LOS ESTERCORISTAS

Decía la madre de Borges que Dios está por todas partes, pero atiende en Buenos Aires. O quizá quien decía eso era el propio Borges y lo que repetía su madre con acento porteño y machaconería argentina es que los niños son anteriores al cristianismo. En todo caso se permitían inventar o reinventar a Dios entre mates y pastas de té, excesos intelectuales de salón, tradición ésta que va perdiendo fuelle y es una pena. Porque nada es más estimulante que opinar sobre Dios e ir creándolo sobre la marcha. En esos momentos en los que estamos saciados de sexo y comida, incluyendo en ésta las muchas variedades de alcohol, es el tema por antonomasia. Y hablar de Dios también se presta a los excesos, porque el placer siempre está en la emoción del límite.

Echo de menos, y es un decir, esos tiempos pretéritos en los que monjes tonsurados, que imagino atiborrados de grasas, vino y placeres culpables, disertaban sobre Dios, inventándolo sobre la marcha. En aquella época Él era un juguete nuevo y todos experimentaban estremecidos. La imaginación y la inteligencia se mezclaban con la soberbia. Ser Santo, Sabio, Padre de la Iglesia, es el ejercicio máximo de soberbia intelectual. Dejemos para los humildes la vida de pobreza del anacoreta contemplativo y entreguémonos a los excesos. Read More

EL PIJAMA

Un hombre no debe usar pijama. Eso deberían de enseñarlo en colegios e institutos, visto que los padres fracasan en transmitirlo a sus hijos. Un hombre debe, no obstante, tener un pijama, igual que en cada casa debe haber un extintor. No pregunte para qué situación se guarda ese pijama, no es para una urgencia. Sólo hay que tenerlo, que las mujeres lo vean, sepan que existe. Las mujeres en general. La madre, la esposa, la asistenta, la ex-novia, la amante fija o la esporádica.
Un hombre no debe usar ese pijama. Está ahí sólo como muestra de civilización, denotando que uno es un hombre de bien, un caballero, o que al menos es capaz de comportarse como tal. Esa es su única función. Usarlo para dormir sería absolutamente contraproducente. Las mujeres son así. Veamos la causa. Read More

CON ZAPATOS NUEVOS

Un hombre con zapatos nuevos no va elegante. Un hombre con zapatos nuevos es un niño, un adolescente a lo sumo. No ha estado en ninguna parte, no ha visto ni vivido, no tiene pasado. O lo que es peor, lo tiene y lo oculta. Un hombre con zapatos nuevos ni viene ni va. Apenas consigue estar.

Porque la elegancia es cumplir las normas sin dejar de ser tú mismo un hombre sin pasado, adecuadamente vestido, no es más que un maniquí disfrazado. Un advenedizo a la realidad, un Gatsby, quizá sorprendente pero, a fin de cuentas, transparente por esforzado, por excesivamente apropiado. Quizá Daisy habría dormido para siempre con él, mirando la luz verde desde el otro lado de la bahía, si hubiera llevado unos zapatos viejos y una chaqueta de tweed gastada; si fuera elegante, si tuviera pasado.

Los zapatos son el contacto con la tierra y nos unen al mundo y su historia es la nuestra, transitándolo, manteniendo el equilibrio y sorteando obstáculos. Pateando culos, pisando charcos o a mujeres bailando un tango. Los zapatos dicen de dónde vienes, cómo caminas y el sitio que ocupas. El tiempo que llevan contigo, cómo envejecen, cuánto brillan, hablan de ti. Quién eres con zapatos nuevos? De dónde vienes?

Es distinto en las mujeres. Ellas, sin pasado a la vista, pueden brillar como promesas de un secreto a desvelar. Pasan, elevándose, subidas en tacones, de puntillas sobre la mediocridad del mundo. No sortean; saltan, sobrevuelan. El suelo apenas las toca y se materializan llegando de un lugar inconcreto, que es siempre un rincón de la imaginación. Se contonean, levemente salaces, apenas reales, con equilibrios de bailarina. Quién eres? De dónde vienes, flotando en esos zapatos nuevos?

