LOS MISMOS CUEROS

Yo, señor, no soy malo, aunque no me faltarían motivos para serlo. Los mismos cueros tenemos todos los mortales al nacer y sin embargo, cuando vamos creciendo, el destino se complace en variarnos como si fuésemos de cera y en destinarnos por sendas diferentes al mismo fin: la muerte. Pascual, reo de asesinato y condenado a morir, se apunta a la teoría del buen salvaje, nacemos buenos y la sociedad, siempre fracasada, nos desvía de nuestra angelical naturaleza, hace demonios de los seres miríficos que somos al nacer. La verdad es que con esos mimbres a disposición no se consuela quien no quiere. Pascual escribe desde la cárcel, como Boecio, pero en un tono distinto, como regodeándose un poco, lo que deja intuir un cierto cachondeo. A Mario le comieron las orejas los puercos y no se sabe que hicieran castigo en ellos. Tampoco con el tipo que lo pateó hasta dejarlo gagá. Algo más gagá, quiere decirse, que tonto era ya de nacimiento, posiblemente por hijo de la lujuria, producto de los cuernos que su madre le puso al violento portugués que oficiaba de pater familias. Duarte Diníz, de nombre Esteban, era gordo, gastaba bigote y les pegaba a todos. A su esposa, a su hijo y a su hija. Al bastardo que parió su mujer no le zurró porque por esos días se murió de rabia. Se ve que no tuvo tiempo. Lo que tuvo fue un entierro pobre y aburrido. Los entierros aburridos suelen ser más tristes de lo normal pero este quizá hasta fue un alivio. Mario a los cerdos no les hizo nada, que se sepa, pero al tipo que lo pateó sí, a ese, sin venir a cuento le mordió una pierna. La yegua de Pascual, cuando llevaba a Lola de viaje de novios, coceó a una vieja a la entrada de Mérida y tuvo que darle un real para que se callase. La cosa no quedó así porque la vieja no quedó del todo callada y fue a buscar a la Guardia Civil y hubo que darle seis pesetas más. Se ve que las yeguas, como los cerdos de Mario y un poco como el mismo Mario, las hacen sin pensar. Los animales, en general, parece que no las piensan. Que hacen las cosas un poco de repente, como cambia el viento o llegan las desgracias, que vienen de improviso y de no se sabe dónde. La yegua, llegando a Torremejía tiró a la Lola, que ya estaba preñada de antes, y la criatura se malogró. Pascual le dio veinte puñaladas, se ve que estaba de ella hasta los cojones. Los animales son la bestia que llevamos dentro y merecen, por eso mismo, el castigo que se les ponga. Jehan Bailly de Savigny pilló a una de sus cerdas, acompañada de sus siete lechones, devorándose a su hijo de cinco años, Jehan Martin, y no se tomó, como Pascual, la justicia por su mano. Llevó a la cerda a juicio en el cual intervinieron dos fiscales acusando, un abogado en nombre de la cerda y sus mamones y Jehan que además de pedir castigo para toda la familia de puercos se defendía de haber descuidado la obligación de vigilar a su hijo. Oídos los testigos, más de diez, la cerda fue condenada a muerte pero los lechones resultaron absueltos. Llevaban los morros manchados de sangre pero nadie pudo probar más allá de la duda razonable que hubieran mordido al pequeño Jehan Martin. A la cerda le dio matarile un verdugo llegado de Chalon-Sur-Saône de acuerdo con las instrucciones precisas del tribunal. Igualmente se ordenó que los lechones quedaran en custodia de Jehan Bailly, quien debería mantenerlos sin causarles mal ninguno y llevarlos de nuevo a juicio si aparecían nuevas pruebas. El tipo se negó a dar tales garantías, se ve que algo de la sangre de Pascual le bullía, así que se vendieron para pagar los gastos del juicio. Suponemos que ver cómo le daban matarile a la cerda supuso un alivio para Jehan, aunque suene mal decirlo. Un poco como Pascual dándole navajazos a la yegua en la cuadra. En el 1457 en Francia ya eran más modernos que nosotros en el siglo XX y también, hay que decirlo, más mansos, más resobados por la civilización. A Pascual le cayeron 28 años por darle matarile al novio de su hermana, que le dejó preñada a la Lola, pero lo dejaron salir a los tres. Luego mató a su madre y le entró la duda de si irse a La Coruña o a Madrid, que es la misma que les entra a todos los gallegos en algún momento de su vida. Ya lo decía Lombroso, que hay delinquenti nati fra gli animali, y antes que él advirtió el belga Jocodus Damhouder: bestia laedens ex interna malitia. Una mierda seres miríficos.

