaya usted a saber qué en cada mano y otra, sobre un rodete de tela, en equilibrio en la cabeza. Digo paseando porque no iba a ningún lado, aunque circulara como si, con esa rapidez y decisión de los peatones en Manhattan o Tokio. Sin soltar las bolsas, manteniendo el equilibrio, se colaba entre dos coches aparcados y sólo levemente acuclillada abría bien las piernas y meaba sin dejar de hablar a los coches que pasaban. No tenía la más mínima gracia pero de chiquillo uno es medio idiota y nos divertía cruzarnos con ella. Eran aquellos años en que el mundo era en blanco y negro, la leche era del día, los donuts no engordaban y pedíamos cinco duros para ir a una tolerada y nos colábamos en la de rombos. Cuando apareció muerta, tirada en una acera, los periódicos publicaron que en las bolsas la policía había encontrado fajos de billetes. Millones de pesetas. Digo esto porque lo de mear en la calle es una anécdota, algo que le puede pasar a cualquiera y lo que nos diferencia es solamente el cómo. Se nace de una forma, se vive de otra y se muere en consonancia. Qué le vamos a hacer. Así que soy muy partidario de que cada uno haga, más o menos, lo que le parezca que le viene bien, incluso el gamberro. Otra cosa es la opinión de los demás, que esa es igualmente soberana, y si no tienes ni puta gracia pues no tienes ni puta gracia y no esperes que se rían.
El cartero también le hace gracias a la estanquera, que no es estanquera, que es empleada. La estanquera va mayor, hay que ponerle rodillas nuevas y se desplaza, dolorosa y parsimoniosa, entre dos bastones a la peluquería a que le retinten de violeta ese pelo que se ponen las estanqueras de bien y las viejas en general. Vaporoso y azulado recuerda una nube de verano. La empleada lee la Biblia constantemente y la cierra, parsimoniosa y dolorosa, cada vez que entramos el cartero, yo o cualquiera otro intemperante a molestarla en busca del vicio. Pone la misma cara si vas a comprar sellos, así que cada vez, y son muchas, recuerdo a Faulkner en su estafeta de la Universidad de Mississippi. Ella no protesta pero se le pone cara de indignada, como a la loca de las bolsas y estos modernos regeneradores de la vida pública que ocupan plazas y parques a la del ocaso. Al cartero le ríe las gracias, a mi nunca y ya he desistido. Creo que siendo los estancos concesiones administrativas hay entre ellos un rollo misterioso de colegueo cuasifuncionarial. Que, de alguna manera, se reconocen del mismo gremio. Yo, claro, estoy fuerísima aunque le haga gasto de producto caro, no como el cartero que anda a las gangas y seguro deja poco beneficio. Estoy seguro de que vive sola y tiene un gato porque si toca abrir a las cinco a menos cinco se pone en la puerta, con la mano en la llave aguardando el instante exacto con un ojo en el reloj. Una vez me tuvo dos minutos esperando al otro lado del cristal, mirándome, mirándonos, los dos agarrando el pomo de la puerta sin un gesto, ella dentro y yo en la calle. A la hora en punto giró la llave, me dejo entrar y me dijo buenas tardes. Para mí fue, por decirlo de algún modo, un momento intenso. De esos que pasa el tiempo y recuerdas, aunque no dé mucho para anécdota. Yo a las damas del tea party las imagino así, un poco como empleadas de estanco.
En mi pueblo sopla mucho el viento y, como en Barcelona, hay quien mea en la calle, como ya dije, pero me malicio que lo de allá va a ser por el calor y la humedad.

DANDO DE COMER A LAS VACAS

La CE pasó 50 años dando de comer a las vacas en lugar de hacer algo para inventar de la nada un sentimiento europeo. Hay muchos ciudadanos en el continente que no perciben la necesidad de un sentimiento nacionalista, pero no parece que llegado el caso sean bastantes como para evitar un repliegue de la gente a sus valores nacionales. La prueba está en que Checoslovaquia, Yugoslavia y Ucrania se han deshecho rápidamente, siendo como eran estados fuertes. Bélgica está constantemente en un tris de seguirlos. Por otra parte todo el mundo pensaba que la reunificación de Alemania iba ser más problemática. La raza, la lengua y la historia todavía tiran mucho. Ahora los Griegos azuzan eso contra el enemigo exterior. El orgullo de ser griegos se sobrepone al corralito y a la vergüenza de tener un país en ruina que necesitará, si o si, de la ayuda de los demás países durante décadas para salir adelante, malamente.
La CE en lugar de promover de algún modo una identidad común, aunque fuese leve, se ha centrado en lo económico, pensando que la bonanza bastaría para convencernos a todos de su conveniencia y aún necesidad. Es decir, lo mismo que están haciendo los chinos con la democracia, si hay prosperidad nadie se fijará en abstracciones.
Hay pocas cosas que, como europeo del montón, le hagan a uno percibir que lo es. En realidad se cuentan con los dedos de una mano. La libertad de circulación, las compañías LowCost, el Programa Erasmus y el Euro. Y la eliminación del roaming, que han prometido, será la quinta. Deberían dejar de alimentar ganado y gastar toda esa pasta en un Erasmus obligatorio en el instituto. Quizá en otros 50 años podríamos alcanzar algo parecido a un sentimiento común. En lugar de eso dejan entrar en Eurovisión, esa telebasura que nos congregaba como continente una vez al año, a los rusos. Mientras, los griegos ven en Europa al enemigo y otros vienen en camino.

LOS EXTRATERRESTRES

De todas las cosas que no existen las más chulas son las sirenas y luego, ahí, ahí, los extraterrestres. Habrá quien altere el orden o, habiendo gente para todo, quienes sitúen delante de ambas al Capitán Nemo, Cyrano o Romeo. Por mí, allá ellos. No siendo cosa de dar explicaciones sobre los fetiches, que para eso se pintan colores, sólo decir que las sirenas cada uno las imagina como mejor le viene en gana. A su gusto soberano. Las sirenas tienen la cosa de ser antiguas, que llevan nadando entre aguas, versos y tomos eruditos ni se sabe cuanto. En ese tiempo largo se las buscó y rebuscó y, finalmente, fueron descartadas. Ya ni los farsantes se acercan a ellas como se acercaban, con maravillosos relatos y burdos esqueletos de linóleo y crin. Y ahí han quedado, materia sólo para románticos, que nos limitamos fantasear, sabiendo que las fantaseamos, poniéndoles y quitándoles detalles de gusto personal.

Los extraterrestres, por contra, tienen la cosa de la novedad, que les da una frescura que no es más que la imaginación desbordada. Así es que no tenemos de ellos una idea clara, no hay un extraterrestre canónico sobre el que fantasear. Por otra parte, como las sirenas dieron, dan aún materia para sesudas discusiones teóricas y delirantes testimonios. Por su novedad el hacerles las buscas aún no es inequívoco síntoma de insania o estafa. Según quién y cuándo puede ser incluso una seria actividad científica. Podemos encontrar, por eso, cálculos con fundamento sobre el número de planetas que podrían albergar vida, las posibilidades de que sea inteligente y las probabilidades de que sean más avanzados que nosotros. Hay incluso quienes, manos a la obra, buscando de verdad, chapotean en charcas sulfurosas para encontrar bacterias que pudieran vivir en Marte.

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