CRIMEA Y TAL

Generalmente soy capaz de resistir esas ganas que me entran a veces de dar opiniones, por varias razones: siempre sobran –opiniones–, hay demasiadas; las mías ya las conozco y me resulta más interesante perder el tiempo conociendo las de los demás y, finalmente, suelen ser mal entendidas por extrañas. Esta vez no me resisto.

Contracorriente creo que la ocupación militar –incruenta– de Crimea por los rusos es un enorme avance para la paz y eleva a Putin a la altura de estadista, de esos que saben que tienen razón, toman decisiones arriesgadas y las ejecutan rápido y bien. Confieso que antes de esto me resultaba desagradable como sólo lo puede ser un Berlusconi eslavo, un bravucón interesado sin el gracejo italiano. Quizá sea así y su acierto sea pura casualidad. Read More

IMPOSIBLE PARA LA MÚSICA

Un niño puede sentarse en una playa al anochecer y sentir cómo la arena tan blanca mágicamente se va volviendo gris bajo sus pies mientras el sol se hunde en el horizonte causando ese rumor cadencioso de las pequeñas olas de ese mar tan bravo ahora en calma. Esas noches el aire huele a los sargazos ya algo secos que el mar en retirada dejó sobre la arena y las piedras negras tapizadas de algas verdes de un puerto pequeño escondido en los recortes de una costa también verde. Él no sabe que ése es el regusto que deja en la lengua el whisky que hacen marineros barbudos en una isla lejana y oscura después de quemar el paladar pero imagina que ese olor picante e intenso de algas secándose es el que dejan en los labios los besos de las sirenas pelirrojas que moviendo las colas son las verdaderas causantes de esas olas que acarician la arena. Lejos brilla un faro que en una cadencia que prefiere inexplicable aunque sepa ya de señales y velocidades angulares ilumina ese trocito de mar y mil cosas más que existen y que no existen como las ventanas abiertas del cuarto de una mujer hermosa o las velas negras de un bergantín de amotinados ahora armado de corsario. Los faros son cíclopes que despiertan para los soñadores en las noches calmadas de verano y girando y quizá bailando con ese ritmo inexplicable e imposible para la música parece que los buscan y los atienden y que en un momento mágico pararán como la rueda de la fortuna y su rayo iluminará su trocito de playa. Pero los niños bebedores de besos de sirena no saben que hay un instante en el que tras un zas de una ola en la arena se producen una pausa levísima y un suspiro que son el preludio de un instante de un infinito cansancio que precede a tres parpadeos lentos como tres vagones de un tren que arranca a los que siguen un silencio lleno de ecos metálicos de estación vacía y vía muerta. Los barbudos borrachos de olor a mar conocen lo caprichoso de los sueños y los faros y las olas y las sirenas y que como todas las cosas del mar son fríos y distantes y que ésa es la razón por la que desengañados destilan ese whisky caliente y picante que les llena el paladar mientras fuman pipas que iluminan el techo en cadencias a su gusto.

CARTAS INQUIETANTES

Es imposible no admirar a quienes escriben cartas inquietantes, llenas de dolores precisos, sufrimientos concretos. A los que describen padecimientos de contornos perfectos y formas que son las fórmulas matemáticas de la desdicha. Los que nos quejamos de malestares imprecisos caemos presas de la envidia, del pasmo que produce el adjetivo exacto apareándose con el sustantivo perfecto. A los que dibujaríamos acuarelas para describir las dolencias que nos afligen nos aturden los polígonos que delimitan con coordenadas precisas.
Es imposible no admirar a quienes escriben cartas inquietantes, llenas de pasillos largos, anchos, iluminados por barras fluorescentes, en los que las ideas caminan rectas, tiesas, secas, solas. Pasillos en los que no obstante, cada tanto, se abren puertas laterales, derivadas apenas apuntadas, apenas iluminadas. Los que sentimos caos al pensar ideas, los que con ellas hacemos ovillos, tortillas, flanes que no cuajan, parpadeamos de asombro ante las certezas que dibujan como puentes sólidos sobre abismos que nos aterran.
Es imposible no admirar a quienes escriben cartas inquietantes, llenas de verbos, muchos más que adjetivos, en tiempo futuro. A los que escriben cartas en gerundios que suenan como motores en marcha y huelen a sudor de operario, a laboriosa humanidad. Los que padecemos del mal de la procrastinación, el pesimismo de los arrepentidos, de la inacción de los ángeles y los percebes, temblamos deslumbrados ante esas frases que son muelles en tensión, catapultas dispuestas al disparo hacia un futuro que intuímos pésimo.

