PITOPAUSEZ, DIVINO TESORO

A Góngora, en su momento, en un pliego largo lo acusaron de “vivir como muy mozo y galán y andar día y noche en cosas ligeras”, lo que en la época debía de ser tanto como decirle que, teniendo ya una edad, siendo cura, rico y poeta de fama, andaba de puterío. O lo que es lo mismo, que se pavoneaba y picoteaba como un pitopáusico cualquiera. Rápidamente contestó en su descargo que “ni mi vida es tan escandalosa, ni yo tan viejo, que se me pueda acusar de vivir como mozo” y ahí está el quid. Quién coño va a saber quién es viejo y quién es joven mejor que uno mismo, viene a decir el poeta.

Estas cosas las cuenta Cunqueiro, que es, ante todo, un gran mentiroso, aunque por que haya paz y no dar lugar a polémicas se le diga grande fabulador. También es cierto que cita la fuente, lo que daría visos de realidad a estas citas, pero lo es igualmente que traducía con lírica fidelidad a poetas chinos que nunca existieron. Digamos que la anécdota ha de tomarse con una cierta distancia, pero la enseñanza sirve como punto de partida. De estas otras que vienen a continuación, y a cuento, yo mismo doy fe.

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CUANDO TOCA HACER DE PRÓJIMO

Aquí, como en todos los pueblos, hay dos bares, el de la plaza y el de el cruce y claro, se establecen comparaciones. Cura sólo hay uno y cuando no hay dónde elegir las cosas son más sencillas y la vida se torna placentera y en ocasiones diríamos que hasta aburrida. Y el aburrimiento es muy malo y nos dio Dios por eso los dos bares, quizá para probarnos. La de la plaza es una moza guapa, alta, de cadera amplia, cintura esbelta y escote profundo. Ríe con ganas, gesticula al hablar, fuma apoyada en el quicio del negocio, se deja requebrar si es con gracia y las devuelve con bala, que no te pasa una. Hace de su capa un sayo y luego va y se lo quita cuando le viene en gana, que eso lo sabemos todos; eso sí, con discreción y criterio propio. Dijeron que era lesbiana y dio que hablar, porque tiene tres hijos de dos padres. La cosa iba a quedar ahí, pero se molestó, ya ves tú, y empezó a dejarse ver con hombres y gastar ropa interior de colores que secaba en un tendal a la carretera. Los que le vieron las bragas puestas dicen que sin ellas una fiera, pero todos tienen internet, aunque ellas digan que no lo miran, y saben que una lesbiana viene a ser lo mismo que una ninfómana. Un día gritó iros a la mierda, cosa que no iba por nadie y por todos en general, al decir del gesto de los brazos, bastante tengo con criar sola a mis hijos como para andar atendiendo a vuestras gilipolleces. Ahí el agua volvió al cauce pero los calamares salen aceitosos, la tortilla reseca y ella no ríe como antes. Así que en la peluquería concluyeron que cuando las cosas están tan claras por mucha braga que te pongas no das el pego.

Yo la tele la veo para el mensaje del Rey y las campanadas de fin de año, como hacía mi abuelo. El resto del año la enciendo para que vean que hay gente en casa, que anda mucho extranjero a desvalijar. Esto no lo pienso de la ucraniana, que atiende el del cruce. Está casada con un portugués, un tipo enorme, moreno, feliz y vago que se da mucho aire de armenio. Al entrar su ombligo, que asoma por la rendija entre dos botones de la camisa, te sonríe y ambos te dan un abrazo que huele a varondandy. Se sienta en la barra con las piernas abiertas, vapea cigarrillo electrónico y cambia los canales de la tele con la ilusión de un niño de orfanato. Su misión en la vida es cuidar a su mujer, la ucraniana, repitiendo los pedidos que a gritos hace el personal, por si se le escaparan. También, cuando ella se retrasa, pide calma a la parroquia con un gesto señorial de su mano peluda, que parece un Borgia. El portugués es de Chaves o de Arcos de Valdevez, no lo recuerdo bien, aunque preferir prefiero que sea de Arcos, que es un pueblo que no conozco. Llámalo manía, pero la gente de sitios en los que nunca hemos estado tiene un misterio. La ucraniana no es misteriosa, sino sonriente, gritona y alegremente sumisa. Rubia, regordeta, de cara redonda y moflete colorado lleva una cola alta que, junto con su cabeza, es lo único que sobresale de la barra y la corretea nerviosa como un hámster incansable, azuzada por su marido. La ucraniana se vino a España buscando un hombre amable que la chuleara ni mucho ni poco, lo justo, y encontró al portugués, que vino a un país que pensaba rico a vivir mejor, es decir, sin trabajar. La ucraniana, agradecida, le parió un churumbel alto y rubio como la Estrella, uno de esos hiperactivos que hacen cualquier cosa por no trabajar. Debajo de la barra guardan un cartel enmarcado que dice, en ruso, portugués y castellano, hay comida ucraniana para llevar. Lo quitaron porque ya son muy de aquí y ponen de tapa guiso de choupa y tortilla de patata, aunque por nostalgia no lo tiren.