SOCIEDAD PARA LA PREVENCIÓN DEL PROGRESO

El mayo de 1944 el escritor C.S. Lewis recibió una invitación formal, firmada por un tal Jerome Tichenor, ofreciéndole entrar a formar parte de la SOCIEDAD PARA LA PREVENCIÓN DEL PROGRESO (Society for the Prevention of Progress). La sociedad, según sus documentos internos, fue en realidad fundada en el 1945 siendo el susodicho Mr. Tichenor su fundador y único socio. Ciertos proyectos individuales, y este lo era, en ocasiones no tienen una fecha cierta de nacimiento; son emanaciones de uno mismo que se van fraguando poco a poco y cumplen años en fechas arbitrarias. La mayoría de los encuestados, si esa encuesta se hiciera, sabrían contestar el día en que conocieron a su pareja pero casi con seguridad serían incapaces de poner fecha al momento en que se enamoraron.

C.S. Lewis contestó, según podemos saber trasteando entre sus cartas publicadas, lo siguiente:

TO THE SOCIETY FOR THE PREVENTION OF PROGRESS (L):

[Magdalen College, May 1944]

Dear Sir,

While feeling that I was born a member of your Society, I am nevertheless honoured to receive the outward seal of membership. I shall hope by continued orthodoxy and the unremitting practice of Reaction, Obstruction, and Stagnation to give you no reason for repenting your favour.

I humbly submit that in my Riddell Lectures entitled The Abolition of Man you will find another work not at all unworthy of consideration for admission to the canon. 

Yours regressively,

C.S. Lewis

Beverages and not Beveridges

(Is my motto)

La invitación para formar parte de tan exclusivo club es, lo sabemos, absolutamente inusual. Mr. Jerome Tichenor consideraba, no sin razón, que el aumento de socios suponía un progreso de la sociedad, entrando así en una contradicción insalvable. Se desconocen los motivos de esta invitación, aunque los podemos adivinar si repasamos los escritos de Lewis con la idea de progreso que imaginamos rondaba la cabeza de Tichenor, pero sí se sabe de cierto que éste rechazó innumerables solicitudes de membresía. Esto, seguramente, motiva el agradecimiento y el compromiso de perseverar en los fines de la sociedad que le acoge. Estos eran, según se ha podido saber por documentos debidamente autenticados,

«The purpose of this society is to oppose, and if possible, prevent the further encroachment of material civilization on the natural environment, because it is believed that such exploitation violates the terms of the lease granted to mankind by nature.»

Yen todos los escritos que produjoaparecía expreso o citado el versículo de Levítico 25:23.

«La tierra no se venderá a perpetuidad, porque la tierra mía es; pues vosotros forasteros y extranjeros sois para conmigo.»

La dirección que aparecía en el membrete, 5660 de Montencito Avenue, Santa Rosa, California, 95404, era en realidad el que aparecía en los listines telefónicos como domicilio de Joel Walker Hedgpeth, biólogo marino, ecologista, poeta, escritor, filósofo y quién sabe qué cosas más.

Confieso que ni idea de por qué el Sr Lewis recibió la invitación, aunque uno aventura que por razón de su libro “Cartas del Diablo a su Sobrino”, que estaría en la línea de la reacción que menciona en la carta, en oposición a los políticas de Lord Beveridge y en la vuelta de Lewis al cristianismo de la mano de Tolkien y los Inklings, en el que como buen irlandés había nacido (feeling that I was born a member) y del que se había alejado. Eso sí, uniéndose a la Iglesia de Inglaterra y no al papismo.

