Aveiro, localidad que publicitan como la Venecia portuguesa, se sitúa en la desembocadura de un río del cual no me sé el nombre, pecado imperdonable por el que pido disculpas. Los ríos si te acercas mucho, son todos iguales, no como la gente que luce o desluce según te vas acercando y es de lejos que se parecen mucho. Aveiro el fin de semana próximo pasado estaba llena de coreanos, o chinos. Sé que no eran japoneses porque estos pasean lejanos y circunspectos como la reina de Inglaterra y quienes deambulaban con ojos rasgados, como quien se esfuerza en el baño, reían y gritaban. Distinguir orientales es asunto arduo, como sexar pollos, y si no llega bien para una carrera llena de créditos de Bolonia daría al menos para una FP de segundo grado. Dicen que ellos, como los enanos y los gays, se distinguen, pero no lo tengo yo tan claro. En Aveiro, la Venecia portuguesa, algunas calles son canales de ese río del que no sé el nombre, de ahí la comparación, que para mi gusto es exagerada, y por ellos circulan una suerte de góndolas charras. Lo cierto es que no siéndolo tienen un parecido, con proa y popa elevadas. Por centrar el asunto, para que nadie que acuda luego me reproche, diré que si nos imaginamos a las góndolas como un coche deportivo, biplaza, pequeño y negro, las naos de Aveiro serían autobuses mexicanos. Van pintadas de colores chillones, llenas de turistas, muchos de ellos coreanos, o chinos, les cuelgan flecos y banderas y van adornadas con pinturas alusivas que, siendo generosos, podríamos calificar de estilo naïf. Una de ellas la puso el Sr. Perroantonio el otro día en el blog. Lo cierto es que lo aluden en esa pintura naval creo yo que con cariño, porque es un tipo bienhumorado y seguramente entre tanto coreano, o chino, de carcajada fácil y ojos estreñidos, dejó buen recuerdo. Aveiro, como Venecia, tiene un Lido, lo que vienen siendo una barra de arena allá a lo lejos contra el mar, llena de casas y hoteles, como la Manga pero de bajo y piso. Las casas, forradas de azulejo como todo en Portugal, son a rayas blancas y rojas o blancas y azules. Será que unos son del depor y otros del aleti, pensé, hasta que caí en la cuenta que azulejan con los colores y las listas de las casetas de playa, esas en las que la gente de bien se ponía el bañador en los años 40. En Aveiro le tienen mucha fe a São Gonçalinho, porque es milagrero y casamentero. Concretando más es uno de los traumatológos del santoral y se le pide por la sanación de los ossos, que ya explicó Ximeno que en todo Portugal, no sólo en Aveiro, son los huesos. El día grande, desde una terraza en lo alto de la iglesia de São Gonçalo, que lo de Gonçalinho es por el cariño y la proximidad, los ofrecidos que han pillado cacho o curado un osso lanzan al populacho reunido en la plazoleta cavacas, unos dulces sólidos que caen como piedras pero con un ruido sordo. Si te dan con una te descalabran. Allí se congregó el populacho el domingo y con él los coreanos, o chinos, y a ese jolgorio me uní también. Participar gratis en un evento popular es siempre un plus que alegra al viajero, porque para eso viajamos, para sentirnos algo antropólogos observando con interés, curiosidad y afecto a nuestros semejantes. Los coreanos, o chinos, estaban algo más que contentos y jaleaban como los nativos, esforzándose en pillar cavacas al vuelo. Yo, que los veía disfrutar como niños, intenté pillar alguna pero sin éxito, así que compré unas cuantas en un puesto como recuerdo. Las cavacas de São Gonçalinho, al paladar, son pan duro cubierto de azúcar, ni con leche caliente ablandan, lo cual que recuerdan ossos, omóplatos para ser más exactos. Aveiro, de lejos, es un pueblo como cualquier otro, como su río de cerca y los orientales de lejos. Si te acercas tiene su encanto y le ves el aquel de la gente amable, los gondoleros alegres, las casitas cuidadas y las pastelerías llenas de cavacas duras como piedras, una por cada hueso curado o pareja arreglada.
Me gusta esto:
Me gusta Cargando...