La lesbiana, a veces, antes de cerrar, fuma un cigarro en su puerta y mira a la ucraniana recoger las sillas de la terraza y al portugués hacer caja y pareciera que la envidia. Yo, que leí el principio de Ana Karenina y lo dejé porque ya vi que no me iba a gustar el final, pienso que es infeliz porque es distinta, que es una manera de verlo tan buena como otra cualquiera. También pienso que todos, cuando nos toca hacer de prójimo, nos comportamos como unos hijos de puta. Cuando marcho a la anochecida y me despide con una sonrisa me gusta imaginar en esos ojos tristes el orgullo de un coño feroz o un lobo sin amo, pero vaya usted a saber en qué pollas piensan las lesbianas.

DANDO DE COMER A LAS VACAS

La CE pasó 50 años dando de comer a las vacas en lugar de hacer algo para inventar de la nada un sentimiento europeo. Hay muchos ciudadanos en el continente que no perciben la necesidad de un sentimiento nacionalista, pero no parece que llegado el caso sean bastantes como para evitar un repliegue de la gente a sus valores nacionales. La prueba está en que Checoslovaquia, Yugoslavia y Ucrania se han deshecho rápidamente, siendo como eran estados fuertes. Bélgica está constantemente en un tris de seguirlos. Por otra parte todo el mundo pensaba que la reunificación de Alemania iba ser más problemática. La raza, la lengua y la historia todavía tiran mucho. Ahora los Griegos azuzan eso contra el enemigo exterior. El orgullo de ser griegos se sobrepone al corralito y a la vergüenza de tener un país en ruina que necesitará, si o si, de la ayuda de los demás países durante décadas para salir adelante, malamente.
La CE en lugar de promover de algún modo una identidad común, aunque fuese leve, se ha centrado en lo económico, pensando que la bonanza bastaría para convencernos a todos de su conveniencia y aún necesidad. Es decir, lo mismo que están haciendo los chinos con la democracia, si hay prosperidad nadie se fijará en abstracciones.
Hay pocas cosas que, como europeo del montón, le hagan a uno percibir que lo es. En realidad se cuentan con los dedos de una mano. La libertad de circulación, las compañías LowCost, el Programa Erasmus y el Euro. Y la eliminación del roaming, que han prometido, será la quinta. Deberían dejar de alimentar ganado y gastar toda esa pasta en un Erasmus obligatorio en el instituto. Quizá en otros 50 años podríamos alcanzar algo parecido a un sentimiento común. En lugar de eso dejan entrar en Eurovisión, esa telebasura que nos congregaba como continente una vez al año, a los rusos. Mientras, los griegos ven en Europa al enemigo y otros vienen en camino.

EL NUEVO MATRIMONIO

El Tribunal Supremo de los USA ha dictado sentencia sobre el matrimonio homosexual, declarando inconstitucional su prohibición.

Los Jueces se pierden, como en muchas ocasiones, en palabrería. La opinión mayoritaria define el matrimonio de toda la vida como lo harían novelistas isabelinas, poetas románticos o sacerdotes celebrantes y ven en él lo que quieren ver. Cine de tacitas y suspiros.

El matrimonio, primeramente, tiene que ver con la procreación, guste oírlo o no. Como animales que somos los objetivos primordiales de la existencia son mantenernos con vida y pasar nuestros genes a la siguiente generación. Es un hecho que la inversión biológica de la mujer en la gestación, lactancia y crianza es mucho mayor que la del hombre. Por otra parte la certeza de la paternidad hasta hace unos lustros era imposible. Así la solución optima para ambos sexos, interesados en mantenerse con vida y procrear, es una unión fuerte y permanente en el tiempo. Maximiza las posibilidades de éxito de la descendencia. Una inversión de esfuerzo si no igual en su objeto, sí equiparable de cara al resultado.

Esas uniones producen efectos para terceros, los padres de ambas partes y todos los demás parientes. Un nieto lleva la cuarta parte de tus genes, luego un abuelo tiene intereses en los hijos de sus hijos. Un sobrino, un primo, llevan parte de tus genes. El matrimonio y sus resultados son asunto del interés de los parientes, porque establece uniones con otros que unirán sus genes a los tuyos.

El matrimonio, desde que se produjo el asentamiento agrícola, y quizá desde antes, es también unión y transmisión de los bienes materiales necesarios o convenientes para sobrevivir y prosperar en descendencia. Cuantos más bienes más posibilidades de una descendencia mayor y mejor.

El matrimonio no es otra cosa más que el reconocimiento social de una pareja procreadora y sus relaciones económicas. Ese el sentido de su nacimiento.