De todos modos todo el asunto tiene un aire de broma privada, de divertimento entre colegas que hace que todo se nos escape, que sintamos que rascamos la superficie. Quizá es que habría que seguir indagando, aunque tristemente el interés no da para más.

La Society for the Prevention of Progress es una demuchas sociedades secretas, absurdas y desquiciadas organizadas por gentes de lo más normal. Aquí, creo, ya hablé de la Asociación de Amigos de Jean Baptiste Botul, y de la corriente filosófica a la que la producción intelectual del autor dio pie, el botulismo. Queda por hacerlo del Colegio de Patafísica(société de recherches savantes et inútiles)fundado el 22 Palotin del 76, según su propio calendario, que viene siendo el 9 de mayo de 1948, por centrar el asunto.

Cuando leo sobre estos asuntos en ocasiones siento la necesidad, el come-come, de fundar y/o pertenecer a una de estos absurdos entes societarios, con fines difusos, dispersos o, directamente, autodestructivos. Entidades que, quizá conscientemente, quizá inadvertidamente, parodian la vida misma.

 

SAVITSKY Y BELOGUZOV

Savitsky y Beloguzov estaban en la Antártida en su puesto avanzado de observación científica y allí llevaban, solos, el uno en compañía del otro, cuatro largos años. Algo pasó que Beloguzov empezó a contarle a Savitsky los finales de los libros que leía. Por joder, suponemos, que eso jode mucho. Llevas seiscientas páginas de Guerra y Paz y estás ya ansioso por saber el final y llega el hijoputa con el que compartes cuchitril antártico y te hace un spoiler. ¿Cómo te sientes? Contento no, desde luego. Beloguzov, ya se ve, es un hijo de puta, que en ruso igual ni hay una palabra para describirlo. La soledad en mala compañía es mucho peor que en soledad. Eso lo saben mucho los divorciados, por poner un ejemplo. El roce hace el cariño, dicen, pero quienes lo dicen olvidan u omiten que rozando, rozando, se afilan los cuchillos. Savitsky, repitiéndose el asunto libro tras libro, entró en cólera y aprovechando la llegada del invierno le metió una mojada con un cuchillo de cocina, y que se joda Belozugov, que además tiene nombre de comisario político.
Savitsky está en casa, en la madre Rusia, en arresto domiciliario esperando juicio por el primer intento de asesinato en la Antártida. Belozugov en una UVI en Chile con una puñalada en el corazón, y habrá quien piense que merecida.

COMBARRO

Si va usted a las Rías Baixas no deje de ir a Combarro, preferiblemente a mediados de agosto. Es el momento en el que más turistas se pierden por las cuatro calles buscando los siete cruceiros y los doce o quince hórreos. Los cruceiros de Combarro, todos con ara, tienen a la Virgen de un lado y al Cristo crucificado del otro y en todos ellos la Virgen mira a la mar porque a ella se encomiendan los mareantes cuando las cosas van mal. Eso a pesar de que fue él, y todos lo saben, quien caminó sobre las aguas y de ella nada de esto se dice. Yo creo que todos sabemos quien, llegado el caso, nos va echar una mano y quien mirar a otro lado. En Combarro aparcan los hórreos en batería mirando al mar y se celebra mucho el San Roque, con misas y procesiones, que viene siendo el santo francés que libró de la peste a toda Europa y luego ya, cansado, tomó vacación haciendo el Camino de Santiago. Galicia siempre ha sido la última tierra a la que los veraneantes, paseantes y vagamundos del continente se han acercado para alejarse de todo.