MERLUZA CONGELADA

Cada perro su garrapata, cada pescado su anisakis y cada casa su parásito. En la de mis padres era un matrimonio sin hijos, muy arreglado, muy de conversar y muy de presentarse a tomar una cerveza a la hora de comer o un café a la de cenar. Eran amenos porque parecían saber de todo y de todos. Él de coches, tabacos, bebidas, productos químicos, eléctricos y electrónicos y tenía un máster en posibles infidelidades conyugales. Ella de medicina, salud, moda, complementos, hoteles y su máster en mezquindades de los demás. Ambos eran egoístas, neuróticos hasta el extremo, malpensados, snobs y caprichosos. Visto esto deberían de resultarse recíprocamente insoportables, pero el caso es que estaban, de algún modo misterioso, en perfecta sintonía. Eran la doble hélice del ADN; complicada, repetitiva y retorcida, pero unida por tantos puntos que no hay quién la desmonte sin romperla.
A mi edad preadolescente me llamaba mucho la atención aquella vida que contaban, aquellos viajes, lujos, comidas; las compras que hacían y las que no hacían. Hasta que un día encontré un patrón extraño. Un detalle que se repetía una y otra vez salpicando aquellos relatos. Ni en sus viajes y cenas en solitario ni en los que hacían con mis padres habían comido nunca una buena merluza. La frase reiterada era “pero la merluza era congelada”. Aparte el hecho de que la merluza tenga o no la consideración de reina de los peces, era imposible estadísticamente que nunca, jamás, en ningún restaurante, hotel, casa o taberna, les hubieran puesto una merluza que no fuera congelada. Una merluza digna de ellos, una que no estuviera algo pasada, o demasiado cocida, o poco hecha o tuviera un desagradable regusto a conservante. Read More

LA COMPLEJIDAD DE LA TAREA

El coño es tan femenino. Tan antiguo. Quiero decir, es tan poco claro, tan confuso y contradictorio. Tan multiusos. Son capas y capas que se solapan y lo que parece ser no es. El coño es un revoltijo barroco que exige de quien a él se acerca un especial interés y atención. Y en esta época en la que buscamos información inmediata y entender rápido, el coño se torna misión imposible para quien no ponga los cinco sentidos. Es todo arqueológico y cavernario, lo exterior oculta un interior que nada tiene que ver, la forma no permite adivinar su función. Sus muchas funciones. Lo que pudiera parecer un cuero grueso es la zona más sensible y viceversa. La entrada está lejos del timbre de llamada y éste escondido bajo un capuchón. Esas volutas churriguerescas y tenebristas abruman al neófito. Tiene tiempos lunares y mareas inexplicables. ¿A quien se rinde culto en este templo? ¿Es obra de dios o del diablo? se pregunta el visitante. Y es que el coño, que es todo misterio y preguntas, exige estudios. Antes bastaba con una FP, habilidad manual y un poco de teoría. Hoy eso no llega. Aumentan las exigencias, se elevan los estándares, suben las apuestas. Hoy que se publican páginas y páginas sobre el coño, que su bibliografía es enorme, un individuo sensible y responsable temblará al enfrentarse a la complejidad de la tarea. Antes con ser poeta prometedor o sensible hacendado, era suficiente, ahora hay que añadir las habilidades de un ginecólogo superdotado. Entender el coño se va tornando, así, una tarea imposible. Ni las mujeres entienden ahora a sus coños caprichosos, y acaban presas de su propia trampa. La preferencia por los coños depilados se explica, al menos en parte, por este vértigo. Una visión clara del reto ayuda a reducir la sensación de caos biológico, de despropósito geográfico, ayuda a orientarse en ese trampantojo tridimensional. Read More