Así no es raro que el matrimonio haya sido, y en muchas sociedades siga siendo, un asunto de decisión familiar. Así no es raro que en muchos lugares, el mundo árabe especialmente, el matrimonio concertado ideal sea entre primos. Eso refuerza los lazos genéticos –los cuatro suegros tienen intereses comunes– y mantiene la propiedad en el ámbito familiar. Habiendo lugares en los que el 50% de los matrimonios son entre primos se genera una sociedad tribal. En una sociedad tribal los intereses de individuo siempre, en caso de conflicto, se alinearán con los de su tribu antes que con cualquier manifestación del estado. Antepondremos los genes y el patrimonio familiar a un ideal o una organización estatal abstracta e impersonal. Los detalles del matrimonio definen la sociedad.

El amor conyugal con el sentido que le damos ahora, o la intimidad, son conceptos recientes y el matrimonio es muy anterior. Su regulación en todas partes responde desde siempre a los problemas de la genética y el patrimonio, no a los ideales de intimidad y amor. Es un contrato biológico y patrimonial. No se regulan con un mínimo detalle obligaciones morales que excedan de las que una persona decente sentiría que tiene para con cualquier otro ser humano. Respeto, cuidado y ayuda. Podemos obviar el inciso moderno de “compartir las responsabilidades domésticas” del código español.

Ciertamente algunos de los casados (siendo las tasas de divorcio de un 50% con seguridad un porcentaje menor) obtienen del matrimonio las satisfacciones que los jueces americanos describen. Pero el matrimonio no regula eso. Eso se puede producir en el seno de un matrimonio, obtenerse sin estar casado o, pese a estar casado, con una relación extramatrimonial.

Lo cierto es que, desde hace mucho, el matrimonio no sólo es lo genético y lo económico, sino que también buscamos lo otro. Es, además, la razón que presumimos en todos los que en nuestras sociedades occidentales eligen pareja para el matrimonio. En realidad no es más que sustituir las razones “objetivas” de consenso familiar del matrimonio concertado por las “subjetivas” de los contrayentes. Quién es el mejor compañero con el que mezclar los genes y compartir los bienes lo decido yo y no mis padres. A esto se le añade que buscamos una pareja con la cual tener una conexión especial que facilite los esfuerzos de la crianza y que a esta cualidad cada vez le damos más importancia.

Ha habido cambios. Si la imposibilidad de procrear o la impotencia, fueron causas reconocidas para acabar con el matrimonio, hace tiempo que dejaron de serlo. La anticoncepción generalizada, la investigación de la paternidad, la adopción que produce efectos plenos para los hijos, los vientres de alquiler, la adopción por solteros, por homosexuales y las leyes sobre la disponibilidad de la herencia son cambios grandes que desvinculan sexo, procreación y descendencia. Los avances médicos, la educación, la incorporación de la mujer al trabajo, que éste sea cada vez menos penoso, la educación universal y gratuita, y las ayudas sociales han hecho que una mujer pueda criar un hijo sin inversión paternal. La desaparición completa de los clanes ha eliminado la interferencia familiar en la elección de pareja. Se añade que, hoy, en occidente, los matrimonios se producen a edades cada vez más tardías. Todo esto ha debilitado hasta casi desaparecer la función del matrimonio como asunto sexual y genético y su sentido se ha desplazado hacia las razones, sentimentales, que de ordinario se esgrimen y que reconocen los jueces americanos.

Visto todo lo anterior la pregunta no es si hay razones para permitir, sino es si hay razón alguna que sustente el impedir el matrimonio de personas del mismo sexo. Es decir, por qué dos personas del mismo sexo no pueden obtener los efectos patrimoniales que se les reconocen a los heterosexuales que contraen matrimonio. Y es que la única razón para desear ese acceso es la patrimonial, porque ese lazo sentimental se puede obtener por muchos medios sin necesidad de matrimonio. Y en realidad no hay ninguna razón que lo justifique. Si el sentido del matrimonio es la protección y reconocimiento del “amor” o el deseo de que haya “compañerismo”, “lazo espiritual” o como cada uno lo quiera llamar, ahí cabemos todos.

La derivada inmediata es que el matrimonio, como reconocimiento jurídico de una unión espiritual o amorosa no resulta “ampliado” sino que se produce un auténtico “cambio de paradigma”. Pasa a ser otra cosa absolutamente distinta.

Vaciado de su componente genético el matrimonio es un “contenedor de relaciones íntimas” y un “contrato patrimonial” al que van unidas muchas ventajas de todo tipo –nacionalidad, hacienda, sanidad, por decir algunas–. Pero quedan dentro del matrimonio normas que regulan extremos relativos a la procreación aplicables a heterosexuales –presunciones de paternidad–, y otras cuya aplicación a homosexuales es absurda, –prohibiciones de matrimonio con un hermano–. Porque el tabú del incesto sólo tiene sentido desde el punto de vista de la descendencia común y sus problemas genéticos. Ese problema entre dos hombres parece obvio que no se va a dar.

