Decía la madre de Borges que Dios está por todas partes, pero atiende en Buenos Aires. O quizá quien decía eso era el propio Borges y lo que repetía su madre con acento porteño y machaconería argentina es que los niños son anteriores al cristianismo. En todo caso se permitían inventar o reinventar a Dios entre mates y pastas de té, excesos intelectuales de salón, tradición ésta que va perdiendo fuelle y es una pena. Porque nada es más estimulante que opinar sobre Dios e ir creándolo sobre la marcha. En esos momentos en los que estamos saciados de sexo y comida, incluyendo en ésta las muchas variedades de alcohol, es el tema por antonomasia. Y hablar de Dios también se presta a los excesos, porque el placer siempre está en la emoción del límite.
Echo de menos, y es un decir, esos tiempos pretéritos en los que monjes tonsurados, que imagino atiborrados de grasas, vino y placeres culpables, disertaban sobre Dios, inventándolo sobre la marcha. En aquella época Él era un juguete nuevo y todos experimentaban estremecidos. La imaginación y la inteligencia se mezclaban con la soberbia. Ser Santo, Sabio, Padre de la Iglesia, es el ejercicio máximo de soberbia intelectual. Dejemos para los humildes la vida de pobreza del anacoreta contemplativo y entreguémonos a los excesos. Read More