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SANTANDER

Qué bonito es Santander, con sus playas y sus árboles y sus hombres y sus hembras y sus campos de sport y su carnet de identidad. Qué bonito es Santander con sus casas mirando a la mar y sus barquitos de colores mirando a la Calle Castelar. Santander, en verano, si hace calor es un poco agobiante, cosa que malamente se arregla con cervezas y pinchos y buscando sombras en las calles perpendiculares a la mar. Por ellas, cosas de la geometría, baja del mirador del Río de la Pila un airecillo fresco que se agradece mucho y le permite a uno, sentando en una terracita, levantar disimuladamente los brazos, no mucho, sólo lo justo, y airear los alerones. Santander es ciudad ordenada a la vista, aunque para circular por ella haya que ser taxista, y a las playas del Sardinero les han puesto número. Primera playa y segunda playa, según vas del horroroso Palacio de Festivales. La visita debería comenzar por éste; luego, por contraste, ya todo es bonito, hasta los polígonos industriales y el matadero municipal, llegado el caso. El Palacio de la Magdalena y las playas numeradas, y el parque de Mataleñas y el faro. La gente se apiña en la arena y planta sombrillas y mira a los críos con tablas de surf esperar a horcajadas en la mar las olas mansas del verano que no terminan de llegar y se les va haciendo la hora del vermú. Las mocitas, todas iguales, con shorts vaqueros y camisetas blancas, corretean chillonas en bandadas como gaviotas viejas, y no sabe uno si van alegres o enfadadas, jo, tía, qué fuerte. El casino y dos hoteles, historiados y blancos, brillan al sol y se reflejan en la mar como merengues crujientes en el escaparate de una pastelería. Por aquí el tiempo no ha pasado, o lo ha hecho lentamente, un poco a contrapelo de los santanderinos y las viudas del barrio de Salamanca y de Neguri. A lo lejos, en la entrada al real sitio de la Magdalena, suena improcedente un reggaetón en vez de la voz melosa de Julio Iglesias, que sería lo esperado. En el otro extremo el Centro Botín, con la forma de una estantería de IKEA cortada por la mitad. Lo han recubierto de unas piezas redondas de cerámica, casquetes de brillos opalinos, que de lejos producen la sensación de que aún está envuelto en ese plástico de burbujitas de los envíos frágiles, this side up. A mi me gusta ir a las catedrales y a estos sitios modernos por ver en qué creía antes la gente y en qué cree ahora. Los santanderinos, ahora, creen en la modernidad de las grandes salas vacías, los enormes ventanales con vistas a la bahía y un poco en Miró, llenando de sus esculturas medio edificio. He de afirmar que no esperaba otra cosa y pude admirar dos o tres peanas de mucho mérito, aunque no tengo la certeza de que fueran del mismo Miró. Antes creían en Emeterio y Celedonio, hermanos, mártires y santos, cuya festividad cae el treinta de agosto, y patronos de consuno y al unísono de la Ciudad y su diócesis. Con lo del reggaetón y el miró uno se marcha de Santamder con la sensación de que algo está cambiando y quizá no para mejorar.

LOS BUENOS LIBROS MALOS

Uno sabe que un libro es erótico si el autor usa las palabras bálano, palpitante, violáceo o turgente. Del mismo modo si aparecen las palabras canéfora, hetaira, aréolas o feérico eso, señores, es poesía. Dicen que a Lorca le leyeron el verso de Rubén Darío: “Que púberes canéforas te ofrenden acanto…” y exclamó: “Sólo entendí que“. Lorca igual era un poco cabrón o de poesía sabía lo justo, más lo primero, creo yo, pero doctores tiene la iglesia. Como soy un poco zote para según que cosas busco incesante e incansable reglas sencillas que me guíen en este piélago profundo que navego, aunque sin esperanza de llegar a puerto alguno. Por eso, en la costera de la poesía, siguiendo voy a una estrella que desde lejos descubro, más bella y resplandeciente que cuantas vio Palinuro: quiérese decir la canéfora, porque convendremos que donde hay humo hay fuego. La canéfora, así en general, me pone.