No hay que confundir, al llegar aquí, las relaciones y las obligaciones paternofiliales con el matrimonio. Los derechos y obligaciones con respecto a los hijos existen aunque los padres no estén casados o estén casados con otro que no es el padre o la madre.

Un matrimonio como contenedor jurídicamente reconocido de relaciones sentimentales vaciado de sus derivaciones genéticas y que produce efectos económicos no debe estar prohibido a nadie. Pero ese nadie, por pura coherencia, incluye casos como dos hermanos o dos hermanas. Ese nadie incluye también a tres o más personas de cualesquiera sexos, porque, exactamente igual que con los homosexuales, no hay razón alguna para impedirlo. Tres que tengan deseo de formar una familia deben poder casarse y obtener las ventajas que brinda el matrimonio. Quien dice tres, dice más. Si esas sensibilidades existen –y realmente existen– el cambio debería de haber afrontado esa realidad y regularla. Siendo el matrimonio lo que resulta ser, es incoherente la prohibición de la poligamia, porque esas relaciones sentimentales, aunque minoritarias como la homosexualidad, han existido, existen y seguirán existiendo.

Por este motivo creo que las reformas que se van haciendo en los distintos países, cambiando claramente el paradigma de lo que es el matrimonio se quedan cortas, son pacatas y no afrontan las consecuencias. Sólo dan satisfacción a las parejas homosexuales que querían, legítimamente, las ventajas económicas de las heterosexuales, cuando en realidad el cambio de la institución, lejos de ser cosmético, es esencial.

TOCAR TIERRA Y ECHAR UN POLVO

El amor se mueve en un espacio inconcreto entre la poesía y la ginecología. Empezar en la poesía e ir bajando es perderse. Los seres amados, indefectiblemente, ni tienen rimas bonitas ni respetan la métrica. Es mucho mejor quererlos empezando por lo concreto e ir elevándose, construyendo sin olvidar la realidad. Pero empezamos a leer poesía, y lo que es peor, a escribirla, antes de haber amado y follado y vivido.

En la política ocurre exactamente lo mismo, antes de tener edad de votar, de haber trabajado o conseguido algo empezamos a coquetear con las ideologías. Los grandes principios deberían surgir y elevarse, sólo un poco cada vez, por encima de las cabezas de los hombres, no caer desde el cielo de las ideas para amoldarnos a todos, que es como nos vienen. Las ideologías no son más que una combinación malsana de sentimientos fuertes e ideas débiles, como dejo dicho Revel. Son una chulería pseudointelectual y sentimentaloide que afirma tener todas las respuestas a todas las preguntas, las actuales y las futuras. Cómo diferenciarlas de una religión es asunto que se me escapa.

Ambas suelen combinar una obsesión por la pureza y el consecuente pecado, una escatología, tabúes, observancias semanales y rechazo de las evidencias contrarias a la teoría/creencia. Esto está pasando. El pueblo virtuoso, los pecadores propietarios, la creencia en un futuro venturoso si se siguen las reglas nuevas o el infierno en la tierra si no, Círculos semanales asamblearios como reuniones parroquiales, rechazo absoluto a la evidencia de que esas recetas han fracasado antes sistemáticamente. Las religiones e ideologías para sobrevivir, siquiera temporalmente, han de imponerse a la realidad intentando cambiarla sin respetarla y, en ultimo término, si fuera imposible, negándola.

Aquí somos muy de religiones. Quizá como en todas partes. En la Polinesia, tras la Segunda Guerra Mundial, se revitalizaron los Cultos Cargo. Abrumados por la abundancia de cosas de todo tipo que llegaban en barcos y aviones militares y la abundancia por goteo que a los indígenas produjo toda esta actividad, nada más acabar los deificaron. Hay fotografías en las que un tipo sentado en una caseta de caña, con unos medios cocos con unas falsas antenas de madera habla a un micrófono falso, al lado de una pista de aterrizaje iluminada con hogueras. Ellos lo hacen todo igual, pero los aviones de la abundancia no llegan, pero aún así, repiten. Las diferencias entre esto que nos parece ridículo y lo que nos muestra la película Bienvenido Mister Marshall, retrato de un país, es meramente cosmético, no de esencia. Mr. Marshall no vendrá porque lo llamemos, porque Mr. Marshall no existe, como no existen las soluciones milagrosas.

La política se mueve entre el deseo y la realidad, y no tiene rimas bonitas. Cada vez que alguien hable del futuro venturoso, el amor perfecto, más vale tocar tierra, echar un polvo e implicarse seriamente en todo lo demás, guardando florituras, poemas y grandes sueños para decírnoslo al oído, fumando sudados un cigarrillo.