SIRENAS

Hay muchos mitos sobre las sirenas y la mayoría son falsos, como la mayoría de todas las cosas. De las sirenas nos contó Homero que, al pasar frente a ellas, con sus cantos y encantos trataron de seducir a Ulises y sus marineros. Esta anécdota siempre me evocó la imagen de un enjambre de putas de carretera haciendo gestos a camioneros en ruta y puedo decir que es falsa. También habló de las sirenas Cunqueiro, porque Cunqueiro habló de todo antes y muy bien, incluso de cosas de las que es imposible hablar bien, como el mago Merlín o la empanada de xoubas. No obstante, siempre hay un pero inmenso como un mar si hablamos de sirenas, nunca vio, habló o tuvo trato con una. A Cunqueiro, que era de tierra adentro, le contaban las cosas de sirenas marineros bebidos de las tabernas de Vigo o Burela, y si los borrachos exageran sus penas y alegrías para justificar el alcohol, los marineros son, por naturaleza, mentirosos los que tienen buen fondo y directamente falsarios los que salen retorcidos. Fiarse de semejantes testimonios es arriesgado y perpetúa la falsa idea de que cantan, se acercan a los hombres y los tientan, es de suponer que prometiendo sexo, y acaban ahogándolos ellas en el mar o ahogándose ellos en alcohol barato, lastrados por el peso de una pena de amor. Read More

ERRÁTICA Y BIPOLAR

La Princesa, sentada, esperó la epifanía de su media naranja más allá de lo sensato, más allá del instante en que apareció la primera piel de naranja por encima de la media, justo bajo el culo sentado en su trono imaginado. Es su síndrome, el de quien desespera esperando que se disuelva el de Peter Pan como azúcar en agua o polvos mágicos en el aire frío, fuegos de artificio en la noche de invierno. La Princesa se pone levemente de perfil, cruzando las piernas, y con un gesto de señorial desprecio mira de soslayo a zapateros plebeyos que apenas reparan en ella mientras mueve la pierna, sensual, al ritmo lento, pausado, del arroz que se pasa. Esos zapatos! La Princesa atiende el día a día de palacio, peina sus trenzas con peines de plata, come manzanas con cuchillo y tenedor y toma pastillas que sólo la hacen dormir unas horas cada noche. Nada eterno, nada mágico, nada sublime ocurre en esos días salvo la maldición renovada cada mañana del paso del tiempo, de los propios días repetidos. Pasan los días y los príncipes, ay!, de románticos mozos Romeos digievolucionan en rancios y mezquinos Shylocks que quieren sus libras de carne fresca y pasan de requiebros bajo balcones. La Princesa sabe todo esto pero pasado un punto no va a cambiar, qué dirán!, y piensa que por el socarrat los gourmets matan y a ello fía su futuro.
El Príncipe, por su parte, se cree un flaneur pero es un gandul. La gráfica de sus singladuras por la ciudad podríamos hacerla pasar por la de una mosca en un water de gasolinera. Errática y bipolar, alterna instantes de arrebatado frenesí sin estímulos que los justifiquen con patéticas pausas de mesarse y aún arrancarse pelos y cabeza, negra, como el alma. Aunque quizá, sólo quizá, la mosca sufra con más fundamento. Lo cierto es que Campanilla ya no vive aquí, los polvos ya no son mágicos y los niños de la pandilla tienen más canas que el garfio que atiende la barra de ese tugurio con falsos recuerdos de piratas. El absurdo de la búsqueda de lo que sea que está buscando deviene cada tarde en una huída de todo lo que viene, que está viniendo como vienen los trenes en los pasos a nivel, siempre tarde pero con furia, luz, ruido y temblor. La furia de Cronos desatada, debidamente encarrilada, eso es lo que viene. Cada paso en una dirección es despreciar otros mil pasos posibles en otras mil direcciones cualesquiera y este milagro de subjuntivos pasa aún con los de baile, quién lo iba a decir. Hubo tanto y pudo haber habido tantísimo más que ahora sabe que el tiempo, que a veces, por un juego de luces y sombras, parece que pasa normal, en realidad pasa inexorablemente, por muy tópico kitsch que resulte. Todo va bien, dice, y sigue flaneando y desprecia mil pasos y espera en el andén que pase el próximo tren porque es, ya, lo único que sabe hacer.