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EL VUELO DEL ENANO

En cierta ocasión fui testigo del vuelo de un enano, lo más parecido a un lanzamiento sin lanzador. Una amiga, decidida a celebrar el quincuagésimo cumpleaños de su esposo de tal modo que del evento quedara perpetua memoria, organizó una fiesta sorpresa. Para animarla tramó la presencia una stripper saliendo de un pastel. Llegadas las vísperas hizo las llamadas pertinentes y los precios del espectáculo la escandalizaron. Más llamadas, negociaciones para rebajar los emolumentos de las aspirantes a artista invitada, ofrecimientos de pagos en negro sin retenciones a cuenta ni IVA y aún así la cosa se salía del presupuesto. Rebajando una y otra vez sus iniciales expectativas acabó contratando a un performer enano o un enano performer, alternativas que quedan mencionadas por no herir susceptibilidad alguna, al cual convenció de que viniera desde Lugo en coche de línea, haciéndolo desistir de sus iniciales pretensiones de desplazarse en taxi, como las divas de Hollywood y las esposas de los notarios cuando va a comprar al Corte Inglés. El enano haría un espectáculo vestido de Oscar, el de la Academia. El tipo llegó tarde y como venía de casa ya muy perjudicado, bien de farlopa, bien de alcohol, se le olvidó la icónica espada en el cosntumbrista coche de línea. Pese al imperdonable olvido, que pudiera parecer descuido o desatención, a la vista estaba que se había preparado a conciencia porque llevaba todo el cuerpo, incluido el cabello, cubierto de una capa gruesa de purpurina dorada. Se notaba que era un performer de los de verdad porque a fuer de desinhibido era impúdico. No iba a haber pastel del que salir por las mismas cuestiones presupuestarias que propiciaron su contratación, así que lo metieron en una caja de cartón, detrás de la barra del local en el que el evento tendría lugar. Para calmarlo, porque todo se retrasaba y se le había ajustado el precio por horas, le fueron dando cubatas. Salía de la caja, se quejaba del calor, del poco dinero, de que, efectivamente, se le iba el dorado en churretones, le daban un cubata y vuelta al cartón. Finalmente apareció con retraso el homenajeado, como una novia en su boda, también levemente perjudicado por unas cañas con las que lo agasajaron los compañeros de trabajo. Grande sorpresa, emoción a raudales y cariño eres única. No me lo esperaba, decía, sin saber, ni él ni nadie, lo que le esperaba. Primera copa, ronda de saludos a los asistentes con las bromas típicas de la edad, esa barriguita, estás como siempre, cómo pasa el tiempo, que más da que caiga el pelo si lo otro se levanta, y llega el instante de la sorpresa. El enano, suponemos que ya más tranquilo al saber que había llegado al fin el principal espectador se había dormido en la caja como un gatito en su capazo, despertándose con el movimiento cuando entre dos camareros la alzaron hasta ponerla en la barra. Al tipo, pasa mucho al despertar a quienes padecen de flatulencia, se le escapó un pedo que resonó entre aquellas cuatro paredes de cartón como el disparo de los cañones de Navarone entre las dos islas del Egeo. Pasmo inicial de los asistentes por la llamada de atención y de inmediato se levantó de golpe la tapa de la caja apareciendo el performer enano o el enano performer, allá al gusto de cada quien, soñoliento, musculoso, bastante despintado y con una erección, cosa que también pasa mucho al dspertar, abultandole el tanga dorado. A falta de espada, que seguramente estaría ya de vuelta en Lugo entre dos asientos del coche de línea, empezó a cantar el Happy Birthday Mr. President con voz cazallosa y desafinada pero sensual, contoneándose por la barra, peludo pero sexy, con movimientos a medio camino entre la sicalipsis y la corea de Huntington. Nadie había bebido bastante aún como para asimilar aquello y la parroquia llevaba la cara de pasmo de Paco Martínez Soria en el espectáculo de la Otxoa. La banda sonora, un cassette grabado en casa, se la había proporcionado el propio artista al pincha en plantilla y nada más acabar una canción comenzó la siguiente, It’s raining men, tema apropiado y posiblemente previsto para despedidas de soltera, a cuyos acordes cambió de inmediato el baile, ahora mucho más desenfadado, rítmico y por momentos atlético. Un poco el Ballet Zoom dos Pequenitos. Empezaba el distinguido público a asimilar aquello, saliendo lentamente del pasmo generalizado, cuando, en uno de esos giros propios de la danza moderna que se hacen dando un saltito y levantando una pierna a la altura de la cintura, el enano perdió pié en el charquito de una copa derramada y salió despedido, autoimpulsado, en dirección al homenajeado, que no pudo esquivarlo. Ambos protagonistas acabaron compartiendo espera en una sala de urgencias, de donde el enano salió con un collarín y el protagonista con un brazo escayolado. Sé que se hicieron amigos allí esperando y ahora el marido de mi amiga se sabe y cuenta con gracia historias divertidas que suceden en despedidas de soltera, jubilaciones de funcionarias y esas fiestas tan de moda celebrando el fin del proceso de divorcio que le sopla su colega de la farándula. Hay historias de las que no se puede extraer con facilidad una enseñanza moral, bien porque no dan para tanto, bien porque dan para varias, contradictorias y disparatadas. Quizá ésta sea una de ellas, una de esas historias que solo sirven para guardar perpetua memoria de un cumpleaños. Al enano, del que no recuerdo el nombre, le dieron cien euros extra, por encima de la tarifa pactada, para que volviera en taxi, como las divas de Hollywood y las mujeres de los notarios.