LA GENTE

Se ha puesto de moda lo de gobernar para la gente, hacer cosas para la gente, solucionar los problemas de la gente y tal. A mi eso me pone triste, no porque me excluyan, sino porque me incluye. Yo, confieso, no quiero ser gente. En realidad todos lo somos, pero ser gente es lo peor que podemos ser. La gente es la medianía y la medianía, ya se sabe, es lo malo frecuente.

Llevamos siglos intentado dejar de ser gente para ser otra cosa, aunque ya se ve que sin mucho éxito. El homo sapiens, que es un mamífero muy de juntarse en grupos, cuando está con los suyos y habla de los demás les dice la gente, y siempre con un cierto desprecio. Ese desprecio, se me dirá, es claramente un prejuicio, como es cierto. Pero el homo sapiens, pese a ser estúpido, tonto del todo no es y cuando el río suena, agua lleva. Quiérese decir que un prejuicio siempre es el resultado de una estadística, quizá burda, pero que revela una correlación significativa. El módulo matemático del cerebro es desastroso, pero el estadístico funciona estupendamente, aunque se exprese con refranes. Es decir, que sabemos intuitivamente y desde siempre que ser gente no es en absoluto deseable, cuando no directamente malo.

Para dejar de ser gente, eso que les pasa a los demás, que son masa, grupo, rebaño, hemos inventado el concepto de hombre. Es un invento absurdo implementado por el sistema de ensayo y error, pero funciona razonablemente bien. Esta no parece la mejor manera de hacer las cosas, pero, como en el teatro, permite la mejora manteniendo la emoción. En definitiva, nos hemos inventado un personaje, el hombre, que es un homo sapiens que no vaga en piaras sino que camina solo, es inteligente, racional, empático, respetuoso, tiene criterio, es justo y bueno y responsable de sus actos ante sí mismo y los demás. Un modelo inalcanzable y, además, en perpetua revisión para su mejora. En el teatro el hombre es el personaje que habla en verso, sufre y compadece, entiende y respeta, es asertivo, decide con acierto, y aspira a lo mejor para todos sin perder de vista lo propio. Un fiera, vamos. Sobre todo por lo de hablar en verso.

Los homo sapiens dejamos de ser gente en el instante en el que nos exigimos, a nosotros mismos y a los demás, actuar como ese hombre imaginario. Esto es una pirueta abocada al fracaso, ya lo sabemos, porque, en definitiva, consiste en intentar salir del pozo tirándonos de los pelos, como Munchausen. Aspiramos a ser algo que no somos, entes de ficción. Pero esto es teatro y en el teatro la suspensión de la incredulidad funciona a las mil maravillas. En la calle a ese mismo efecto le llamamos autoengaño y funciona, quién lo diría, aún mejor. Y funciona porque a quién le importan las procesiones que van por dentro, si todos tenemos una. Lo único que hay que hacer es actuar como si fuéramos racionales y buenos y tal.

En definitiva, habíamos inventado un maravilloso personaje ideal al cual sujetarnos, según el cual exigirnos y exigir a los demás, según el cual medirnos y al cual tender. Todo para dejar de ser gente, esa cosa tan ordinaria, tan bajuna y, pensábamos, tan antigua. La civilización, eso tan extraño, es dejar de ser gente para ser hombre, pasar del colectivo al singular y actuar creyéndonos personajes sublimes. Por eso yo no quiero ser gente, quiero ser Cyrano y hablar en verso, aunque me salgan ripios.

EL MIEDO Y LOS TRAIDORES

La democracia se sustenta en dos cosas, el miedo controlado y los traidores.

Sin el control del miedo la minoría jamás permitiría ser gobernada por la mayoría. Es suicida entregar voluntariamente el poder al adversario sin unas mínimas garantías de que no perderás vida y hacienda. De que ese temor se mantenga en límites razonables ha de encargarse la mayoría, sea cual sea en cada caso.

Por otro lado los políticos y los militantes muy politizados siempre olvidan que consiguen el poder gracias al voto de un número significativo de individuos que antes votaron a sus adversarios, es decir, traidores. Tipos que más pronto que tarde les traicionarán a ellos. Los traidores funcionan como los especuladores en el mercado, fijan los precios comprando y vendiendo futuros.

Carmena cree que sus seguidores piensan como ella, cuando los traidores son legión y la abandonarán a la mínima, en cuanto alguien venda un futuro que les parezca mejor.
Aguirre se siente (absurdamente) traicionada, porque los que compraron sus productos especulativos ahora compran los de la competencia y, vistos los mensajes de Podemos, advierte que los de su minoría no son tan pocos y se resistirán si les tocan mucho la fibra.