LOS VIDAURRETA

Anselmo Vidaurreta come espárragos al desayuno con una copita de Cynar, quién sabe por qué. Anselmo, intentando una gracia que no tiene, repite el chiste de los percebes: «Los espárragos buenos son los que están al lado de los pequeños.» Y con la misma estira el cuello y deja escurrir por el gaznate el brote amarillento, casi sin masticarlo, como los pelícanos se zampan las sardinas. A Anselmo, a pesar de su berroqueña virilidad, le da mal rollo, como nos da a todos, una mujer hermosa cortando espárragos en rodajas. ¡Joder! Hay cosas que no se hacen por un mínimo de respeto, aunque hayas estudiado interna en un colegio de monjas, de esos en los que los pepinos y los espárragos se trocean sí o sí por no alterar, más aún, el ánimo de las señoritas educandas. A Vidaurreta, a quien del medio de la frente sale un mechón blanco, le llamaban Berrendo los amigos, un poco por joder, un poco por hacer pandilla, que si la amistad no sirve para eso pues para qué. Hay cosas que no se pueden hacer si no tienes pandilla y mote, como salir a navegar a vela o jugar al polo, y Berrendo, que lo tiene y bien bonito, aún pudiendo prefiere el golf. A Berrendo Vidaurreta le gustan los percebes, los espárragos y las alcachofas y no se priva, salvo los meses de veda los primeros y en Cuaresma los segundos por no pecar. Comer algo tan igual a una polla, aunque no sea carne como el término de comparación, es inherentemente pecaminoso y, si bien cabe transigir en período ordinario, es preferible omitirlos en época de abstinencia. Ser el menor en una casa de seis hermanas tiene servidumbres en cuestiones variadas, cual es esta, aunque no sería justo negar las ventajas. Ir siempre planchado, por ejemplo, o no ocuparse de hacer la cama. Las hermanas Vidaurreta son todas solteras y enteras salvo, quizás, Begoña, que se fue de casa con un novio que se presentaba como ingeniero de caminos natural y vecino de Arenas de San Pedro, provincia de Ávila y que resultó ser bígamo, viajante de comercio y de Béjar, provincia de Salamanca. De Castilla, decía la abuela Vidaurreta, que lo era por matrimonio siendo el propio Anchorena, nunca vino nada bueno. Anselmo se ejercita de mañana en el golf y comenta en el aperitivo, frente a un vasito de Cynar, que en este deporte cuanto mejor eres menos juegas, luego pide aceitunas y las empuja y acosa con un palillo hasta que cansadas, se dejan pillar. Berrendo viste camisas de cuello almidonado, calcetines planchados y, para la práctica del golf, camisetas de La Martina con enormes caballos y estrellas y escudos esmeradamente bordados que le marcan la barriguita. Cualquier intento de comer espárragos entre el miércoles de ceniza y la víspera del domingo de Resurrección es vano y de nada sirve razonar o suplicar. Posiblemente, bromea Anselmo, si por un casual apareciera yo en casa con una bula papal dejaríamos los Vidaurreta, así en bloque, de creer en el Papa. Begoña, quizá por compensar su pasado sensual, ha ocupado el lugar de la abuela y hace la tortilla de patata como ella, seca y dura, pero el marmitako le sale de miedo, que como él no hay otro. El secreto es bien sencillo; cuando ya tienes hecho el caldo y muy caliente echas el bonito troceado. Se