Carmena ya ha ganado y, en lugar de pensar que quienes le dieron la victoria la venderán en breve, se dedica a azuzar a sus votantes. Debería estar controlando el miedo de los de Aguirre. Es el primer discurso de cualquier político que gana unas elecciones: gobernaré para todos. Andar diciendo yo os traigo la democracia, por poner un ejemplo de poco voltaje, es azuzar.

Este baile en otros sitios lo bailan agarrao y trapicheando, porque quienes han decidido las cosas son los especuladores, que trapichean por definición. Aquí siempre hacemos tragedia y ese baile es el de los boxeadores, moviendo los pies para golpearse.

Las dos son malas jugadoras.

Sólo hemos encontrado un sistema para acabar con este sinvivir al que los malos jugadores de la política nos tienen acostumbrados desde siempre, la compra de voluntades por medio de la corrupción generalizada. Eso proporcionó hasta hace poco estabilidad en sitios como Andalucía, Cataluña, Valencia y muchos ayuntamientos, donde todos mojaban. Pagar a los especuladores para que no lo hagan.

EL CHINO Y LA PORNOSTAR Y EL WIFE BONUS

La prueba de que quizá Occidente no esté perdido sea esta noticia en el New York Times. El absurdo y el exceso tienen, aún, su lugar entre nosotros. El chino que compró la pornstar sería un simple mercader, un tendero poco sofisticado. O quizá un tipo viajado pero con gustos chabacanos.

«And then there were the wife bonuses.

I was thunderstruck when I heard mention of a “bonus” over coffee. Later I overheard someone who didn’t work say she would buy a table at an event once her bonus was set. A woman with a business degree but no job mentioned waiting for her “year-end” to shop for clothing. Further probing revealed that the annual wife bonus was not an uncommon practice in this tribe.

A wife bonus, I was told, might be hammered out in a pre-nup or post-nup, and distributed on the basis of not only how well her husband’s fund had done but her own performance — how well she managed the home budget, whether the kids got into a “good” school — the same way their husbands were rewarded at investment banks. In turn these bonuses were a ticket to a modicum of financial independence and participation in a social sphere where you don’t just go to lunch, you buy a $10,000 table at the benefit luncheon a friend is hosting.

Women who didn’t get them joked about possible sexual performance metrics. Women who received them usually retreated, demurring when pressed to discuss it further, proof to an anthropologist that a topic is taboo, culturally loaded and dense with meaning.»

Puede que lo civilizado y sofisticado sea el híbrido entre el matrimonio occidental y el negocio del chino, sofisticación que estaría tan alejada del burdo negocio de la pornostar como el mercado financiero lo está del trueque. Los wife bonus que los maridos ricos de Manhattan pagan a sus esposas ociosas de acuerdo a objetivos es un trato mucho más civilizado. Se fijan en acuerdos prenupciales y, al parecer, tienen que ver con lo bien que marcha la economía doméstica, cómo ella lleva el hogar, cómo les va a los niños en el colegio, etc. En la noticia no se menciona el sexo más que como posibilidad. Pero, digo yo, esa es una inevitable variable en la ecuación. ¿De qué humor quieres que esté él cuando tengas que negociar el importe del bonus?
A este trato le veo más futuro. Contrato fijo con incentivos. Productividad y eficacia. Tensión competitiva por ambas partes.

EL CHINO Y LA PORNOSTAR

Hace tiempo que las noticias más locas vienen de Rusia y China, y en general de Asia. Los meteoritos, los terremotos, los tsunamis, pasan en esos sitios. Pero últimamente, igual que detrás de un descubrimiento científico hay un tipo de Massachussets, detrás de cada noticia de alcance humano hay un chino, un moro o un ruso. Están viviendo un renacimiento, un momento de ebullición social sin parangón en la historia, si bien es cierto que trufado de barbarie. Que dos rusos zanjen a tiros una discusión sobre Kant es síntoma de una extraordinaria pasión por la vida, aunque no lo parezca. La vida, señores, son excesos o no es nada, algo que en Occidente hemos olvidado, pese a habernos forjado cometiéndolos. Las exploraciones insensatas, los imperios desmedidos, las guerras eternas y globales fueron patrimonio de Occidente hasta que, agotados, claudicamos.

Hemos perdido ese liderazgo y así estos días ha podido salir en prensa que un chino, millonario como sólo pueden serlo los chinos, ha acordado con una estrella japonesa del porno una exclusiva sexual por quince años. Paga por el privilegio ocho millones de dólares. Estas cosas, antes, solían hacerlas Lords ingleses con danseuses polacas en las noches locas de París. Eso se ha acabado. El trato, aceptado por la starlette, ha enfurecido a sus seguidores que, aunque para mí desconocida, debe ser muy popular en esa zona del mundo. Asombra, en primer lugar, acostumbrados a la normalidad de pagar por sexo, ver que alguien proponga pagar precisamente por lo contrario, la fidelidad. Suelen coincidir los misóginos desatados y las feministas radicales, en que el matrimonio es, más o menos, ese trato. Sexo estable a cambio de dinero, poniendo unos el énfasis en las mujeres que sólo entregan esto a cambio de aquello y otras en el hombre que busca, como sea, dominar sexualmente. Quizá lo del chino sea una modernización del asunto.
Yo lo primero que observo es que el chino es rico con razón. Podría cortejar a la jovencita, porque lo que ha visto le gusta, algo en lo que coincide con otros muchos. Podría intentar llevarla al altar, con algo de suerte. Y en ese caso debería cargar con ella, en principio, por el resto de su vida, ya que el matrimonio es, más o menos, comprarse mutuamente para siempre. A eso se añadiría la zozobra de que a la muchacha, profesionalmente promiscua, le pudiera el deseo de continuar con su trabajo. Añádase que, como resulta evidente, juventud y atractivo sexual son activos cuyo valor disminuye con el paso del tiempo. Si una mujer, habrá pensado el chino, sólo me interesa por su belleza, comprar es una mala inversión. Jamás se revaloriza a largo plazo. El chino, rico con razón, le ha propuesto a la japonesa el alquiler, que es la manera de disponer de un activo que se deprecia. Cumple así, el chino, sus deseos sin pagar por ellos más de lo que valen, sin comprometerse para siempre y asegurándose la exclusiva, claramente, a cambio del precio. Un tipo lujurioso con la mente despierta.
Auguro, no obstante, el fracaso de la operación financiera. En primer lugar porque lo que ya se posee se valora menos. Esto. que es así incluso para los bienes más exclusivos como cuadros y joyas, lo es mucho más en este caso porque, para ser sinceros, una japonesa se parece a otra japonesa como dos gotas de agua. En poco tiempo le costará distinguirla de otras japonesas e incluso de una china o una coreana. En segundo lugar, y más importante, porque el chino, con certeza, no sabe lo que le gusta. Posiblemente sólo habrá visto a la muchacha en sus actuaciones, quizá en todas, pero sólo en ellas. Le gusta como actriz porno, que es lo que conoce. Cuando deje de serlo, cuando deje de hacer eso que a él le excita, follar con otros, muchos, variados, en muchos sitios, la causa de su lujuria habrá desparecido. Al chino lo que le gusta es ser ese tipo que se folla a la actriz japonesa, pero para eso la actriz tiene que ser actriz, y deja de serlo para el chino, ese mirón con dinero, cuando se deja follar por él.
Creo que el chino es un tipo sagaz para los negocios, pero que en este caso, pese a un planteamiento económico correcto, como siempre que hablamos de sexo, gana la japonesa, que cobrará sus ocho millones durante quince años y será molestada por el lujurioso no más allá de quince días.

CASUALIDAD CAUSADA

La religión, las religiones, son, amén de muchas otras cosas, origen y causa de los más interesantes excesos. Y me estoy refiriendo ahora a los excesos intelectuales. La soberbia es el pecado de los estudiosos y, curiosamente, florece en las cercanías de los dioses, por dos razones. Qué mejor que desvelar la voluntad de Dios es una; qué mejor que engañar a Dios es otra. Y ahí andan.

La diatriba sobre el estercorismo, para mí, es insuperable, pero hay muchas otras. En sus buenos tiempos la iglesia polemizaba con ahínco sobre el sexo de los ángeles, algo que hoy se repite, profanamente y sin gracia, entre los estudiosos de las ciencias sociales al discutir sobre las diferencias entre sexo y género. Y ello a pesar de que el mismo Jesús intentó aclararlo diciendo “En la resurrección, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en el cielo” (Mt. 22, 30), lo cual debería haber zanjado el asunto. Ahí, los ortodoxos, quieren ver que efectivamente no hay sexo si eres un ángel, aunque yo, quizá interesadamente porque la cabra tira al monte, veo libertad sexual y promiscuidad sin compromiso

Es de recordar también que, a cuenta de la cuaresma y su ayuno, hubo otras discusiones en las que, seguramente, se alzaron voces y puños golpearon mesas de scriptoriums. Qué es carne y qué es pescado mantuvo ocupadas a las mentes más brillantes por siglos. Confieso que me gustaría saber qué razonamiento alambicado siguieron los exégetas de dios para concluir, en el Concilio de Aquisgrán, que las aves se podían comer, por estar hechas de la misma sustancia que los pecesUna derivada de estos excesos acabó con los castores en Europa. Los castores, esos amables bichossi bien mamíferos, peludos y grasosos, viven en el agua y su cola está cubierta de escamas. Si son carne también son, en parte, pescado, al menos el rabo. Y así, contentos como unas pascuas por tomarle el pelo a dios, los cristianos se hartaron de cola de castor hasta su completa extinción.