sirve de inmediato y el pez se hace en ese ratito entre la cocina y la mesa, contando, eso sí, con el tiempo que lleva la bendición y el servicio. En el nombre del Padre. Bendícenos, Señor, y bendice los alimentos que vamos a tomar para mantenernos en tu santo servicio. Bendice también a quienes nos los han preparado, da pan a los que no lo tienen y haz que juntos lo comamos en la mesa celestial. Porque me das de comer, eskerrik asko, Señor. Amén. Antxón Gorostiaga, el hijo del notario, hizo un día la broma de que receta de la abuela Vidaurreta, de soltera Anchorena, no falla porque el toque final se lo da el mismo Dios. Antxón nunca más pudo entrar en la casa de los Vidaurreta ni volvió a catar ese marmitako hecho con cariño y devoción, y sólo se ve con Berrendo en el golf o en los bares, donde entre chistes malos, ya se ve, torean aceitunas mientras pierden el tiempo ganando kilos. El asunto no fue a mas porque los Gorostiaga y los Anchorena se conocen de siempre y aun algo se tocan de parientes aunque la memoria exacta se ha perdido, quizá algún casamiento hace doscientos años o así, y esas cosas marcan. A Itziar Vidaurreta, la pequeña de las seis, sólo diez meses mayor que Anselmo, y a Antxon Gorostiaga el chiste del marmitako les estropeó la vida, cosa que sólo saben ellos y Anselmo. Itziar miraba mucho a Antxon y éste se pavoneaba con chistes malos, entre nervioso e indeciso porque el cortejo, siempre una exhibición de habilidades, en según que sitios tiene más de equilibrismo que de malabarismo. Uséase, que un fallo da con tus huesos en el suelo y te deja descalabrado para siempre, cosa que le ocurrió a Antxón donde menos lo esperaba, cuando mas relajado estaba, frente a un plato de comida. Comer bien le da a uno una sensación de plenitud, de arrobamiento y triunfo, de invulnerabilidad incluso, que puede llevarle a bajar la guardia y meter la pata. Diez Vidaurreta con servilletas blancas y almidonadas colgando del cuello, con las dobleces de la plancha marcando cruces, son un jurado inapelable y a él se le quedaron mirando sin decir palabra y supo que su vida se había acabado. Mientras me lo contaban iba yo pensando que debe dar más miedo eso que una partida del Ku Klux Klan, pero no lo dije por no echar a perder esos sábados de marmitako a los que, de cuando en cuando, estoy invitado. Si en vez del txacolí que hacen su finca en Zalla pusieran vino para beber esas comidas serían perfectas, porque, quitando esas sus cosas, son gente educada y agradable. Ahora, en ocasiones, se encuentran en la calle, Itziar y Antxon, y se saludan y a veces, si está presente Anselmo, se toman unos chiquitos y unas tapas, pero la complicidad de los silencios y las miradas se ha perdido, más que nada porque, pese a algunas tímidas sonrisas de Itziar, Antxón se envara, se pone extremadamente caballeroso y premioso y la conversación no fluye. Suena a veces en los bares la tele encendida y habla alguien de acercamiento, reinserción y perdón y piensa uno, mientras escucha las gracietas prestadas de Berrendo intentando que el amor, o eso que quizá se le parece, triunfe de una vez, en qué rara es esta gente que para unas cosas si y para otras no, y que debería ser al revés.