Hoy la cristiandad está en franca decadencia, y es signo visible de ello que los teólogos no estén, decidida y conscientemente, aplicados a inventarse a dios, o a engañarlo. La falta de estos excesos intelectuales es medida de un declive imparable. El exceso, hoy, es patrimonio de otras religiones. Los mahometanos, por ejemplo, discuten sobre asuntos de tanta enjundia como la improcedencia de que las mujeres conduzcan automóviles. Este tema, que daría para mucho, lo zanjan, no obstante, con burdas apelaciones a supuestos descuelgues del útero y consecuentes dificultades en los partos. Son análisis con una falta de sutileza que me espanta. Hasta a mi se me ocurrirían cuestiones más interesantes que proponer a los imanes. Por ejemplo, puesto que en la época de Mahoma no existía tal material, merece ser discutido el asunto de si resulta apropiado usar cascotes de hormigón en las lapidaciones. Ahí lo dejo.

Todo esto viene a cuento porque he descubierto que entre los judíos ortodoxos siguen produciéndose discusiones de alto nivel sobre asuntos profundamente baladíes y con ese poco disimulado ánimo de ser más listo que dios. Es una religión que mantiene, unido a la fe, el músculo intelectual y su consecuente soberbia. Sabido es que en sabbath no se puede trabajar, y que esta prohibición incluye el encender y apagar aparatos eléctricos. Cómo se ha llegado hasta ahí ya mueve a un espíritu inquieto, como el mío, a reflexión, pero en este caso esa norma aceptada es nuestro punto de partida. Dado lo anterior, en los hogares que cumplen con el precepto, en sabbath no se usa el ascensor, no se enciende la vitrocerámica, el aire acondicionado o las bombillasCircumvienen esto con ascensores que, por medio de un automatismo, esos días, suben y bajan constantemente, parando en cada planta sin necesidad de pulsar botón alguno. Usan temporizadores programados con antelación que apagan y encienden televisores, bombillas, cocinas, calefacciones y acondicionadores de aire.

Un tipo listo ha inventado el KosherSwitch®, y anda la comunidad rabínica alterada. ¿Incumple la ley? ¿Cumple la letra pero incumple su espíritu? El chisme, como se ve en el vídeo, no se activa o desactiva por medio de un interruptor que accione un mecanismo eléctrico sino desplazando una pieza de plástico. A un lado de ésta se sitúa un emisor de un haz de luz. Al otro lado un receptor. Recibido el haz, se cierra el circuito y el aparato eléctrico se enciende. Esto sería, evidentemente, trampa. Sería como poner el mando a distancia delante de la tele, pegar con superglue el botón de cambiar de canal y un libro delante para, en sabbath, apartar el libro a voluntad. Dios te mira y sabe que es trampa y tu sabes que él lo sabe.

 El truco verdadero, lo revolucionario del KosherSwitch® está en que en sabbath el emisor de luz sólo la emite si un generador de números aleatorios produce un determinado resultado. Y el receptor sólo está “receptivo” a ese haz de luz, y cierra el circuito y enciende el aparato eléctrico, si otro generador de números aleatorios produce un determinado resultado. Es decir, apelando a la casualidad eliminamos la causalidad. Mover el interruptor no es causa de que se encienda la lámpara, sino que deja abierta la posibilidad de que la casualidad lo haga.

Es un asunto interesante desvelar si la voluntad de dios al prohibir trabajar en sábado incluía el hacerlo por casualidad. Y lo que es aún más interesante, si la prohibición incluye hacerlo por una casualidad causadaYo creo que a la idea de un dios merecedor de tal nombre repugna un universo caótico. Dios es claramente mecanicista, igual que sus más acérrimos negadores. Dios mueve cada molécula del universo, por sí o por medio de leyes por él creadas, dicen unos. Dios nada tiene que ver y podríamos hacer eso mismo caso de saber cuáles fueron las condiciones iniciales del universo, dicen otros. En medio queda, para los que se dedican a los asuntos prácticos, el caos, en este caso, simulado.

Una tragaperras que nunca da premio es una estafa y una lotería que siempre toca, como la de Fabra, pues también. Para que el chisme tenga una mínima utilidad en algún momento del sabbath habrán de encenderse las luces, a ser posible poco después de haber accionado el interruptor. Si la probabilidad de que se encienda la luz de inmediato es mayor de la probabilidad de que se encienda justo antes del fin del universo yo concluiría que hay trampa y el asunto contraviene las leyes de dios. Soy así de ortodoxo en cosas que, en realidad, ni me van ni me vienen, y que sólo despiertan mi curiosidad y admiración por aquellos que desafían a dios.

Y la tierra estaba desordenada y vacía, y las tinieblas estaban sobre la faz del abismo, y el Espíritu de Dios se movía sobre la faz de las aguas. Y dijo Dios: Sea la luz; y fue la luz.” (Génesis 1:2-3)