MINGOS PEDREIRA

De Mingos Pedreira, “Pedrito”, supe por primera vez por la borrachera de un diputado del PSOE. A la amanecida se fue de la lengua y me confesó con el orgullo del pícaro que su renombre escribiendo exposiciones de motivos, esos preámbulos largos, cursis e inútiles con los que de ordinario se adornan las leyes, era en realidad un carisma prestado. Yo no sabía que se pudiera tener renombre escribiendo exposiciones de motivos pero, al parecer, eso le aseguraba estar en las listas, elección tras elección, en un puesto seguro. Yo, antes más y ahora un poco menos, era un inocente y no me coscaba de cómo va el mundo. Ese trapicheo, puesto en claro, viene a significar que “Pedrito” es negro, pero un negro como Maquet el de Dumas y no como Kunta Kinte el de Raíces.

[…]

 

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EL POSO DE LA VIRTUD

La salud está hecha, dicen, mitad y mitad de renuncias y obligaciones. De verduras y ejercicios y copas no trasegadas y cigarrillos sin fumar. La salud es, al parecer, el poso de la penitencia o la virtud, eso ya según el carácter de cada uno, si tira más a neurótico y dado a la restricción o tiende a desatado y prono al arrepentimiento. Los incontinentes impenitentes, los que no sabemos ponerle puertas al campo de los deseos y vemos como las cabras el monte cubierto de orégano, moriremos pronto y a nuestro entierro, nuestros entierros, que no estoy solo, no irán los temperantes porque ese nuestro fatal destino lo tendremos merecido. La salud, como la felicidad, no tiene plumas ni pelos, pero tampoco mucha gracia, la verdad, y llegado el caso vale para bien poco. Evaristo Martínez, vecino de Santa Baia de Limodre, en la carretera a Laraxe, tenía una casita con el jardín repleto de enanos de cerámica pintados de colorines, tantos que ni se andaba bien. Esto de los enanos era cosa de su mujer, que hacia colección y de comer tocino de puerco y pasteles y guisotes y los sábados callos y todos los días vino y unas gotas de aguardiente con el café. Nada de ensaladas, de legumbres poca cosa y de fruta sólo las manzanas tímidas que dejaba caer un arbolito acosado por los gnomos al fondo de la finca. La esposa de Evaristo, el Señor lo tenga en su gloria, era un poco bruta que dirían los de antes o natural que le decimos hoy y sostenía que su guía de vida en estos asuntos era el adagio «Mea claro, caga duro y al médico que le den por el culo», frase que atribuía a los romanos, así en general sin entrar en precisiones innecesarias. Evaristo, la verdad, las tenía todas para morir sin salud, como los intemperantes, pero lo mató el pedrisco el día de la comunión de una sobrina nieta, como en ocasiones les ocurre a las delicadas flores de los cerezos. La primavera es caprichosa y tornadiza y sus malhumores peligrosos, cosa que seguramente ya dejaron dicho los romanos. Ahora no recuerdo si fue en Rubielos de Mora o en Mora de Rubielos, cosa que para casi todo el mundo parecerá un detalle sin importancia pero a los de allí les jode que los confundan los unos con los otros, por lo que pido disculpas. En esos pueblos a veces pasan cosas raras y a Evaristo lo descalabró estando sano como una rosa un pedrisco de mayo como pelotas de tenis cuando salía de la ermita de San Roque. Evaristo, intemperante consorte, había hecho sus necesidades esa mañana preciso como un reloj y con los colores y consistencias que recomendaban los romanos, así que nos consta que estaba en perfecto estado de revista. La salud, ese espantajo relleno de verduras, pollo a la plancha sin sal y la nostalgia de pequeños placeres, cuando adviene una desgracia no te salva, antes bien, te deja en evidencia. Mira tú, morir tan sano y comulgado, no sabe uno dónde la tiene, dicen los vecinos. Morir sano resulta siempre un poco vergonzoso, una falta de educación como eso de irse a la francesa, y el detalle de hacerlo en la gracia de Dios, en este tiempo descreído en el que moramos, le da al asunto un punto macabro. Y si acaso no fían de mi palabra y por un casual pasan por allí le preguntan ustedes a Evaristo que descansa, sano pero muerto, en una urna de colores, rodeado de una corte de enanos, en el jardín de una casita en Limodre, al pie de la carretera que sube a Laraxe.